"He aquí que en un país muy lejano, un joven, cansado de las adversidades que se encontraba en el trabajo y en la vida, se dirigió a un sabio anciano para pedirle consejo. ¿Cómo superar los obstáculos? ¿Cómo no caer en la desesperación? ¿Cómo seguir hacia adelante?
Con la seguridad que da saber la respuesta, el sabio cogió tres cazuelas con toda la parsimonia del mundo y, sin decir ni una palabra, las llenó de agua y las puso a hervir. Metió una zanahoria en la primera cazuela, un huevo en la segunda y unos granos de café en la tercera.
El joven, perplejo y sin comprender nada, le preguntó qué significaba todo eso. El sabio sonrió con condescendencia. Los tres alimentos experimentaban la misma adversidad, aclaró. El agua hirviendo escaldaba de la misma forma a los tres alimentos, pero cada uno reaccionaba de una forma muy diferente. Solo tenían que esperar unos minutos para comprobarlo. Después de consultar el reloj y comprobar que habían transcurrido los minutos necesarios, el sabio sacó los alimentos de las cazuelas y se los mostró al joven.⠀
Esa zanahoria que había entrado segura, fuerte, dura e implacable, se había ablandado. La adversidad la había convertido en débil y vulnerable. Depresiva, había perdido toda la seguridad en sí misma.
Ese huevo que había empezado con un corazón frágil y débil, también había cambiado. Había perdido el espíritu fluido. La adversidad, el agua hirviendo, lo había transformado. Por fuera tenía la misma apariencia, pero su interior, su corazón, se había endurecido para siempre.⠀
Los granos de café, a diferencia de la zanahoria y el huevo, no se habían dejado transformar por el agua hirviendo. Al contrario: eran ellos los que habían transformado la adversidad. Justo cuando el agua empezaba a hervir, los granos habían liberado toda su fragancia y sabor, y transformaron el agua impregnándola de nuevos olores y sabores".
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