Enamorarse ha sido celebrado por poetas, cantantes y cineastas como la cúspide de la experiencia humana. Se le canta con violines, se le eleva como redención, se le confunde con plenitud. Sin embargo, detrás del velo romántico, el enamoramiento encierra una trampa: es una forma de locura temporal. Una ilusión que puede llevar a la gente a cometer actos que, en plena conciencia, jamás consideraría.
No es exagerado. Desde los mitos griegos hasta la literatura contemporánea, el enamoramiento ha sido retratado como una fuerza irracional, casi divina, que invade al ser humano y lo arrastra sin freno. En El Banquete, Platón ya advertía que el amor (o más bien, Eros) podía ser una especie de delirio inspirado por los dioses. Y Shakespeare, con su Romeo, lo muestra de forma aún más cruda: un joven que cambia de amada de un día a otro, y que en nombre de ese nuevo fuego, toma decisiones trágicas. Es decir: el enamoramiento es impulso, necesidad de completud, narcisismo disfrazado de entrega.
Desde esta perspectiva, enamorarse puede ser el “pecado” de la juventud: esa etapa donde todo se vive con intensidad, pero poca perspectiva. Jóvenes que abandonan estudios por seguir a alguien a otro país. Adultos que dejan familias estables por una pasión súbita. Personas que arriesgan su salud mental, su economía o su reputación porque creen haber encontrado “el verdadero amor”. En la mayoría de los casos, lo que han encontrado es una proyección: una imagen ideal del otro que llena un vacío interior.
El amor verdadero es otra cosa. El amor no confunde: revela. Y por eso requiere madurez. Amar es mirar al otro con sus heridas, con sus manías, con su historia… y elegir cuidarlo, sin dejar de cuidarse uno mismo. No se trata de perderse en el otro, sino de crecer juntos. Es menos explosivo, pero más duradero. Menos drama, más paciencia. Menos fuego fatuo, más hogar.
La filósofa Simone Weil decía que “amar es consentir en la distancia, en la diferencia”. No intentar poseer, sino comprender. No demandar, sino ofrecer. El amor adulto no necesita fuegos artificiales: se construye día a día, como quien riega un árbol. En ese sentido, amar es una virtud que solo florece en la adultez emocional, no necesariamente ligada a la edad, sino a la conciencia.
Por eso es importante dejar de confundir pasión con amor, delirio con plenitud, carencia con encuentro. El enamoramiento puede ser la chispa que inicia una historia, pero si no se convierte en algo más profundo, es solo eso: una chispa. Y las chispas, por bellas que sean, no calientan a nadie.
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