BOSTON. A los nueve años de edad y huérfano por el genocidio étnico. Vivía en un auto quemado en un depósito de basura ruandés donde rebuscaba comida y ropa. De día, era un mendigo callejero. No se había bañado en más de un año. Cuando una empleada de una organización de caridad estadounidense, Clare Effiong, visitó el depósito un domingo, otros niños se dispersaron.
Sucio y hambriento, Justus Uwayesu se quedó en su sitio, y ella le preguntó por qué. “Quiero ir a la escuela”, respondió él. Bueno, se le cumplió su deseo. Este otoño, Uwayesu se inscribió como alumno de primer año en la Universidad de Harvard, un estudiante de beca completa que estudia matemáticas, economía y derechos humanos, y pretende obtener un título en ciencias avanzadas.
Ahora de unos 22 años – se desconoce su fecha de nacimiento _, pusiera ser, con jeans, un suéter y zapatillas deportivas, solo uno más de los mil 667 estudiantes de primer año aquí. Pero, por supuesto, no lo es. Es un ejemplo del potencial sepultado incuso en los sitios más sin esperanza de la humanidad, y un recordatorio de cómo rara vez se busca.
ESTUDIANTE DESTACADO
En los 13 años transcurridos desde que escapó del ardiente montón de basura que era su hogar, Uwayesu no simplemente ascendió a través de las máximas filas académicas de su nación. Como estudiante en Ruanda, aprendió inglés, francés, swahili y lingala.Supervisó el programa de mentores estudiantiles de su bachillerato. Y ayudó a fundar una organización de caridad juvenil que se extendió a bachilleratos en todo Estados Unidos, comprando seguros de salud a los estudiantes pobres y dando ayuda médica y escolar a otros.
Sin embargo, le asombran y divierten los hábitos y peculiaridades de un país extraño. “Probé la langosta, y pensé que era una gran pelea”, dijo. “Tienes que trabajar en ella para llegar a la carne”. ¿Y el sabor? “No estoy seguro de que me gustara”, dijo.
Recién llegado de un país dominado por dos grupos étnicos – la mayoría hutu y los tutsi, que murieron en masa con algunos hutus moderados en el conflicto de 1994 _, dice que le complace ver el crisol de nacionalidades y estilos de vida de Harvard. Le sorprendió agradablemente la aceptación displicente de los estudiantes abiertamente homosexuales – “eso es algo que no se ve en Ruanda” – y le contrarió encontrar mendigos sin hogar en una nación de otro modo tan rica que “uno no distingue entre quién es rico y quién no”.
Dice que sus cuatro compañeros de casa, provenientes de Connecticut, Hawái y lugares intermedios, le han ayudado a adaptarse a la vida en Boston. Pero sigue tratando de entender una cultura estadounidense que es más frenética y escandalosa que en su patria. “La gente trabaja duro por todo”, dijo. “Hacen las cosas rápidamente, y se mueven rápidamente. Te dicen la verdad; te cuentan sus experiencias y sus reservas.
En Ruanda, tenemos una forma diferente de hablar a los adultos. No gritamos. No somos revoltosos. Pero aquí, uno piensa independientemente”.
NIÑEZ LLENA DE TRAGEDIAS
Nacido en el área rural oriental de Ruanda en 1991, Uwayesu tenía solo tres años cuando sus padres, ambos granjeros analfabetas, murieron en una matanza de motivaciones políticas que causó la muerte de unas 800 mil personas en 100 días. Trabajadores de la Cruz Roja lo rescataron junto con una hermana y dos hermanos – otros cuatro hijos sobrevivieron en otras partes – y los cuidaron hasta 1998, cuando la creciente ola de niños sin padres obligó a los trabajadores a regresarlos a su aldea.
Llegaron cuando una sequía, y luego la hambruna, empezaron a apoderarse de su provincia natal. “Yo estaba desnutrido”, dijo Uwayesu. “Mi hermano me decía: 'Voy a buscar comida’, y luego regresaba sin ella. Había ocasiones en que no cocinábamos en todo el día”. En 2000, el joven Justus y su hermano caminaron hacia Kigali, la capital de Ruanda y una ciudad de alrededor de un millón de habitantes, en busca de comida y ayuda.
Sucio y hambriento, Justus Uwayesu se quedó en su sitio, y ella le preguntó por qué. “Quiero ir a la escuela”, respondió él. Bueno, se le cumplió su deseo. Este otoño, Uwayesu se inscribió como alumno de primer año en la Universidad de Harvard, un estudiante de beca completa que estudia matemáticas, economía y derechos humanos, y pretende obtener un título en ciencias avanzadas.
Ahora de unos 22 años – se desconoce su fecha de nacimiento _, pusiera ser, con jeans, un suéter y zapatillas deportivas, solo uno más de los mil 667 estudiantes de primer año aquí. Pero, por supuesto, no lo es. Es un ejemplo del potencial sepultado incuso en los sitios más sin esperanza de la humanidad, y un recordatorio de cómo rara vez se busca.
ESTUDIANTE DESTACADO
En los 13 años transcurridos desde que escapó del ardiente montón de basura que era su hogar, Uwayesu no simplemente ascendió a través de las máximas filas académicas de su nación. Como estudiante en Ruanda, aprendió inglés, francés, swahili y lingala.Supervisó el programa de mentores estudiantiles de su bachillerato. Y ayudó a fundar una organización de caridad juvenil que se extendió a bachilleratos en todo Estados Unidos, comprando seguros de salud a los estudiantes pobres y dando ayuda médica y escolar a otros.
Sin embargo, le asombran y divierten los hábitos y peculiaridades de un país extraño. “Probé la langosta, y pensé que era una gran pelea”, dijo. “Tienes que trabajar en ella para llegar a la carne”. ¿Y el sabor? “No estoy seguro de que me gustara”, dijo.
Recién llegado de un país dominado por dos grupos étnicos – la mayoría hutu y los tutsi, que murieron en masa con algunos hutus moderados en el conflicto de 1994 _, dice que le complace ver el crisol de nacionalidades y estilos de vida de Harvard. Le sorprendió agradablemente la aceptación displicente de los estudiantes abiertamente homosexuales – “eso es algo que no se ve en Ruanda” – y le contrarió encontrar mendigos sin hogar en una nación de otro modo tan rica que “uno no distingue entre quién es rico y quién no”.
Dice que sus cuatro compañeros de casa, provenientes de Connecticut, Hawái y lugares intermedios, le han ayudado a adaptarse a la vida en Boston. Pero sigue tratando de entender una cultura estadounidense que es más frenética y escandalosa que en su patria. “La gente trabaja duro por todo”, dijo. “Hacen las cosas rápidamente, y se mueven rápidamente. Te dicen la verdad; te cuentan sus experiencias y sus reservas.
En Ruanda, tenemos una forma diferente de hablar a los adultos. No gritamos. No somos revoltosos. Pero aquí, uno piensa independientemente”.
NIÑEZ LLENA DE TRAGEDIAS
Nacido en el área rural oriental de Ruanda en 1991, Uwayesu tenía solo tres años cuando sus padres, ambos granjeros analfabetas, murieron en una matanza de motivaciones políticas que causó la muerte de unas 800 mil personas en 100 días. Trabajadores de la Cruz Roja lo rescataron junto con una hermana y dos hermanos – otros cuatro hijos sobrevivieron en otras partes – y los cuidaron hasta 1998, cuando la creciente ola de niños sin padres obligó a los trabajadores a regresarlos a su aldea.
Llegaron cuando una sequía, y luego la hambruna, empezaron a apoderarse de su provincia natal. “Yo estaba desnutrido”, dijo Uwayesu. “Mi hermano me decía: 'Voy a buscar comida’, y luego regresaba sin ella. Había ocasiones en que no cocinábamos en todo el día”. En 2000, el joven Justus y su hermano caminaron hacia Kigali, la capital de Ruanda y una ciudad de alrededor de un millón de habitantes, en busca de comida y ayuda.