viernes, 10 de octubre de 2025

 Fueron los niños los que me enseñaron a enseñar. Yo recuerdo que le pregunté una vez a un niño: “¿Si tienes tres caramelos te puedes comer cinco?”. Y él me dijo: “No”. Y yo le dije: “Muy bien, tesoro, ¿por qué?”. Y me dice: “Porque vomito”. ¿Sabes qué hice yo? Busqué su foto rápidamente y puse: “No razona”. No razona. Días más tarde, su mamá me explicaba que se había hinchado a chucherías, que había pasado una mala noche, que le había dicho: “Tú no puedes comer muchas chucherías porque te vas a poner malito”. Y entonces yo caí en que, quizá, sí razonaba. Que cuando yo le decía que si teniendo tres caramelos te puedes comer cinco, el pensó: “Tres sí, pero cinco no porque cinco son muchos. Si me como muchos, entonces me pongo malito. Yo no quiero ponerme malito, luego no, porque vomito”. ¿Qué anotas en este cuadro? Lo que anotas es que muchas veces decimos que no razonan porque desconocemos la causa por la cual se expresan. Y yo creo que aunque las respuestas que obtenemos no coincidan con las que esperamos, no significa en modo alguno que no razonen, sino simplemente que hay discrepancia entre lo que nosotros deseamos y lo que obtenemos. Eso lo he aprendido de los niños. Recuerdo una vez que yo tenía que enseñarles a pensar algo para que distinguieran entre el objeto como realidad y la representación del objeto. Entonces, como yo dibujaba fatal se me ocurrió coger una lámina de un plátano. Yo preparaba esto muy bien en mi casa por la tarde y decía: “Les voy a enseñar la lámina del plátano y les voy a preguntar qué ven. Entonces ellos dirán que un plátano. Y yo les diré que se lo coman. Ellos dirán que no se puede porque está dibujado y yo entraré con una canalización perfecta para distinguir el objeto real de su representación”. Mi clase está perfectamente preparada. sí que cuando llegué al día siguiente, a las nueve de la mañana, yo iba encantado, contentísimo. Saqué mi lámina del plátano y les dije: “¿Qué veis?”. Todos: “Un plátano”. Digo: “Vamos bien, vamos bien, vamos según el guion”. Y les dije: “Coméoslo”. Y todos empezaron: “Ñam, ñam, ñam”. Y mira, yo me quedé así, y dije: “¿Está rico?”. Y uno dijo: “Sí, está muy rico”. Y otro ya dice: “Mi abuelo dice que hay que comer muchos. Mi abuelo va a venir a vivir con nosotros”. El tema ya no es el plátano ni la representación, el tema es el abuelo. El abuelo. Así que, ¿qué aprendí? Pues aprendí, y también es bueno anotarlo, a imaginar respuestas que jamás antes hubiera podido sospechar. Aprendí a enseñar desde el cerebro del que aprende, con esas posibles respuestas. Una vez les dije: “Dime tres frutas”, y me dice uno: “Tres melocotones”. Y digo: “Vamos a ver, te he dicho tres frutas”. Porque uno, oye, también tiene carácter. Y él me dice: “Tres melocotones son tres frutas”. Y digo: “Pero tres frutas, tesoro, frutas. Un melocotón es una fruta. Otra”. Y ya están siempre los que te siguen, ¿sabes? Y ya se lo van diciendo. Bueno, pues logramos que las tres frutas fueran melocotón, pera y plátano, por ejemplo. Fíjate que a los dos días venía en el libro este problema: en una cesta hay tres melocotones y dos peras, ¿cuántas frutas hay? Y me dice el niño: “Dos”. Y yo dije: “Vamos a ver, que lleva razón. Una de dos, o la he liado yo antes o la ha liado él ahora, pero esto tiene que aclararse”. Así que aprendí a enseñar desde el cerebro del que aprende. Aprendí a adaptar mi mirada a su mirada infantil. 

José Antonio Fernández Bravo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Archivo del blog

Buscar este blog