Si el siglo XX tiene un Cristo, un
arquetipo de sufrimiento y redención y un poco más de sufrimiento, una
figura literaria y redentora, sin lugar a dudas es Jack Kerouac. Jugador
de futbol americano y poeta, macho que se avergonzaba de que se supiera
públicamente que algunos de sus amigos (cada tanto) se la daban por el
culo, cristiano y budista y novelista y borracho, perdido borracho y sí,
también, amante: de la vida, de la naturaleza y sí, también, de los
gatos.
En el capítulo 11 de Big Sur,
luego de pasar tres semanas en una cabaña en medio de la nada, Kerouac
recibe una carta de su madre contándole que Tyke, su gato, había
fallecido:
Por lo general la
muerte de un gato significa poco para la mayoría de los hombres, mucho
para unos pocos, pero para mí, tratándose de ese gato, era exacta y
sinceramente, y no miento, como la muerte de mi hermano menor –quería a
Tyke con toda mi alma.
Después de ese breve párrafo Kerouac
habla de su relación con Tyke y de los motivos de su identificación
(irracional) con los gatos, a los que identificaba con su hermano, que
también había muerto y le había inculcado el cariño por ellos.
http://pijamasurf.com/2014/08/los-gatos-tambien-pueden-estimular-tu-excentricidad-o-asi-fue-con-burroughs-y-otros/
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