Toda biblioteca es un laberinto, nos diría Borges.
Pero no sólo la biblioteca completa, sino cada apar¬
tado de ella, cada anaquel y hasta cada uno de los
libros. Es de lo más fácil perdernos en ellos. Fue por
la "locura de los libros" que Alonso Quijano salió a
los campos de la Mancha a alancear molinos de viento
y que el Nazarín, de Pérez Galdós, se creyó con¬
temporáneo de Cristo. La tragedia de Madame Bovary
no hubiera ocurrido si el personaje de Flaubert no
intentara parecerse a las heroínas de las novelistas
románticas que leía con avidez. Cuenta Cortázar que
cuando era adolescente le diagnosticaron una grave
anemia y que el médico anotó en la receta, junto
con las vitaminas y las inyecciones: "quedan estric¬
tamente prohibidos los libros", con lo cual, claro, le
crearon una mayor obsesión por ellos (y la anemia
casi se le vuelve perniciosa).
Cuidado con tomar lo que dicen los libros al pie
de la letra, creer que la vida es como ellos la des¬
criben y la califican. Recuerda siempre aquello de
San Pablo de que la letra mata y el espíritu vivifica.
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