Las cosas malas que ocurren son repeticiones de cosas malas que siempre ocurrieron: guerra, racismo, maltrato de las mujeres, fanatismo religioso y nacionalista, hambre. Las cosas buenas que ocurren son inesperadas.
Inesperadas y aun así explicables por medio de ciertas verdades que de vez en cuando nos estallan en la cara y que tendemos a olvidar:
–El poder político –aunque sea un poder temible– es más frágil de lo
que pensamos. (Fíjense qué nerviosos están los que lo tienen.)
–Se puede intimidar a la gente común, se la puede engañar por un tiempo, pero en el fondo, la gente tiene sentido común y tarde o temprano encuentra la manera de desafiar al poder que la oprime.
–La gente no es naturalmente violenta o cruel o codiciosa, aunque se la puede llevar a ser así. Los seres humanos de todas partes quieren lo mismo: se conmueven cuando ven niños abandonados, familias sin techo, víctimas de la guerra; anhelan la paz, la amistad y el afecto más allá de las barreras de la raza y la nacionalidad.
–El cambio revolucionario no se presenta como un cataclismo
momentáneo (¡hay que cuidarse de los momentos de cataclismo!): es una
sucesión interminable de sorpresas, que se mueve en zig zag hacia una
sociedad más decente.
–No tenemos que involucrarnos en acciones grandiosas, heroicas para
participar del proceso de cambio. Los actos pequeños, cuando se multiplican por millones de personas, pueden transformar el mundo.
Tener esperanzas en tiempos difíciles no es una estupidez romántica.
Se basa en el hecho de que la historia humana no se refiere sólo a la crueldad sino también a la compasión, el sacrificio, el coraje, la bondad.
Lo que elijamos enfatizar en esta historia compleja determinará nuestras vidas. Si sólo vemos lo peor, lo que vemos destruye nuestra capacidad de hacer algo. Si recordamos los momentos y lugares –y hay tantos...– en los que la gente se comportó magníficamente, eso nos dará la energía para actuar, y por lo menos la posibilidad de empujar a este mundo, que gira como un trompo, en otra dirección.
Y si actuamos, por pequeña que sea nuestra acción, no tenemos por qué sentarnos a esperar que llegue un futuro grandioso y utópico. El futuro es una sucesión infinita de presentes y vivir ahora como pensamos que deberían vivir los seres humanos, a despecho de todo lo malo que nos rodea, es en sí mismo una victoria maravillosa.
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