«De lo que estoy seguro es de que no se puede ser feliz sin dinero. Eso es todo. No me gusta la superficialidad ni el romanticismo. Me gusta ser consciente. Y lo que he notado es que hay una especie de esnobismo espiritual en ciertos "seres superiores" que creen que el dinero no es necesario para la felicidad. Lo cual es estúpido, falso y, hasta cierto punto, cobarde... Para un hombre de buena cuna, ser feliz nunca es complicado. Basta con asumir el destino general, pero no con la voluntad de renuncia como tantos falsos grandes hombres, sino con la voluntad de ser feliz. Sólo que se necesita tiempo para ser feliz. Mucho tiempo. La felicidad también requiere mucha paciencia. Y en casi todos los casos, nos pasamos la vida ganando dinero, cuando deberíamos usarlo para ganar tiempo. Ese es el único problema que siempre me ha interesado... Tener dinero es tener tiempo. Ese es mi punto principal. El tiempo se puede comprar. Todo se puede comprar. Ser o hacerse rico es tener tiempo para ser feliz, si lo mereces... Todo por la felicidad, contra el mundo que nos rodea con su violencia y su estupidez... Toda la crueldad de nuestra civilización se mide con este único axioma: las naciones felices no tienen historia».
Precisamente porque es un texto potente, vale la pena diseccionarlo con bisturí.
Vamos por partes:
1. “No se puede ser feliz sin dinero.”
Aquí Camus confunde una verdad material con una verdad existencial.
Claro que cierto nivel de dinero es necesario para cubrir necesidades básicas (comer, vivir, curarse, tener techo). Pero una vez superado ese umbral, el dinero deja de correlacionar con la felicidad; lo demuestran estudios de psicología y economía (Daniel Kahneman, Angus Deaton, etc.).
Es decir, la miseria impide la felicidad, pero la riqueza no la garantiza.
Camus parece atrapar la primera parte del argumento, pero no logra escapar de su propio contexto burgués: un hombre de clase media europea en la posguerra, con tiempo para reflexionar desde el confort intelectual.
2. “Tener dinero es tener tiempo.”
Esto tiene una lógica interesante: el dinero libera del trabajo alienante.
Sin embargo, no todo el que tiene dinero logra “comprar tiempo”; muchos se vuelven esclavos de conservarlo, lo que Camus parece omitir. En ese sentido, el dinero no compra tiempo: compra dependencia, ansiedad o una prisión más elegante, si uno no ha aprendido a usarlo con sabiduría.
Camus se aproxima a una intuición budista —“el tiempo es el bien más valioso”— pero sin la renuncia interior que esa filosofía implica.
3. “El esnobismo espiritual de quienes creen que el dinero no importa.”
Aquí acierta en parte. Hay, efectivamente, una hipocresía en ciertos discursos espiritualistas que desprecian el dinero mientras viven cómodamente. Pero su crítica se pasa de largo: reduce toda trascendencia a “esnobismo”.
Y eso contradice su propia obra, que defiende la rebelión ética y la lucidez frente al absurdo, no el cinismo materialista.
4. “Las naciones felices no tienen historia.”
Es una frase poética, sí, pero falsa en sentido histórico.
Suecia, por ejemplo, lleva un siglo de paz y tiene una historia social, científica y cultural vigorosa.
La idea es más bien nietzscheana: el sufrimiento engendra creación. Pero también es un mito romántico; la felicidad no implica vacío, sino plenitud.
En síntesis:
Camus aquí no habla como el filósofo del absurdo, sino como un hombre cansado del mundo que identifica bienestar con dinero y tiempo. Pero la verdadera libertad —la que él mismo exploró en El mito de Sísifo— es interior, no económica.
Su error no es tanto intelectual como emocional: confundir la comodidad con la felicidad.
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