Los gatos de Monsiváis
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Hoy, que el escritor Carlos Monsiváis cumpliría 75 años, lo recordamos. De él y su obra se ha escrito profusamente. Poco ha quedado sin explorar. Salvo, quizá, lo que ocurría de las puertas de su cada hacia dentro.
Y, en particular, de los 12 gatos que allí reinaban, ante quienes sucumbía y se convertía en un verdadero esclavo. Veamos las escenas en las que Miau Tze Tung, Mito Genial o El Siniestro Chocorrol, por ejemplo, hacían de las suyas con los visitantes de la casa, incluido el mismísimo Carlos Slim.
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Cuando Carlos Monsiváis comenzó a enfermar, el doctor, además de
ratificar un preocupante diagnóstico –fibrosis pulmonar–, prohibió las
escenas habituales de la casa: que los gatos se sentaran en el regazo de
Carlos, que treparan entre los libros y los libreros, que descansaran
en el escritorio y durmieran en la cama del escritor; es decir, que
vagabundearan junto a él por todos lados.Así que ante el ultimátum médico, Monsiváis accedió a mudarse parcialmente a una casa rentada en Cuernavaca. Sin embargo, no estaba dispuesto a alejarse por completo ni de los gatos ni de sus libros, y solía regresar al que siempre fue su hogar a trabajar en nuevos textos.
Allí, en la colonia Portales, la consigna era tajante: nada de gatos en la recámara. “Carlos los extrañaba mucho”, cuenta Marta Lamas, la reconocida feminista que gozaba de su amistad cercana. Pero los gatos también resentían la ausencia del ensayista, sobre todo Miau Tze Tung, un animal joven con la energía de una bomba nuclear que aprendió a brincar por la ventana del baño para entrar a verlo, atado ya a un tanque de oxígeno.
La tos no lo dejaba respirar bien. Monsiváis ingresó el 2 de abril de 2010 a un hospital en la Ciudad de México para recibir los cuidados necesarios. Permaneció allí por más de dos meses.
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En público, en la pantalla de televisión o en la presentación de alguno de sus libros, Carlos Monsiváis era un imán al que todos se acercaban deslumbrados por su talento e ingenio, pero en su casa era distinto: se convertía en esclavo de los 12 gatos que allí reinaban. Era miembro de la manada, el gato sabio quizá, pero no el amo.En su casa de San Simón 58, en la Portales, al sur del DF, Monsi, como le llamaban sus amigos, permitía que los gatos le desgarraran los suéteres, rompieran cuanto estaba a su alcance y se orinaran en sus libros. Al fin y al cabo, él era un poco como ellos: ojos pesados, aspecto desaliñado, huía de las personas que lo cansaban y era un ávido devorador de pescado.
“Él se sentía un gatote –dice Jesús Ramírez, periodista y amigo con quien trabajó muy cerca en La Jornada–. Por eso no dejaba que nadie los regañara”. No extraña, pues, que considerara que los gatos eran mejor compañía que las personas.
Cuando algún gato moría, ya fuera por enfermedad o de viejo, Monsiváis lo enterraba en el jardín de la casa y se entristecía tanto que se declaraba en luto y suspendía sus actividades hasta reponerse.
Un desaire a cualquiera de los 30 gatos que lo acompañaron en diferentes etapas de su vida equivalía a ser expulsado de la casa. A más de uno le tocó ser invitado a irse sólo por haberlos empujado para poder sentarse en la cama.
Los amigos de Monsi sabían de esta idolatría del escritor hacia sus mascotas y tenían claro que si querían estar cerca debían someterse a los caprichos de los 12 felinos que convivieron con él.
Intelectuales, activistas, amigos, empresarios, políticos o periodistas, debían aceptar el olor ácido y taladrante de la orina de sus gatos y lidiar con el pelo que se apoderaba de los sillones del escritor, de su mesa de trabajo, de la cama, de las sábanas y de las hojas de los 20 mil libros de su colección.
Todo con tal de convivir con Monsiváis, ese hombre de melena despoblada, revuelta y cana que disfrutaba de una habilidad mental extraordinaria: podía mirar un texto y memorizarlo en instantes; retener hechos insólitos, nombre, fechas, títulos, como si fuera un disco duro con capacidad de almacenaje siempre en expansión. Un poder que era directamente proporcional a su ineptitud para manejar una computadora o enviar un correo electrónico.
Sus crónicas, ensayos, notas y libros los redactaba siempre a mano, en letra cursiva, para que luego uno de sus asistentes se encargara de transcribirlos en el ordenador.
“En las tardes le gustaba poner música mientras escribía y yo pasaba sus textos a la computadora –recuerda Juan Carlos Bedolla Rivera, uno de ellos–. Tenía cientos de archivos que ordenábamos por autores o temas en las carpetas: Octavio Paz, Quijote, Poniatowska, Neruda, política, izquierda, derecha”.
Bedolla le ayudaba también de vez en cuando a dar croquetas a los gatos.
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Monsiváis murió a las dos de la tarde del 19 de junio y, un par de horas después, Claudia Vázquez, miembro de la asociación Gatos Olvidados, llamó a su casa para preguntar sobre el destino de las mascotas y solicitar su adopción.–Los gatos lo mataron –le contestó una voz seca de mujer–. Ya “dormimos” a la mitad y en los próximos días haremos desaparecer al resto.
–No, por favor, démelos a mí –pidió Claudia, pero la voz detrás del auricular se apagó.
Claudia acude usualmente dos veces por semana a la estación de autobuses de Taxqueña y se escabulle entre los puestos ambulantes, los choferes y los camioneros para atender a una camada de 30 gatos que allí se aloja. En cada visita lleva provisiones: 20 litros de agua y, en la mochila, varios kilos de croquetas y atún enlatado.
Conoció a Monsiváis luego de que ella le mandó un correo electrónico pidiéndole que adoptara a un gato callejero de Taxqueña. Cuando la llamó a su celular, no podía creerlo. El escritor le dijo que aceptaba. Adoptaría un gato. Le puso Catástrofe.
Luego, la activista comenzó a frecuentar al cronista, a quien le relataba sus andanzas. A veces, historias trágicas, gatos a los que les habían sacado los ojos o maltratado; otras, los esfuerzos que hacía para encontrar alojamiento para los felinos.
Con el tiempo ambos decidieron formar la asociación Gatos Olvidados, cuyos socios eran el escritor, Claudia y un joven al que conocían como Memo.
Cuando la salud de Monsiváis empeoró, Claudia intentó hablar con él sobre el futuro de los gatos si es que moría, pero él siempre dejó el tema de lado. “Yo no me voy a morir”, le repetía.
Luego de la muerte de Monsi, organizó una manifestación afuera de la casa de Portales para demandar la entrega de las mascotas. Claudia dice que a la fecha no se sabe lo que la familia haya hecho con ellos.
Tres son las versiones sobre su destino: fueron sacrificados, donados a un albergue o regalados a diferentes personas.
Marta Lamas sostiene que únicamente se “durmió” a tres de los gatos que ya estaban enfermos. El resto, dice, “vive con los amigos de Monsi”.
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A Ansia de Militancia –una gata persa que parecía tigre manso cuando dormía encima de los papeles del escritorio– Monsiváis nunca pudo reprenderla.A ella le encantaba posarse encima de cualquier cosa en la que él estuviera trabajando. “Usted no es mala persona. No haga eso. Déjeme trabajar”, le pedía entonces con amabilidad el autor de Días de guardar. Pero la persa ni pestañeaba. Y él esperaba pacientemente a que la gatita terminara la siesta, sin importarle que hubiera un editor desesperado por recibir alguno de sus textos.
“¡Carlos, muévela!”, solía decirle Marta Lamas, con quien compartía la pasión por los felinos. “No, el psicólogo de gatos dice que eso no les hace bien”, le respondía a quien fue su compañera de luchas feministas desde los años setenta.
Sus amigos piensan que el multicitado psicólogo de gatos nunca existió, que Monsiváis lo inventaba. Así que él se limitaba a repetir una y otra vez la misma cantaleta –“no haga eso”– cuando alguno de los gatos se lanzaba sobre sus libros.
“Sus gatos lo manipulaban, lo destrozaban todo, le impedían dormir sin interrupciones, pero su goce elurofílico –un amor desmedido por los felinos– anulaba cualquier atisbo de racionalidad. Nuestra pasión compartida por los gatos adquirió en Carlos dimensiones patológicas”, dice Lamas, a quien Monsiváis le regaló el libro Las vidas de los animales, del escritor J.M. Coetzee, para que resolviera su obsesión sobre cuál debería ser una relación ética y justa con otros seres vivos.
A partir de esa lectura, el autor de Amor perdido se volvió vegetariano porque no le parecía congruente quedarse en el mero repudio intelectual contra la crueldad hacia los animales.
En opinión de Lamas, Monsiváis se acercaba mucho a esa idea estereotipada que existe sobre los gatos: capaces, por igual, de deslizarse por el piso para conquistar un mimo o de convertirse en seres completamente desagradables si no les apetece una dosis de caricias.
“Carlos era a veces muy cariñoso y en otras llamabas por teléfono y te daba un descontón”, recuerda quien comenzó su amistad cuando Monsi, sin conocerla, le llamó un día para hablar sobre uno de los textos que había publicado.
“Vivió toda la vida en Portales y nunca quiso salir de ahí. Era independiente y territorial, como sus gatos”.
Para algunos, la casa de la colonia Portales no era quizás un lugar a la altura del intelectual, cronista, ensayista y escritor. Pero de allá no había quien lo moviera. Por eso, la voz popular decía que a Portales sólo se iba a dos cosas: a comprar fierros viejos, libros, discos, muebles o ropa en el mercado de segunda mano, o a ver a Carlos Monsiváis.
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En cierta ocasión, el empresario Carlos Slim llegó a Portales para ver a Monsiváis. El millonario vestía un traje impecable, probablemente uno de los diseños italianos marca Brioni que le agrada usar. Se paró en medio de gatos, miniaturas y decenas de películas y libros –que en el hogar de Monsiváis se apilaban hasta en las escaleras–; tenía un gusto en común con el escritor: el coleccionismo.Slim, considerado como el hombre más rico del mundo, dejó su saco en la sala y, siguiendo a Monsi, pasó a la parte posterior de la casa, donde éste guardaba parte de sus reliquias (el resto va rotando en exposiciones temáticas en el Museo del Estanquillo).
Durante más de tres décadas, el autor de Nuevo catecismo para indios remisos se dedicó a adquirir más de 12 mil objetos, entre pinturas, grabados, miniaturas, fotografías, alcancías, maquetas, juguetes, álbumes, calendarios y partituras, obras de creadores desconocidos y conocidos, como José Guadalupe Posada y Juan Rulfo. Slim tenía interés en que le mostrara algunas de sus nuevas piezas.
Mientras transcurría la visita, el Siniestro Chocorrol, un siamés cruzado con gato callejero, quiso demostrar que en casa de Monsiváis mandaban él y los otros 11 felinos: deslizó sus patas y se echó a descansar sobre la prenda del magnate sin que nadie le dijera nada.
Cuando terminaron el recorrido, Slim tomó su saco, se lo puso y se despidió del escritor y de Alejandro Brito, quien durante una década colaboró con él en la famosa columna política Por mi madre, bohemios.
El Chocorrol se había orinado en el saco de Slim.
Monsiváis y Brito se miraron. ¿Le decimos? Pero no lo hicieron; y cuando se cerró la puerta, empezaron las carcajadas.
Brito corrió entonces a cargar en hombros al siamés.
–Nos has vengado de todas las altas tarifas de teléfono que cobra. Eres mi héroe –le dijo al gato mientras lo besaba.
La lección fue muy sencilla: para el Chocorrol, no todo México es territorio Telcel.
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Monsiváis nació el 4 de mayo de 1938 y a los 10 años le regalaron su primer felino. A su madre no le gustaba, no dejaba que entrara en la casa y terminó por echarlo.Carlos reaccionó como un gato erizado y dejó de hablarle durante casi un año, porque él veía a los gatos como seres llenos de cualidades. “Un gato es nuestra única posibilidad de acariciar un tigre”, decía.
Los nombres de las mascotas reflejan algunas de las características de del autor de A ustedes les consta: sarcástico, ocurrente e irónico, entre otras. Los eligió a partir de las singularidades de cada animal o de alguna circunstancia de la vida política mexicana.
Por su originalidad son dignos de enumerarse:
- Mito Genial
- Recóndita Armonía
- Monja Beligerante
- Ansia de Militancia
- Fobia
- Eva Siva
- Fetiche de Peluche
- Fray Gatolomé de las Bardas
- Siniestro Chocorrol
- Miau Tze Tung
- Monja Desmecatada
- Carmelita Romero Rubio de Díaz (viuda del ex presidente Porfirio Díaz)
- Miss Oginia
- Miss Antropía
- Catástrofe
- Pío Nonoalco
- Nana Nina Ricci
- Posmoderna
- Caso Omiso
- Zulema Maraima
- Voto de Castidad
- Catzinger
- Peligro para México
- Copelas o Maullas
- Rosa Luz Emburgo
- Ale Vosía
- Lalito Montemayor y
- Victoria sobre el Fraude.
San Simon 58 era conocida como “la casa de los gatos” y muchas personas solían llevarle los animales que recogían en la calle. Dos de sus mascotas más ariscas llegaron hasta él un verano de 1990, cuando alguien tocó el timbre de la puerta negra y echó a correr, dejando una canasta en la que los mininos maullaban.
El escritor llamó Fobia y Eva Siva a los nuevos felinos por su falta de interés ante la gente. Y le pidió a Alejandro Brito que por favor se quedara con Fobia. Bromeando le dijo: “Si no, me van a correr de mi casa”.
Hasta hoy Fobia, una gata pinta naranja, negra y blanca, sigue acompañando al director de Letra S, un suplemento sobre Salud, Sexualidad y Sida que surgió por iniciativa de Monsiváis y otros activistas ante la poca información sobre el VIH en los años noventa.
Mito Genial, en cambio, era más sociable, y uno de los gatos más consentidos del escritor, un felino viejo que llegó enfermo a su jardín el mismo día en que Pedro Aspe, el secretario de Hacienda durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, abrió la boca para decir que la pobreza en México era “un mito genial”.
A Monsiváis la ocurrencia del funcionario le cayó como un bloque de concreto en la cabeza. No se explicaba cómo el secretario desapareció a casi la mitad de la población que sobrevive en la pobreza. Así que decidió aprovechar aquella frase inoportuna para nombrar al gato.
El poeta Rodolfo Naró recuerda que cada vez que Monsi viajaba, le traía un regalo a Mito Genial. También, que le leía para hacerlo dormir, que le enseñaba el abecedario hasta el cansancio y que lo regañaba porque no se lo aprendía. “Usted es un gato malo porque no me habla”, le susurraba.
Victoria sobre el Fraude, una gata enana, llegó a la vida del escritor en 1988. Se coló por la rendija de la puerta de la casa de la colonia Portales y simplemente se instaló junto al resto de los gatos para ronronear y orinarse entre las revistas amontonadas y los acetatos de música.
El nombre hace referencia a la consigna de la izquierda que se vitoreaba en las calles durante las movilizaciones para tratar de evitar el fraude en las elecciones presidenciales de aquel año, en el que se pensaba que Cuauhtémoc Cárdenas había derrotado al PRI.
A Peligro para México, un gato negro con patas blancas, lo bautizó así después de las elecciones de 2006, cuando el ahora presidente Felipe Calderón repetía como frase de campaña que su contrincante Andrés Manuel López Obrador era un “peligro para México”.
Posmoderna, un regalo de Jesús Ramírez, era una gata atigrada de color oscuro a la que Monsiváis puso ese nombre por los debates que los intelectuales tenían en aquellos tiempos y todo lo achacaban a la posmodernidad.
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El cine fue otras de las obsesiones de Monsiváis. Sus amigos cuentan que cada domingo convocaba a su cine club a particular a escritores, periodistas y activistas como Carlos Bonfil, Sergio Pitol, Jesús Ramírez, Marta Lamas, Omar Restrepo, Rolando Cordera y Jenaro Villamil, entre otros. Y, cómo no, a esa reunión también estaban invitados los felinos.Dice Marta Lamas que había que llevar pizzas para Carlos y para los gatos. “No había manera de excluirlos y todos lo sabíamos”.
En cuanto los gatos miraban la pantalla de plasma quedaban hipnotizados por el resplandor. Entonces, sus ojos, fijos, grandes, devoraban a las divas: María Félix, Elsa Aguirre, Dolores del Río y Carmen Montejo; mientras que el resto de los presentes debía conformarse con ver la película interrumpida por la silueta del cuerpo estilizado de alguno de los felinos.
El filme siempre lo elegía Monsiváis de entre los más de 5 mil títulos que, se presume, poseía. Le gustaban, sobre todo, las comedias musicales, las hollywoodenses de los años treinta y cuarente, el cine negro y, por supuesto, las de la época dorada del cine mexicano.
“No tenía una favorita”, dice el crítico Carlos Bonfil, para quien ir al cine club era una experiencia extraordinaria. “Carlos había reunido mucha información de cada película. Se sabía los diálogos y las fichas técnicas. Maliciosamente nos preguntaba si conocíamos a algún actor segundón del reparto para después darnos toda su biografía”.
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