lunes, 13 de octubre de 2025

 El trabajo de Jared Diamond publicado en 1999 sobre la transición a la agricultura lleva por ominoso título «El peor error en la historia de la raza humana».[27] Más recientemente, el historiador Yuval Noah Harari ha ido aún más lejos, describiendo la revolución agrícola como «el mayor fraude de la historia». En su éxito de ventas de 2015, Sapiens. De animales a dioses: una breve historia de la humanidad,[28] escribe: «Ciertamente, la revolución agrícola amplió la suma total de alimento a disposición de la humanidad, pero el alimento adicional no se tradujo en una dieta mejor o en más ratos de ocio». Harari coincide en que toda esa comida adicional simplemente impulsaba «explosiones demográficas y élites consentidas», y que los agricultores por lo general trabajaban más tiempo y con más esfuerzo para obtener una dieta de inferior calidad. Obligados a instalarse en comunidades asentadas como último recurso, los agricultores se enfrentaron a un aumento drástico de la desigualdad social, a un mayor grado de violencia en forma de conflictos organizados y a élites autoproclamadas que utilizaban la religión monoteísta para afianzar su poder.

Las buenas ideas tienden a propagarse rápidamente, incluso entre las poblaciones forrajeras escasamente diseminadas. La literatura arqueológica está llena de ejemplos de la rápida difusión de nuevas ideas, como en el caso de los lanzadores de flechas, el diseño de cerámica o las técnicas mejoradas de golpeo de sílex. Sin embargo, a juzgar por la información arqueológica de la que disponemos, nadie estaba particularmente interesado en adoptar la agricultura. Se expandió desde el Creciente Fértil a través de Europa más despacio que un anciano en zapatillas de estar por casa, apenas avanzando mil yardas por año.
A Daniel Everett le impresionó la absoluta falta de interés que mostraban los pirahãs por unirse al mundo moderno. Al contrario: estaban convencidos de que el afortunado era él por poder visitarlos. Cuando les preguntó si sabían por qué motivo se encontraba en su pueblo en la Alta Amazonía, respondieron: «Estás aquí porque este es un lugar hermoso. El agua es bonita. Hay cosas buenas para comer. Los pirahãs son buena gente».
Sin embargo, todos hemos escuchado las oscuras advertencias de la Narrativa del Progreso Perpetuo  acerca del tipo de vida que llevan pueblos como los pirahãs. «Es peligroso». «Es incómodo». «Nadie vive más de treinta años». Durante milenios, la civilización se ha dedicado a generar advertencias absurdas pero efectivas en contra de las satisfacciones del agua, de la buena comida y de la buena gente. La NPP infla el valor de la civilización y exige un rechazo instintivo de las verdades simples y eternas que configuran la perspectiva de vida de los pirahãs.
En 1929, Freud dilucidó en El malestar en la cultura[29] el dilema de los civilizados: «El hombre se enorgullece con razón de tales conquistas, pero comienza a sospechar que este recién adquirido dominio del espacio y del tiempo, esta sujeción de las fuerzas naturales, cumplimiento de un anhelo multimilenario, no ha elevado la satisfacción placentera que exige de la vida, no le ha hecho, en su sentir, más feliz». En la década de 1920, cuando Freud escribió estas palabras, la antropología, la sociología y la psicología estaban todavía en pañales, y por lo tanto era muy difícil hacerse una idea basada en datos de si nuestra especie había perdido una sensación de bienestar o si realmente habíamos llegado a sentirla alguna vez (más allá de algún recuerdo lejano de la infancia, quizás). Pero en las décadas transcurridas desde Freud, la acumulación de pruebas ha demostrado que los forrajeros casi nunca se unen voluntariamente a la civilización; al contrario, huyen de ella tan rápido como pueden, incluso cuando hacerlo conlleva retirarse a los entornos más duros del planeta.
Christopher Ryan 

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