viernes, 15 de noviembre de 2019

Sakura

La leyenda de Sakura comienza hace cientos de años en el antiguo Japón. Por aquel entonces los señores feudales libraban terribles batallas, en las que morían muchos combatientes humildes, llenando a todo el país de tristeza y desolación. Los momentos de paz eran muy escasos. No terminaba una guerra, cuando comenzaba la otra.
Pese a todo, había un hermoso bosque que ni la guerra había podido tocar. Estaba lleno de árboles frondosos que exhalaban delicados perfumes y consolaban a los atormentados habitantes del Japón antiguo. Por más combates que hubiera, ninguno de los ejércitos se atrevía a mancillar semejante maravilla de la naturaleza.
En aquel hermoso bosque había, sin embargo, un árbol que nunca florecía. Aunque estaba lleno de vida, en sus ramas nunca aparecían las flores. Por eso se veía desgarbado y seco, como si estuviera muerto. Pero no lo estaba. Simplemente parecía condenado a no disfrutar del color y el aroma de la floración.
Todo lo que sabemos del amor es que el amor es todo lo que hay”.
-Emily Dickinson-

Un toque de magia

El árbol permanecía muy solitario. Los animales no se le acercaban por miedo a contagiarse de su extraño mal. La hierba tampoco crecía a su alrededor por las mismas razones. La soledad era su única compañía. Cuenta la leyenda de Sakura que un hada de los bosques se conmovió al ver a aquel árbol que parecía viejo, siendo joven.
Una noche el hada apareció junto al árbol y con nobles palabras le hizo saber que quería verlo hermoso y radiante. Estaba dispuesta a ayudarle para que lo lograra. Entonces le hizo una propuesta. Ella, con su poder, haría un hechizo que duraría 20 años. Durante ese tiempo, el árbol podría sentir lo que siente el corazón humano. Tal vez así lograría emocionarse y quizás volvería a florecer.
El hada agregó que gracias al hechizo podría convertirse tanto en planta como en ser humano, indistintamente, cuando así lo deseara. Sin embargo, si al cabo de los 20 años no lograba recuperar su vitalidad y brillo, moriría inmediatamente.
sakura en flor

El encuentro con Sakura

Tal como el hada dijo, el árbol vio que podía convertirse en ser humano y volver a ser un vegetal cuando así lo quería. Probó a quedarse un largo tiempo como hombre, para ver si las emociones humanas le ayudaban en su propósito de florecer. Sin embargo, el comienzo fue una decepción. Por más que buscaba a su alrededor, solo veía odio y guerra. Entonces volvía a ser árbol durante una buena temporada.
Los meses fueron pasando y también los años. El árbol seguía como siempre y no encontraba entre los humanos nada que lo librara de su estado. Sin embargo, una tarde que se convirtió en humano, caminó hasta un arroyo cristalino y allí vio a una hermosa joven. Era Sakura. Impresionado por su belleza, el árbol convertido en humano se acercó a ella.
Sakura fue muy amable con él. Para corresponderle, él le ayudó a cargar el agua hasta su casa, que quedaba cerca. Tuvieron una animada conversación en la que ambos hablaron con tristeza del estado de guerra en el que se encontraba el Japón y con ilusión de grandes sueños.

El milagro del amor

Cuando la muchacha le preguntó cuál era su nombre, al árbol solo se le ocurrió decirle “Yohiro”, que significa “esperanza”. Los dos se hicieron muy amigos. Todos los días se encontraban para conversar, para cantar y para leer poemas y libros de maravillosas historias. Cuanto más conocía a Sakura, más necesidad sentía de estar a su lado. Contaba los minutos para ir a su encuentro.
árboles sakura en flor
Un día Yohiro no pudo más y le confesó su amor a Sakura. También le confesó quién era en realidad: un árbol atormentado, que ya pronto iba a morir porque no había logrado florecer. Sakura quedó muy impresionada y guardó silencio. El tiempo pasó y el plazo de los 20 años estaba por cumplirse. Yohiro, que volvió a tomar la forma de árbol, se sentía más triste cada vez.
Una tarde, cuando menos lo esperaba, Sakuro llegó a su lado. Lo abrazó y le dijo que ella lo amaba también. No quería que muriera, no quería que nada malo le pasara. Entonces, el hada apareció de nuevo y le pidió a Sakura que eligiera si quería seguir siendo humana, o fundirse con Yohiro en forma de árbol.
Ella miró a su alrededor y recordó los campos desolados por la guerra. Eligió entonces fundirse para siempre con Yohiro. Y se hizo el milagro. Los dos se convirtieron en uno solo. El árbol entonces, floreció. La palabra Sakura significaba “Flor de cerezo”, pero el árbol no lo sabía. Desde entonces, el amor de ambos perfuma los campos del Japón.

El Roble Triste

Érase una vez un hermoso jardín lleno de árboles y flores: manzanos, perales y muchos bellos rosales. Todos vivían y crecían felices y satisfechos. En el jardín se respiraba alegría…todos excepto un árbol que estaba profundamente triste: ¡No sabía quién era!
—“Te falta atención y concentración”, le decía el manzano. “Estoy seguro de que si pones todo tu interés, muy pronto podrás llenarte de hermosas y sabro­sas manzanas como las mías” Mírame, ¿Ves qué fácil es?
¡Qué tonterías! Decía el rosal, lo importante es ser bello como yo. Fíjate que rosas tan bonitas doy. Mira que colores. Deberías aprender a ser como yo. Además lleno el jardín de un aroma exquisito.
El árbol intentaba cada día parecerse a sus compañeros del jardín pero, ni conseguía manzanas ni rosas. Estaba triste y desesperado.
Un día llegó hasta el jardín una de las aves más sabías, un búho que se posó en sus ramas y, al sentir su tristeza le dijo:
¿Qué te pasa árbol? ¿Por qué estás tan triste?
Llevo toda mi vida dedicado a conseguir manzanas, rosas, a parecerme a mis compañeros del jardín y no lo consigo.
Tienes el mismo problema que muchos otros en la tierra. Han dedicado sus vidas a ser como los demás quieren que sean. ¿Quieres una solución?
¡Siiii!, por favor, contestó el árbol triste.
Se tú mismo, le dijo el búho, conócete, escucha tu voz interior.
El búho comenzó su vuelo y dejo al árbol sumido en una profunda reflexión:
—“¿Mi voz interior…? ¿Ser yo mismo…? ¿Conocerme…?”
Sin darse cuenta, el árbol cerró sus ojos, abrió su corazón y pudo escuchar:
—“Nunca darás manzanas, ni rosas porque no eres ni un manzano, ni un rosal. Tu fortaleza es crecer grande y majestuoso para dar sombra y cobijo a las aves, a los caminantes, como el roble que eres. Tu ramaje llena de belleza y tran­quilidad el paisaje. Dedícate a crecer frondoso y sano, esa será tu misión”.
A partir de ese momento, el roble se dedicó a ser roble y fue admirado y res­petado por todos y sobre todo, por sí mismo. El jardín entonces, estuvo comple­tamente feliz.

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