12 escenas de la vida en el barrio de las Letras durante el Siglo de Oro
"Nunca en la historia de la cultura universal se dio tanta concentración de talento en cuatro o cinco calles", escribió Arturo Pérez-Reverte en su blog en 2009 sobre el barrio de las Letras en Madrid. "Si un barrio con semejante pedigrí hubiera estado en Londres o París, todo el lugar sería hoy un inmenso museo al aire libre cuajado de bibliotecas, placas conmemorativas, monumentos y autobuses con turistas. Pero donde está es en Madrid. Capital de España, o de lo que sea este puticlub de carretera. Así que pueden imaginar la diferencia", añadió en 2011.
Para unos cuantos madrileños, otros tantos turistas y algunos estudiantes Erasmus esta zona se vertebra en torno a la calle Huertas, es decir, alrededor de sus tapas, cañas y copas cualquier día de la semana a cualquier hora. Desde hace unas semanas la que fuera la periferia de Madrid en el Siglo de Oro se conoce como lugar donde han encontrado a Miguel de Cervantes. En realidad el autor deEl Quijote llevaba en el Convento de las Trinitarias desde 1616, pero el hallazgo ha servido para recuperar y reivindicar la tradición cultural del barrio.
Cervantes no era el único que paseaba por estas calles y creaba en una de sus casas. El territorio que encierran el Paseo del Prado, la plaza de Jacinto Benavente, la calle Atocha y la carrera de San Jerónimo fue habitado por Lope de Vega, Quevedo, Góngora, y tiempo después por Zorilla, Valle-Inclán o Gustavo Adolfo Bécquer, entre otros, a los que se sumaban visitantes ilustres y habituales como Ramón y Cajal o Benito Pérez Galdós. "Durante tres siglos fue el barrio de los artistas", dice Juan Carlos González, responsable de Carpetania, una agencia dedicada a organizar rutas culturales por Madrid. "Tenía mala fama por ser el lugar donde vivían los artistas, personas de poca misa y menos rezo, gentes con una vida un tanto desordenada".
Si la identificación de los restos de Cervantes servirá de acicate para convertir el barrio de las Letras en el Trastévere o en el Montmartre madrileño es un misterio que ni la propia alcaldesa, ya de salida, Ana Botella, se atreve a desvelar. EnVerne recordamos con la ayuda de Juan Carlos González, experto de tanto pateo y estudio, y tras visitar la Casa-Museo de Lope de Vega cómo fue el barrio de las Letras antes de convertirse en el lugar predilecto para las despedidas de soltero (y todo lo que esta celebración conlleva) en Madrid.
1. "Miguel de Cervantes no era el vecino más famoso del barrio, era Lope, el único escritor con casa propia y una legión de fans que le lanzaban piropos por la calle. Se decía que en las casas del barrio además de una talla de un Cristo se ponía un retrato del escritor", cuenta González.
2. La vivienda de Lope de Vega, que definía como "mi casilla, mi quietud, mi güertecillo y estudio", es una espectacular casa de tres plantas y un jardín con árboles donde reina un naranjo. En este lugar vivió los últimos 25 años de su vida. Tras la muerte de su segunda esposa Juana de Guardo se ordenó sacerdote y suavizó su fama de seductor.
3. La de Lope es una casa a la malicia, es decir, tanto la distribución de las ventanas en la fachada como la de las habitaciones servían para evitar la regalía de aposento, la obligación de alojar a un funcionario del rey, en la mayoría de los casos, un soldado. Lope de Vega consiguió eludir el pago del impuesto y al huésped durante algún tiempo. Finalmente tuvo que alojar a Alonso Contreras, el soldado que inspiró la saga Alatriste y a uno de los protagonistas de la serie El ministerio del tiempo de TVE.
4. En la calle León se reunían los agentes de los actores en el conocido mentidero de los representantes donde además de hablar de contratos y obras de teatro se difundían otro tipo de rumores. En este lugar se cocinó la mala fama de Cervantes y su enemistad con Lope. "Ellos eran conscientes del pique, era algo así como el Real Madrid contra el Atlético de Madrid", dice González. "De hecho Lope organizaba tertulias en su jardín y nunca invitaba a don Miguel".
5. La fama de Lope de Vega en el barrio estaba relacionada con su éxito teatral. "La mayoría de sus obras se estrenaban en el Corral del Príncipe, el actual Teatro Español", recuerda González. "Las de Cervantes eran más intelectuales y no conseguían tanto público. Ahora se le recuerda sobre todo por la novela, pero a él le hubiera gustado que le recordaran por sus obras teatrales".
6. Al teatro se iba a pasar el día, las obras podían durar jornadas enteras. Las mujeres se situaban en la cazuela y los hombres de pie. "Ellos iban a verlas a ellas", asegura el experto. Durante las funciones se podía comer, lo que acarreaba un peligro: "Si la pieza era aburrida acababan lanzando todo tipo de cosas a los actores, en aquel momento era un oficio casi peligroso, el público podía boicotear obras, autores y actores".
7. La otra pareja de enemigos la formaban Quevedo y Góngora. Se arrojaban versos maliciosos y verbos más crueles por la calle. "Góngora llamaba a Quevedo la culta latiniparla por pedante y por el tipo de tecnicismos que usaba", recuerda González. "Quevedo contratacaba diciéndole que dormía en latín y soñaba en griego". Pero la mayor venganza llegó cuando Quevedo empezó a extender el rumor de que iba a echar a su enemigo de su casa. Y lo cumplió. "Compró el piso con el bicho dentro", dice el experto. No consta ni que se trasladara a su nueva vivienda, pero consiguió que al pobre (literalmente) Góngora lo desalojaran.
8. Al barrio de las Letras también se le conoció como el barrio de las huertas. Algunos vecinos aprovecharon la zona de umbría del actual paso del Prado (esa zona era campo) para plantar árboles frutales. Los huertos desaparecerán en el siglo XVIII.
9. Otro de los refranes con el que se identificaba a este barrio era: "En la calle Huertas hay más putas que huertas". La zona estaba llena de tabernas y mesones, era el centro de ocio de la ciudad. También había unas cuantas mancebías legales que lo convertían en el barrio rojo del Siglo de Oro. "A las prostitutas las llamaban las hermanas de Venus porque proporcionaban amor y venéreas", explica González. Gozaban de sus servicios los soldados de Flandes en su descanso en la capital lo que ayudaba a extender nuevas enfermedades que se traían del frente.
Para paliar las epidemias se creó un hospital especializado en venéreas en la glorieta de Antón Martín, en el límite del barrio. "En la película Alatriste, Ariadna Gil muere por una de estas infecciones en este centro", cuenta González.
Los soldados no eran los únicos que acudían al barrio para visitar a las prostitutas, Galdós y Ramón y Cajal también pagaban por sus servicios. "Al nobel también le gustaba la carne", ríe el experto.
10. Cuando terminaban de disfrutar de los placeres de la carne escritores, actores, toreros como Luis Miguel Dominguín y Manolete, y demás artistas se reunían en lugares como El Parnasillo, el bar más cutre de Madrid, el del Teatro Español o en la fonda de San Sebastián que después se convirtió en un palacio. Practicaban la charla y la conspiración contra el Gobierno, que como ahora, consideraban que les acribillaba a impuestos.
11. Una de las costumbres de las mujeres del barrio era ir a misa de 11, la misa de las marías, la liturgia a la que acudían las actrices, las famosas de la época. Era el momento del día favorito de las vecinas porque así podían cotillear y copiar los vestidos de sus ídolas. "Otra de las anécdotas llegaba en el momento del rezo", dice González, "se arrodillaban y decían: 'Creo en Dios' y luego bajaban la voz y terminaban: 'y en Lope de Vega en el cielo y en la tierra".
Las iglesias del barrio eran también el sitio al que acudir a ligar. Los jóvenes no se conformaban con intercambiar miradas, así que, según relata Juan Carlos González, cuando ellas se acercaban a la pila bautismal para santiguarse ellos metían la mano al mismo tiempo para rozarse. "Hacían deditos en templos como la iglesia de Medinacelli", apunta.
12. Los nombres de las calles cambiaron con los siglos. La calle del mentidero era también la calle León en la que por un par de maravedíes se podía ver a esta fiera en una jaula en casa de uno de los vecinos. La actual calle Lope de Vega se llamaba Cantarranas porque se escuchaban croar a estos animales. Cervantes fue la calle Francos porque varios franceses tenían allí casa.
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