El 6 de diciembre de 1924, María Zambrano le cuenta a Gregorio del
Campo que “han matado a los tres reos por los sucesos de Vera, uno de
ellos al ser conducido al cadalso, se arrojó al patio de la cárcel por
una ventana, matándose”. Está irritada. “Lo trágico”, escribe, es que
“esos canallas son hombres como los demás” y, por eso, aquella jovencita
que vivía entonces en Segovia y que había empezado a estudiar Filosofía
se rebela. Y clama con toda su fuerza: “¡qué irrisión!, ¡qué escarnio!”
porque se pueda matar de esa manera en nombre de la Justicia.
De esa materia están hechas las cartas que, sobre todo entre 1922 y 1925, le envió María Zambrano a su joven alférez de Ambel, el pueblo de Zaragoza donde había nacido. Y por eso habla de estar poseída por una “santa indignación” por lo que han hecho con esos reos. El gran desafío era cambiar las cosas, acabar con las viejas injusticias, vivir con más sinceridad y lejos de todo convencionalismo. En febrero de 1925, por ejemplo, le comenta: “No quisiera que tú y yo llegáramos a ser un matrimonio respetable y honorable. Ya haré yo todo lo posible porque ni tú llegues a ser un caballero ni yo una señora. Ni aún tu mujer quiero ser, digo sí, quiero serlo en el sentido en que Eva lo fue de Adán, no en el sentido chabacano de la modernidad; tu mujercita, sí, pero tu ‘señora’ nunca”.
María Zambrano lee a Averroes y a Schopenhauer, a Rubén Darío y a Ortega. Va al cine y al teatro. Le recomienda a su amado diferentes lecturas, imagina lo felices que van a ser, procura transmitirle la envergadura de sus desafíos. El 22 de marzo de 1924 le confiesa que quiere “serlo todo, porque no soy nada”. “Ando errando de una cosa a otra, porque a ninguna me entrego por completo”, añade. “Por temor a caerme desde la altura, voy por el llano”.
Tantas exigencias, tanto afán de futuro, tanta pasión por conocer y por entregarse a la vida no tardaron en verse frustrados. Franco y un grupo de militares se rebelaron contra la República para acabar con todos esos cambios que estaban abriendo España a la modernidad. María Zambrano tuvo que partir al exilio. A Gregorio del Campo le fue mucho peor. Se había casado en 1934 y, tras ser fusilado, dejó en Mahón a su esposa y a una hija de catorce meses.
http://www.rtve.es/alacarta/videos/la-mitad-invisible/mitad-invisible-20120310-1930-169/1345843/
De esa materia están hechas las cartas que, sobre todo entre 1922 y 1925, le envió María Zambrano a su joven alférez de Ambel, el pueblo de Zaragoza donde había nacido. Y por eso habla de estar poseída por una “santa indignación” por lo que han hecho con esos reos. El gran desafío era cambiar las cosas, acabar con las viejas injusticias, vivir con más sinceridad y lejos de todo convencionalismo. En febrero de 1925, por ejemplo, le comenta: “No quisiera que tú y yo llegáramos a ser un matrimonio respetable y honorable. Ya haré yo todo lo posible porque ni tú llegues a ser un caballero ni yo una señora. Ni aún tu mujer quiero ser, digo sí, quiero serlo en el sentido en que Eva lo fue de Adán, no en el sentido chabacano de la modernidad; tu mujercita, sí, pero tu ‘señora’ nunca”.
María Zambrano lee a Averroes y a Schopenhauer, a Rubén Darío y a Ortega. Va al cine y al teatro. Le recomienda a su amado diferentes lecturas, imagina lo felices que van a ser, procura transmitirle la envergadura de sus desafíos. El 22 de marzo de 1924 le confiesa que quiere “serlo todo, porque no soy nada”. “Ando errando de una cosa a otra, porque a ninguna me entrego por completo”, añade. “Por temor a caerme desde la altura, voy por el llano”.
Tantas exigencias, tanto afán de futuro, tanta pasión por conocer y por entregarse a la vida no tardaron en verse frustrados. Franco y un grupo de militares se rebelaron contra la República para acabar con todos esos cambios que estaban abriendo España a la modernidad. María Zambrano tuvo que partir al exilio. A Gregorio del Campo le fue mucho peor. Se había casado en 1934 y, tras ser fusilado, dejó en Mahón a su esposa y a una hija de catorce meses.
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