La relación misteriosa y sutil entre un
gato y aquel que puede quererlo y alimentarlo (pero nunca es su dueño),
por algún motivo extraño relacionado seguramente con la naturaleza
felina, no hace más que profundizarse cuando la parte humana del vínculo
se dedica a escribir. De Mark Twain a Hemingway y de Cortázar a
Murakami, la relación es tan importante que Osvaldo Soriano llegó a
decir que "un escritor sin gato es como un ciego sin lazarillo".
No son pocas las veces que los gatos
hacen el salto a las páginas y se convierten en musa y protagonista –es
el caso de Beppo, el gato de Borges con nombre de personaje de Lord
Byron, que tiene un poema en su haber. Pero hay ocasiones en las que la
profundidad del silencio con el que caminan sobre superficies sobre las
que ningún mamífero con sistema nervioso debería transitar y el
recorrido misterioso, claro, de su mirada hasta llegar a la mirada de
aquel que nunca debe considerarse dueño de un animal tan arrogante son
retratados con surrealismo etéreo y precisión absoluta –la mejor
combinación posible al tratarse de gatos domésticos, esos animales que
de acuerdo a Neil Gaiman nos protegen de los demonios de la noche. Estos
son algunos retratos.
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