miércoles, 22 de octubre de 2025

 En su artículo «Una dificultad del Psicoanálisis», Sigmund Freud señaló que, a lo largo de la historia, la humanidad ha sufrido tres grandes heridas narcisistas. 

La primera de ellas fue la revolución copernicana. 
En pleno Renacimento, Nicolás Copérnico demostró que la Tierra no era el centro del universo. Ése fue el primer gran cachetazo a nuestro orgullo. Tuvimos que admitir que no vivimos en un lugar privilegiado, sino que, como luego dirá Nietzsche, nuestro planeta es sólo uno más de los astros que deambulan por el cielo. 
La segunda herida narcisista la produjo Darwin al negar que el ser humano sea una creación divina hecho a imagen y semejanza de Dios. Según él, no somos sino un eslabón más en la escala evolutiva.
Sin embargo, nos quedaba todavía un motivo para sentirnos distintos: éramos los únicos seres racionales y conscientes capaces de tomar decisiones que armonizaran sus actos y deseos. Entonces llegó Freud y produjo la tercera y más profunda de las heridas a nuestro ego al develar la existencia del Inconsciente. Con este descubrimiento señaló la ambivalencia que nos recorre y denunció que nadie puede decir con exactitud qué desea, porque es posible que, mientras una parte de nosotros quiera una cosa, otra desee exactamente lo contrario y, aunque creamos buscar la felicidad, llevamos una fuerza que nos empuja a sufrir. A esa fuerza, los analistas la llamamos pulsión de muerte.
Gabriel Rolón 

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