Al-Ghazali: cuando el alma calla y Dios responde
Hubo
un tiempo en que Abu Hamid al-Ghazali lo tenía todo. Maestro de
teología, jurista brillante, filósofo refinado, venerado por las cortes y
temido por sus rivales. Era el hombre que tenía las respuestas… hasta
que un día, las respuestas dejaron de tener sentido.
Una
noche, el silencio lo envolvió. La duda entró por su pecho como una
sombra. Las palabras que antes iluminaban ahora lo vaciaban. Se quebró. Y
en medio del prestigio, perdió su voz.
> “No podía hablar. La lengua se me secaba. No podía enseñar, no podía escribir. Dios me arrancó de mí mismo.”
Lo
dejó todo. Abandonó la cátedra, el poder, el aplauso, y partió solo.
Viajó por el mundo como un desconocido, buscando no el conocimiento,
sino la verdad que no se dice con palabras. Recorrió Damasco, Jerusalén,
La Meca. Ayunó, lloró, se silenció. Descubrió que no se encuentra a
Dios acumulando ideas, sino dejando caer el yo como un manto viejo.
El despertar de la verdad
De
su derrumbe nació su obra más honda: El resplandor de la ciencia de la
religión (Iḥyāʾ ʿulūm al-dīn), donde unificó la ley con el corazón, la
sabiduría con la experiencia viva. Y comprendió que el islam no era un
sistema, sino una vía del alma hacia lo eterno.
> “El conocimiento que no produce temor y amor a Dios es una carga más para el alma.”
Su
enseñanza no fue renunciar a la razón, sino ponerla al servicio de la
experiencia interior. Al-Ghazali entendió que la mente es una lámpara,
pero solo el corazón puede encenderla.
El legado del que calló
Al-Ghazali
no fue poeta como Rumi, ni mártir como Hallaj, ni santa como Rabia. Fue
un hombre roto que se reconstruyó desde la nada. Su enseñanza es la del
sabio que un día deja de hablar… porque por fin ha empezado a escuchar.
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