Mailer Mattié
CEPRID
Alegre, altiva y rebelde
La historia del movimiento indígena en los países andinos, está tejida con los hilos de la vida de hombres y mujeres que han tenido el valor de seguir siempre hacia adelante. Oprimidos, humillados, ignorados y reducidos a condiciones absolutamente indignantes de supervivencia, mantuvieron la certeza de que la justicia y la libertad sólo se alcanzan luchando con honestidad. Resistiendo en medio de la brutal violencia, confiaron en la tenacidad de sus pueblos y en la fuerza de sus culturas como instrumentos pacíficos para defender sus derechos y sus territorios. Quisieron legar así a las nuevas generaciones un camino abierto para mejorar el mundo en Abya Yala (la tierra viva, el continente americano), en medio de las montañas y los bosques sagrados, donde reposa el espíritu de los antepasados y la memoria de sus luchas y sufrimientos. Tránsito Amaguaña –Mama Tránsito la llamaba su gente, en referencia a su fuerza e inteligencia- tuvo sin duda ese valor, esa certeza y esa confianza.
Quienes la conocieron afirman que fue altiva, alegre, honesta, franca, dulce, explosiva, rebelde y su voz sonaba siempre fuerte y segura. Murió el 10 de mayo de 2009, cuatro meses antes de cumplir cien años, mientras dormía en su humilde casa de La Chimba, hermosa comunidad andina kayambi de 360 familias situada en la Provincia de Pichincha, cuya capital es la ciudad de Quito (1). En estos páramos, en la mitad del mundo, al amparo del volcán nevado Cayambe de 5790 metros de altitud, se forjó la lucha de los pueblos indígenas en Ecuador, siendo Mama Tránsito una de sus principales protagonistas. Hija de Mercedes Alba y Vicente Amaguaña, cambió su nombre Rosa Elena cuando, aún muy joven, se inscribió -por hambre y por necesidad, como afirmó en una oportunidad- en el recién fundado Partido Comunista, pasando a ser conocida públicamente como Tránsito. De origen kayambi, vivió toda su vida en Pesillo, la región donde nació, actualmente el territorio que comprende la Parroquia de Olmedo constituida por seis comunidades indígenas, incluyendo La Chimba. Pesillo, en efecto, fue un centro comunitario habitado hace unos mil quinientos años por poblaciones autónomas karankis y kayambis de lengua kichwa. La resistencia contra la dominación inka se mantuvo allí hasta el año 1515 y en 1534 llegaron los colonizadores españoles. En la región prevalecieron los sistemas del concertaje y de hacienda, caracterizados por la intensa explotación del trabajo indígena, inclusive hasta la primera mitad del siglo XX. Los pobladores actuales conservan la memoria de la opresión, la violencia y la esclavitud de la vida en las haciendas; la principal referencia del tiempo se asocia, de hecho, a los diversos cambios en la propiedad de la tierra: hablan del tiempo de los padres (frailes), del tiempo de los arrendatarios y del tiempo reciente de las cooperativas.
El territorio de Pesillo fue administrado a partir de la colonización española por frailes dominicos, jesuitas y mercedarios, a quienes se les concedió autoridad para esclavizar a los indígenas y explotar sus ancestrales territorios, mientras imponían la fe mariana. El Estado ecuatoriano en 1908 expropió a la Iglesia católica, dividiendo las tierras en cinco grandes haciendas que entregó luego a arrendatarios. El nuevo régimen asignó a los campesinos indígenas en usufructo un pequeño lote de tierra –el huasipungo- (2) para la subsistencia, a cambio del trabajo de toda la familia en el mantenimiento y la producción de la hacienda. Posteriormente, la Reforma Agraria en 1964 distribuyó una parte de esas tierras entre los mismos huasipungueros, vendiendo el Estado el resto a cooperativas campesinas mediante créditos. Durante los años ochenta, las cooperativas saldaron las deudas y las tierras se dividieron entre sus miembros, de tal modo que cada familia recibió algunas hectáreas para uso propio. Las cooperativas dieron paso así a la comunidad actual, caracterizada por la pequeña propiedad privada de la tierra, la gestión colectiva de recursos como el agua y el mantenimiento de mecanismos de ayuda mutua y reciprocidad.
En La Chimba, Mama Tránsito criaba cerdos y cuyes y ejercía de curandera en compañía de su nuera Guillermina Cerón, quien la cuidó durante sus últimos años. No poseía tierras en la comunidad y sus escasos ingresos provenían de una pensión mensual que le asignó el gobierno en 2003, cuando recibió el prestigioso premio nacional Eugenio Espejo. En esa oportunidad declaró públicamente: “¡Bonitico el gobierno, es la primera vez que se acuerda de mí (...). Pero mi verdadero premio es el avance de mis hermanos, de mis hermanas, de todo mi pueblo!.” En el año 2002 impulsó la fundación de la Asociación Agro-Artesanal que lleva su nombre, cuyo objetivo es fomentar los huertos organizados por mujeres que incluyen el cultivo de plantas medicinales, alimentos tradicionales y la conservación de semillas. En agosto de 2009, los Presidentes de Ecuador y Bolivia Rafael Correa y Evo Morales, en compañía de la líder indígena guatemalteca Rigoberta Menchu, inauguraron en La Chimba el Centro Cultural Comunitario Tránsito Amaguaña, construido donde estuvo su casa y al lado del lugar donde había sido enterrada meses antes. Además de un homenaje a su memoria, el Centro es también un espacio de documentación sobre la historia del movimiento indígena ecuatoriano.
Infancia en el huasipungo
Mama Tránsito nació el 9 de septiembre de 1909 en la hacienda de Pesillo –aunque nunca tuvo documentos para probarlo-, un año después de que el gobierno liberal de Eloy Alfaro (1906-1911) implementara la Ley de Beneficencia o Ley de Manos Muertas, con el fin de expropiar a los frailes mercedarios e incorporar la tierra y la mano de obra indígena al mercado. Durante el período 1908-1913, sin embargo, el propio Estado asumió su administración, hasta que finalmente las tierras fueron dadas en arrendamiento. La hacienda de Pesillo quedó entonces dividida en tres predios: Pesillo, Moyurco y La Chimba, aunque más tarde fueron reagrupadas de nuevo y entregadas a un solo arrendatario.
Los frailes habían sido patrones brutales y crueles, aunque la situación de opresión se mantuvo bajo el dominio de los nuevos arrendatarios. La infancia de Mama Tránsito transcurrió, pues, en medio de la miseria y el sufrimiento. Sus padres eran huasipungueros y vivían en una choza insalubre en los predios del huasipungo; trabajaban ocho días a la semana curtiendo pieles, cuidando un rebaño de 1700 ovejas y prestando sus servicios (huasicamías) a mayordomos y capataces a cambio de papas, cebada y trigo. Entregaban, además, una décima parte de su producción de subsistencia a la Iglesia, que seguía manteniendo una fuerte influencia en la región. La hacienda tenía grandes extensiones de bosques y pastizales y producía -para el mercado nacional y exportación- lana, quesos, pieles, cereales y leguminosas. Poseía también su propia cárcel, puesto que el maltrato a los indígenas era permanente. Siendo niña, Tránsito Amaguaña presenció muchas veces los golpes que recibió su familia, tal como ella misma contó en repetidas ocasiones. Las mujeres huasicamas, además, tenían obligatoriamente que trabajar junto al marido en las labores del campo, y no se les permitía llevar consigo a los niños pequeños; así, Tránsito pasó los primeros cinco años de su vida al cuidado de una tía, privada de la alimentación materna. Al cumplir 9 años de edad, asistió a la escuela durante seis meses, cuya función principal era inculcar en los pequeños la obediencia y la sumisión a los patrones, bajo amenazas y golpes. En una entrevista, ella misma rememoró esta época: “Ese tiempo era amargo, era tiempo de gamonales (patrones), tiempo de ricos (...). A gusto de ellos maltrataban, a gusto de ellos pisoteaban (...) ¡Qué señoras! ¡Qué mayordomos!, eran para hacer sufrir y golpeaban (...). El escribiente nos obligaba a decir en la escuela: bendito alabado amo, bendita alabada patroncita”. (3) Cumplido el corto período de adoctrinamiento, comenzó enseguida a trabajar como servicia, atendiendo a los patrones, cortando leña, lavando ropa, cuidando animales, recogiendo la cosecha y llevando productos de la hacienda a otros lugares para la venta y el trueque. A los 14 años, intentando protegerla de la habitual violencia sexual, la madre concertó su matrimonio con José Manuel Alba, un hombre de 25 años dado a la bebida que la golpeó desde el primer día de convivencia. El alcohol y la miseria, en efecto, hacían estragos entre los hombres, así que fueron las mujeres en muchos casos quienes lograron mantener la fortaleza y la resistencia frente a la opresión, transmitiendo asimismo los valores culturales ancestrales a sus hijos. De su padre, por ejemplo, Mama Tránsito dijo alguna vez: “Papá era humilde. Era medio tontito, medio shunshito, medio sordito, medio sin cabeza. Él sólo quería tomar chicha y bailar, nada más”. (4) Su madre, al contrario, se convirtió pronto en una de las principales cabecillas de las rebeliones que más tarde tuvieron lugar en Pesillo.
Después que el Estado expropió a la Iglesia, los mismos frailes se encargaron de crear falsas expectativas a los indígenas en relación a la recuperación de sus tierras ancestrales. El nuevo sistema de arrendatarios –como era de esperar- no produjo cambios positivos y los trabajadores comenzaron a organizarse clandestinamente, hasta que en 1919 estalló la primera revuelta en la hacienda de Pesillo. Un año antes, el gobierno de Alfredo Baquerizo (1916-1920) había prohibido el encarcelamiento por deudas con los patrones y el pago del trabajo en especie, normas que fueron ignoradas por los arrendatarios, llevando a los indígenas a la rebelión. El mismo gobierno, sin embargo, envió tropas para reprimir el levantamiento con el resultado de 30 personas asesinadas; los trabajadores, no obstante, consiguieron que el salario se les pagara en dinero. Tránsito Amaguaña había participado junto a su madre y su hijo pequeño en las actividades previas a la insurrección, enfrentando al mismo tiempo la exacerbada violencia de su marido, quien finalmente se marchó. En este contexto, pues, se gestó toda su indignación, su desobediencia y la rebeldía que habrían de acompañarla el resto de su vida.
Indiando y luchando
Comprometida con el incipiente movimiento indígena, Tránsito Amaguaña comenzó a participar en las reuniones del Partido Comunista, fundado en 1926 como Partido Socialista del Ecuador (PSE). En febrero de ese mismo año ocurrió un nuevo alzamiento en la región, cuando los patrones de la hacienda Changalá se apropiaron de las tierras que algunas comunidades mantenían en propiedad desde la época colonial. Conocida como la rebelión de Changalá (5), impulsó el liderazgo de Jesús Gualavisí (6) fundador del PSE; fomentó también la colaboración entre la izquierda y el movimiento indígena, un episodio excepcional en la historia política de América Latina. Gualavisí, contando con el apoyo del Partido, creó entonces en Cayambe, en 1926, el primer sindicato indígena campesino del Ecuador, al que se unieron poco tiempo después el Inca en Pesillo, Tierra Libre en Moyurco y Pan y Tierra en La Chimba. Bajo su respaldo, los trabajadores de las haciendas exigieron a los arrendatarios aumento de salarios, jornada de ocho horas, domingos libres y supresión de los diezmos, servicias y huasicamías, declarándose en huelga a comienzos de 1931. (7) En marzo, soldados del Ejército llegaron a la hacienda de Pesillo, incendiaron las casas y los animales y golpearon a los huasipungueros. Los líderes de la huelga, entre ellos Mama Tránsito, tuvieron que huir y refugiarse en otros lugares. Se marchó a Yanawaico, en Cayambe, donde permaneció durante quince años “indiando y luchando”, como solía decir. A partir del conflicto de 1931, estrechó también su amistad con la histórica líder indígena Dolores Cacuango Quilo (1881-1971) (8) -Mama Dulu, nacida en la hacienda de Moyurco, cuando aún los frailes mercedarios eran sus dueños-.
En compañía de Mama Dulu, la vida política de Tránsito Amaguaña se intensificó, orientada principalmente a la lucha por las reivindicaciones de los trabajadores del campo y la devolución de los huasipungos a los indígenas expulsados de Pesillo en 1931. Contó muchas veces que fueron juntas en varias ocasiones a Quito para negociar con el gobierno, caminando desde los páramos de Cayambe: “Juntas hemos vivido, juntas hemos comido, juntas hemos dormido, juntas hemos andado”. Con Jesús Gualavisí y Nela Martínez, entre otros, fundaron en 1944 la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI), siendo Dolores Cacuango su primera Secretaria General. La FEI exigió por primera vez públicamente el derecho a la tierra, la regulación de la jornada de trabajo y de los salarios en las haciendas, servicios de salud, educación bilingüe y vivienda. En 1945, ambas mujeres impulsaron igualmente la creación de cuatro escuelas bilingües castellano/kichwa en Cayambe; la primera se estableció en Yanawaico, al lado de la propia casa de Mama Dulu y más tarde se fundaron las de La Chimba, San Pablo Urco y Pesillo. Las escuelas seguían los programas oficiales, agregando contenidos concernientes a la cosmovisión indígena; dirigidas por maestras voluntarias que tenían el kichwa como lengua materna se enseñaba, además de asignaturas básicas, el cultivo de la tierra, tejidos, música y danzas tradicionales, autogestionándose en parte a través de la venta de su propia producción agrícola y artesanal. Años más tarde, la dictadura militar de Castro Jijón (1963-1966) prohibió el uso del kichwa en los programas de educación y clausuró las escuelas de Cayambe, al considerarlas “focos comunistas de sedición”.
En 1946, después de 15 largos años de ardua lucha, la FEI logró finalmente que el gobierno de Velasco Ibarra, en su segunda administración (1944-1946), autorizara la devolución de los huasipungos. En las haciendas, asimismo, se instauró la jornada de 8 horas, el descanso durante los fines de semana, la supresión de las servicias y del trabajo gratuito de las mujeres. En 1961, MamáTránsito viajó a Cuba, donde afirman algunas personas que aprendió a leer y a escribir. En 1963 visitó la URSS y al regresar al país, tras una estancia de cuatro meses, fue apresada y acusada de tráfico de armas, siendo liberada poco tiempo después gracias a la intervención del ex Presidente Galo Plaza (1948-1952). Entre 1962 y 1963 murieron sus padres y sus hijos, Daniel y Mesías. En 1964 participó activamente en la promoción y formación de las cooperativas, en el marco de la Reforma Agraria; en esa época se unió a Alberto Tarabata, quien murió años más tarde. Había compartido antes también su vida con Manuel Túqueres, quien tenía un huasipungo en La Chimba; Túqueres la abandonó pronto y tuvo que marcharse entonces con sus hijos a vivir en una choza en las laderas del volcán Cayambe. En una de sus últimas entrevistas expresó: “Yo ahora no tengo ni tierra ni nada; ni soy cooperativa ni nada”. Murió pobre, sin honores nacionales y libre, derrotada apenas por la vejez.
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