Halloween: de Samhain a la cultura pop
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Buenas noches. Esta es una historia sobre sombras que se niegan a
morir. Sobre una noche en la que los vivos encienden luces no para ver,
sino para no ser vistos. Una celebración que cruzó océanos, religiones y
siglos para recordarnos que, al final del día, todos jugamos a engañar a
la muerte… aunque solo sea por una noche.
Cuando
pensamos en Halloween, solemos imaginar un desfile de disfraces
estrafalarios, bolsas llenas de dulces y casas decoradas como si los
muertos estuvieran en huelga por mejores condiciones de susto. Sin
embargo, la historia nos ofrece una verdad más profunda y antigua.
Halloween no nació en Hollywood, sino en los verdes campos de la Europa
celta, hace más de dos mil años.
Los
celtas celebraban el fin del verano con una ceremonia llamada Samhain,
en la noche del 31 de octubre. Era un momento liminal: el inicio de un
año nuevo y la transición hacia la oscuridad del invierno. Se creía que
en esa noche el velo entre los vivos y los muertos se volvía delgado.
Espíritus, ancestros y seres del Otro Mundo caminaban entre los
mortales. Para protegerse —o confundirse con ellos— la gente encendía
hogueras y usaba máscaras.
Samhain era una advertencia y un consuelo:
somos mortales, pero no estamos solos.
Con
el paso de los siglos, el cristianismo trató de domesticar esos ritos
paganos. El Papa Gregorio III movió el Día de Todos los Santos al 1 de
noviembre, bautizando la víspera como All Hallows’ Eve: la noche de
todos los santos. El nombre se transformó con el tiempo hasta
convertirse en Halloween.
Pero
aunque cambiaron los nombres y las oraciones, el simbolismo sobrevivió.
La conexión con los muertos siguió siendo el corazón de la tradición,
oculto bajo la nueva liturgia.
En
el siglo XIX la historia dio un vuelco transatlántico. Debido a la Gran
Hambruna, millones de irlandeses emigraron a Estados Unidos y llevaron
consigo su manera de entender el 31 de octubre. Con ellos viajaron
leyendas, supersticiones y la costumbre de tallar nabos para espantar a
los espíritus. En América descubrieron un fruto ideal para ese
propósito: la calabaza. Así nació el Jack O’Lantern como lo conocemos
hoy.
Fue entonces cuando Estados Unidos hizo su magia cultural:
transformar un ritual espiritual en una fiesta masiva.
Los
dulces, los disfraces de superhéroes, los concursos de decoración y el
cine de terror convirtieron a Halloween en un fenómeno global. Lo que
había sido una ceremonia íntima para convivir con la muerte se
transformó en una celebración de fantasía, comercio y diversión.
Una tradición que sigue respirando> Debajo del disfraz moderno late un corazón celta que se niega a apagarse.
Mucho
antes de que existieran los suburbios con luces naranjas y las tiendas
de disfraces, nuestros antepasados utilizaban el miedo como herramienta
para comprender la vida. Halloween, en esencia, es un ritual para
recordar que la oscuridad existe, pero que también podemos reírnos de
ella.
Incluso hoy, al ver a un niño disfrazado de monstruo pedir dulces, hay algo de Samhain en su pequeño teatro:
la idea de que conocer a la muerte nos permite seguir viviendo sin temblar.
ConclusiónHalloween
no es un invento estadounidense, aunque Estados Unidos lo convirtió en
espectáculo mundial. Es una tradición que ha sobrevivido tres mil años,
adaptándose para que la sigamos celebrando.
Lo
que festejamos cada 31 de octubre es la persistencia cultural de los
pueblos que, siglos antes de nosotros, aprendieron a bailar con sus
fantasmas.
Porque, al final, todos lo hacemos:
la muerte está invitada a la fiesta, pero le pedimos que vuelva mañana.
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