Vivir como metáfora.
Porque lo literal asfixia.
Porque el mundo no cabe en definiciones ni credenciales.
Rechazamos la vida plana, recta y medida.
Elegimos el símbolo, lo que sugiere, lo que arde sin mostrarse.
Somos más que carne: somos significados cruzando cuerpos.
Morir como hipérbole.
Porque el final no es discreto,
porque si hemos de morir, que sea con el volumen al máximo.
Nos rehusamos a desaparecer como números que se borran.
Queremos estallar, ser tormenta,
morir como grito que desborda las páginas de esta historia absurda.
Renacer como paradoja.
Porque volver no es retroceder.
Renacer es romperse y no recoger los pedazos,
sino crecer entre ellos, distinto, imposible, nuevo.
Aceptamos la contradicción como patria.
El yo que fuimos ya no vuelve, pero nos habita.
Como onomatopeya del trueno.
Porque no pedimos permiso para sonar.
Porque somos ruido necesario, eco del caos.
Nuestra voz no busca armonía: busca presencia.
Somos estallido, somos fuerza que no se explica: se siente.
Hablar ya no basta. Hay que retumbar.
En un mundo de alegorías.
Porque el mundo no se dice: se interpreta.
Los poderosos quieren literalidad, claridad domesticada.
Nosotros elegimos el símbolo, el espejo roto,
la alegoría viva que revela lo que ocultan los dogmas.
Somos mitos con dientes.
No queremos tener la razón: queremos abrir los ojos.
Epílogo:Este no es un poema.
Es una declaración de existencia.
Una negativa a vivir como dictan los manuales.
Una afirmación de que, incluso rotos,
somos lenguaje que respira,
somos figuras que sangran,
somos humanos que aún imaginan.
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