La mayoría de las historias sobre salud mental caen en dos extremos: o idealizan la locura como forma de genialidad, o patologizan a los personajes hasta despojarlos de humanidad. It’s Kind of a Funny Story, de Ned Vizzini, se mueve en otro registro: uno donde la enfermedad mental no es un símbolo, ni un capricho, ni un mal misterio, sino una experiencia humana que se narra con sinceridad, torpeza, humor y miedo. Es un libro profundamente honesto, y por eso mismo, brutalmente conmovedor.
I. La caída sin tragedia
Craig
Gilner no ha vivido una tragedia. Tiene una familia funcional, estudia
en una escuela prestigiosa, vive en Brooklyn. A los ojos de los demás,
todo va bien. Sin embargo, su mente se está desmoronando. No puede
comer, no puede dormir, no puede respirar. Está atrapado en sus
pensamientos, y su ansiedad es tan densa como invisible. Esta es una de
las aportaciones más valiosas del libro: mostrar que la depresión puede
habitar también los cuerpos “normales”, las vidas sin catástrofes
externas.
Vizzini logra
narrar la caída de Craig sin espectacularidad. No hay gritos, no hay
crisis escandalosas. Solo hay pensamientos que giran sin parar, miedo al
fracaso, y una presión insoportable de tener que estar bien. En una
sociedad que exige rendimiento desde la adolescencia, la mente de Craig
colapsa. La idea del suicidio aparece no como un acto melodramático,
sino como una puerta para dejar de sentir tanto.
II. El hospital como refugio
Cuando
Craig decide internarse, el hospital se revela como un lugar imperfecto
pero humano. A diferencia del estigma que rodea a los espacios
psiquiátricos, aquí encontramos algo inesperado: compañía. Gente rota
como él, sí, pero también solidaria, graciosa, viva. Vizzini convierte
ese entorno en un espacio liminal, una pausa del mundo, un paréntesis
necesario para reconfigurar la vida.
Lo
que Craig encuentra en el hospital no es una cura, sino la posibilidad
de existir sin máscaras. Allí no tiene que fingir ser brillante, ni
exitoso, ni popular. Puede llorar, dibujar, dormir, hablar con alguien
sin temor a ser juzgado. Esa suspensión de las exigencias sociales le
permite reconocerse fuera del molde que lo estaba asfixiando.
III. Dibujar para no morir
Uno
de los símbolos centrales del libro es el dibujo. Craig descubre que,
al crear mapas imaginarios, su mente se calma, su ansiedad se disuelve,
algo se reordena dentro de él. No es un talento que lo llevará a ser
rico o famoso, pero es un canal para expresarse, para recuperar control,
para habitar su propio cuerpo sin miedo.
El
dibujo en el libro no es solo arte, es resistencia. En un mundo que
exige productividad y perfección, Craig elige hacer algo inútil y bello.
El acto de dibujar se convierte así en un acto de vida. No se trata de
“superar” la depresión, sino de convivir con ella de una forma más
amable.
IV. Una esperanza sin fórmulas
Al
final del libro, Craig no sale del hospital como un héroe. No se ha
curado. Pero quiere vivir. Tiene herramientas nuevas, personas con
quienes hablar, una voz interior más compasiva. El libro no ofrece
respuestas definitivas, porque la salud mental no funciona así. Lo que
ofrece es algo más valioso: la certeza de que se puede pedir ayuda, de
que se puede estar mal sin ser menos humano, de que vivir —aunque a
veces duela— sigue valiendo la pena.
Este
final es, a su manera, revolucionario. En lugar de presentar la
historia como un “arco de redención”, Vizzini deja abierta la pregunta
sobre qué significa estar bien. Tal vez no se trata de sentirse siempre
feliz, sino de construir una vida donde la tristeza tenga espacio sin
consumirnos.
Epílogo: El autor como herida abierta
Es
imposible leer el libro sin pensar en Ned Vizzini. Él mismo pasó por un
internamiento psiquiátrico. Escribió este libro poco después como una
forma de hacer sentido de su experiencia. Pero años después, en 2013, se
quitó la vida. Este hecho le da al texto un peso trágico que lo
convierte en más que una novela: es una carta, un intento, una búsqueda.
No invalida lo que escribió; al contrario, lo vuelve más urgente.
Porque sabemos que muchas veces, incluso con ayuda, el dolor puede
volver. Pero también sabemos que, mientras estuvo aquí, Vizzini hizo
algo inmenso: escribió un libro que ha salvado a otros, que ha
acompañado a quienes sienten que no pueden más, que nos recuerda que
incluso cuando estamos rotos, seguimos siendo dignos de ser escuchados.
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