La trampa del pensamiento binario
Serie: El mito del padre rico
Robert
Kiyosaki divide el mundo con la precisión de un cuchillo de cocina: de
un lado, los “padres ricos”; del otro, los “padres pobres”. En su
universo no hay tonos medios, no existen las circunstancias, los
contextos ni las estructuras. Solo dos maneras de pensar, dos destinos
posibles: ser libre o ser esclavo del salario. Pero esa aparente
claridad es una trampa ideológica disfrazada de sabiduría práctica.
El
pensamiento binario es el refugio de las mentes que temen la
complejidad. Al lector agobiado por las deudas o el empleo mal pagado,
Kiyosaki le ofrece una fórmula mágica: cambia tu mentalidad y el dinero
llegará. No menciona los salarios mínimos, la desigualdad estructural,
la especulación financiera o los paraísos fiscales. Todo se reduce a una
simple elección moral: “piensa como rico, no como pobre”. La pobreza
deja de ser un fenómeno social y se convierte en un defecto de carácter.
Esta
estrategia no es nueva. Forma parte del discurso clásico del
neoliberalismo: desplazar la culpa del sistema hacia el individuo. Si
eres pobre, es porque no aprendiste a “hacer que el dinero trabaje por
ti”. Si fracasas, es porque aún piensas como “padre pobre”. Con ese
lenguaje moralizante, Kiyosaki disfraza la desigualdad de pereza mental y
convierte la riqueza en prueba de inteligencia. Es el triunfo del
pensamiento binario: un mundo donde el éxito se mide en cuentas
bancarias y el fracaso en conformismo.
Lo
peligroso es que este tipo de pensamiento produce una visión casi
religiosa del dinero. Divide a la humanidad entre los iluminados que
entienden “las reglas del juego” y los ignorantes que siguen atrapados
en la rutina del empleo. Pero el juego está amañado desde el principio.
El capital no se distribuye según la mentalidad, sino según el poder y
la estructura de oportunidades. En otras palabras: no basta con pensar
como rico si naces en un entorno que impide acumular capital o acceder a
educación financiera real.
Kiyosaki
simplifica la realidad hasta volverla caricatura. Y una caricatura
puede inspirar, pero también engañar. El lector sale convencido de que
la pobreza es solo una cuestión de actitud, cuando en verdad es el
resultado de siglos de desigualdad institucionalizada. Esa es la gran
trampa del pensamiento binario: creer que la mente crea la realidad,
ignorando que la realidad también moldea la mente.
El
discurso de Padre rico, padre pobre no invita a pensar; invita a
obedecer. No impulsa la crítica, sino la imitación. Al final, su
“rebelión” contra el sistema educativo se convierte en una nueva forma
de adoctrinamiento: el de la fe en el individuo autosuficiente,
despojado de toda solidaridad y rodeado de culpabilidad si fracasa.
ConclusiónLa
división entre padre rico y padre pobre no es una enseñanza: es una
simplificación peligrosa. No hay solo dos caminos en la vida, ni el
pensamiento financiero se reduce a mentalidades opuestas. La verdadera
libertad no nace de negar la complejidad, sino de comprenderla. Pensar
como padre libre —no rico ni pobre— implicaría reconocer que la
inteligencia económica comienza por entender la realidad social, no por
negarla.
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