martes, 14 de octubre de 2025

 El río que nos separa: la reconciliación padre-hijo en Big Fish


Big Fish es, en el fondo, una historia de amor no correspondido entre un padre y su hijo. No porque falte cariño, sino porque faltan palabras verdaderas, gestos claros, encuentros sinceros. La película de Tim Burton es una meditación sobre ese abismo que a menudo se abre entre padres e hijos: uno narra demasiado, el otro ya no quiere escuchar.

Edward Bloom es un hombre que se cuenta a sí mismo en términos fabulosos, como si la realidad fuera insuficiente para abarcar la grandeza que siente que lleva dentro. Su hijo Will, periodista, busca todo lo contrario: hechos, detalles, certezas. Pero el verdadero conflicto no está solo en la forma de contar, sino en lo que no se dice. Edward nunca se muestra vulnerable, nunca se baja del escenario. Will no logra verlo como un ser humano de carne y hueso, y por eso siente que no lo conoce.

Este desencuentro genera resentimiento. Will, ya adulto, está por convertirse en padre, y es ahí cuando comienza a revisar la herencia emocional que ha recibido. Se pregunta qué hacer con ese legado de exageraciones, ausencias y silencios. ¿Debe rechazarlo, repetirlo, reinventarlo?

La enfermedad terminal de Edward funciona como el catalizador de la reconciliación. La cercanía de la muerte obliga a detener las máscaras, a mirar de frente. Pero no es Edward quien cambia: es Will quien comienza a comprender que las historias de su padre no eran un simple acto de vanidad o evasión, sino su manera de existir, de resistir la mediocridad, de aferrarse a lo maravilloso.

Cuando Will acepta esto, ocurre el giro: ya no busca “la verdad objetiva”, sino que le concede a su padre el último deseo de ser narrado como él vivió: envuelto en leyenda. En esa escena final, donde Will inventa la muerte de Edward como una historia fantástica, no sólo lo comprende: lo honra.

La reconciliación, entonces, no es un acuerdo racional. Es un acto de amor narrativo. Will entiende que hay múltiples formas de conocer a alguien, y que a veces lo más verdadero no se encuentra en los hechos, sino en la forma en que alguien elige ser recordado.

En este sentido, Big Fish es profundamente humana: nos recuerda que la relación entre padres e hijos no siempre se basa en la claridad, sino en la disposición a mirar más allá de lo evidente. Y que a veces, para sanar, hay que aceptar que no tendremos todas las respuestas. Lo que sí podemos tener es una historia compartida que, aunque no sea perfecta, se vuelve verdadera por el amor con que se cuenta.


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