jueves, 22 de febrero de 2024

Pascal Mercier

 


Cuando hablamos sobre nosotros mismos, sobre otros, o simplemente sobre cosas diversas, podría decirse que queremos hacer una revelación con nuestras palabras: queremos dar a conocer lo que pensamos y lo que sentimos. Queremos permitirles a los otros que vean algo del interior de nuestra alma. (We give them a piece of our mind18 , como dicen en inglés. Me lo dijo un inglés, parados ante la baranda de un barco. Fue el único bien de algún valor que traje de vuelta de ese país tan absurdo. Quizás también el recuerdo del irlandés de la pelota roja en All Souls). En ese dar a conocer nuestra mente, esa revelación de nuestro propio ser, somos los únicos directores de escena, los dramaturgos de la autodeterminación. ¿Y esto no será acaso una total falsedad? Pues no sólo nos revelamos con nuestras palabras. También nos traicionamos. Dejamos entrever más de lo que queríamos revelar y a veces lo que se revela es lo contrario de lo que queríamos comunicar. Y los otros pueden interpretar nuestras palabras como síntomas de algo que quizás nosotros ignorábamos. Como síntomas de la enfermedad de ser nosotros mismos. Puede ser divertido mirar así a los otros, puede hacemos más tolerantes, pero también puede ponernos un arma en la mano. Además, si en el instante mismo en que comenzamos a hablar pensamos que los otros hacen exactamente lo mismo con nosotros, se nos pueden quedar las palabras atravesadas en la garganta y el miedo puede hacernos enmudecer para siempre.

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