‘El gringo loco’: el doctor de los campesinos de Cochabamba
El médico italiano Pietro Gamba trata de suplir al sistema sanitario público de Bolivia donde no llega
Hoy, este médico italiano de 64 años al que alguien llamó El gringo loco, ha vuelto de nuevo aquí solo para hacer una visita de cortesía a sus viejos amigos y, en cambio, ha acabado poniendo inyecciones a la anciana Gertrudis, que llevaba horas esperándolo sentada en la hierba, ante la puerta de René; le ha tomado la tensión a Florencia, que acaba de dar a luz en casa a su octavo hijo; ha revisado los pulmones de don José, un patriarca nonagenario que siempre lo llama Pedrito, y ha distribuido entre los niños pomadas para la sarna. Por último, se ha puesto hecho una furia en el centro de salud estatal por culpa de un tubo de agua que pierde desde hace dos años: el Gobierno se ha olvidado, y los pacientes tienen que vadear un reguero de barro bajo la mirada desinteresada de la única doctora, que pronto cogerá el permiso de maternidad, de modo que la gente de Challviri tendrá que volver a viajar hasta el hospital de Cochabamba, a tres horas en coche de aquí, para ver al médico. “¿Ves al Evo?”, así llama Pedro a Evo Morales, presidente de Bolivia. “Sobre el papel garantiza servicios a todos, pero la realidad es que los campesinos están abandonados”.
En 1987, pensando en los campesinos pobres y a
menudo analfabetos, el médico italiano creó un hospital de excelencia en
Anzaldo, un pueblo de 8.000 habitantes en el altiplano central
Pietro Gamba, que conserva la energía y el entusiasmo de un joven, siempre consigue cuadrar las cuentas de su hospital, gracias a una red de donantes privados y de amigos solidarios de Italia y Suiza. “Llámelo suerte, si quiere, yo prefiero llamarlo providencia”, sonríe. Y cuando, durante uno de sus viajes a Italia para visitar a la familia y conseguir fondos, oyó que lo comparaban con Albert Schweitzer, un pionero de la medicina misionera en África y Premio Nobel de la Paz, se asombró sinceramente: "No me suban tan alto: si luego caigo, me haré daño de verdad”. Para él, el mérito del éxito del hospital es de la gente de Challviri. Y de sus estrellas.
Todo empezó cuando Pietro tenía 20 años y dejó a su numerosa familia campesina y su trabajo de obrero en la fábrica, cerca de Bérgamo, en el norte de Italia, con el único fin de evitar el servicio militar. En aquella época, la ley italiana establecía penas de prisión para los que se negasen, por lo que buscó la ayuda de un amigo sacerdote, que le ofreció una solución: lo mandaría a Bolivia a condición de que el joven hiciese voluntariado en una de sus misiones. En 1975, Pietro Gamba embarcó rumbo a Sudamérica, adentrándose en la miseria profunda de Challviri durante tres años. “Ayudaba a la gente en el trabajo del campo y a construir la escuela”, dice. “Enseñaba español a los niños, que solo hablaban quechua, la lengua de los indios. Durante meses comí solo patatas, soporté el frío y la lluvia, mastiqué coca para aguantar la altitud, cogí la sarna y, a pesar de todo, aprendí a amar a la Pacha Mama, su Madre Tierra. Me apasionó esta comunidad compacta, solidaria, entregada a los valores de respeto, trabajo duro, honestidad absoluta. Andaba durante 12 horas hasta la ciudad y traía aquí medicinas. Un día me pidieron que curara el brazo quemado de un niño. El curandero, el santón local, lo había embadurnado de estiércol: yo, sin saber medicina, limpié la herida y apliqué una pomada. Funcionó. Empezaron a llamarme doctor, pero seguía siendo solo un obrero”. Cuando una epidemia de sarampión mató a muchos niños, una noche, mientras miraba las estrellas, Pietro sintió que se le cruzaba un pensamiento descabellado: “¿Y si me convirtiera en un médico de verdad para ayudar a estos indefensos? Cuanto más huía de la idea, más dentro se me metía. Fue una decisión muy difícil. El único consuelo me venía de las estrellas, de esa inmensidad inalcanzable: me susurraban que todo en la vida tiene un sentido, y que no eres tú quien lo determina”.
La Fundación Pietro Gamba es el punto sanitario
de referencia para 100.000 personas entre el departamento de Cochabamba y
el alto Potosí
Los equipos de diagnóstico son de segunda mano, procedentes de los hospitales italianos, en muy buenas condiciones. El laboratorio de análisis es el reino de Macchi, la incansable esposa de Pietro: Margarita Torrez, boliviana de Oruro. Otra historia de amor florecida en Challviri donde ella, estudiante de bioquímica, acabó durante una excursión con amigos. “Nuestra boda, en 1991, la organizó la gente de Anzaldo”, recuerda Margarita. Es ella la que se asegura de que se trate a los pacientes con amabilidad y respeto, sin hacer distinciones entre ricos y pobres. Y ella la que lima las asperezas del carácter de Pietro, que es impulsivo y alérgico a la paciencia. Silvia, la mayor de sus cuatro hijas, estudia medicina y quién sabe si en un futuro ocupará el lugar de su padre.
En el hospital de Anzaldo, la sala de espera es una paleta de mujeres con mantas aguayo sobre los hombros, sombreros de paja de ala ancha adornados con flores artificiales y blusas bordadas. Una de ellas llora porque su sexto hijo nació con labio leporino y es incapaz de succionar la leche de su pecho: Pietro la tranquiliza, le dice que alimentarán artificialmente al bebé, que luego lo operarán, y que no se verá obligada a dejarlo morir, como el médico ha visto hacer a tantas madres desesperadas. Pero Pietro está preocupado por un caso más grave: Raúl, un niño de 10 años con una osteomielitis que le ha dejado la pierna izquierda más corta. “El padre no confía en nosotros, prefiere al curandero tradicional. He reunido a toda la comunidad para que lo convenza de que me permita operarlo, pero no ha cedido”. Aún hoy, después de haber pasado toda una vida en este altiplano, de hablar quechua con fluidez y de conocer íntimamente el carácter de los campesinos, Pietro choca contra muros culturales, que son los que hacen más daño. “También antes la gente pensaba que la enfermedad de Chagas era provocada por una figura diabólica que llega por la noche para sacar la grasa del recto de la víctima y hacer hostias de misa, en una mezcla de cristianismo y espiritismo. Pero ahora todos saben que es una enfermedad que se puede tratar. Con el padre de Raúl no he sido capaz de superar la barrera de la superstición”.
Además de la falta de medios y la pobreza, una
de las grandes barreras es la cultural: muchas veces las supersticiones
privan a los enfermos de tratamientos que podrían curarles
http://elpais.com/elpais/2017/01/31/planeta_futuro/1485870720_732109.html?id_externo_rsoc=FB_CM_INT
No hay comentarios:
Publicar un comentario