En París vivió con hombres y mujeres. Allí trabajó para la revista Cuadernos
y para algunas editoriales francesas; tradujo a Antonin Artaud, Henri
Michaux, Aimé Césaire e Yves Bonnefoy; estudió historia de la religión y
literatura francesa en la Sorbona. Se hizo amiga de Julio Cortázar,
Rosa Chacel y Octavio Paz. Este último le escribió el prólogo de Árbol de Diana (1962),
su cuarto poemario. Dijo que el libro era "la cristalización verbal por
amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana en una disolución de
realidad sometida a las más altas temperaturas" y que el producto no
contenía "una sola partícula de mentira". Dijo que era "una higuera
mítica", dijo que muchos no lo entenderían.
Se suicidó a los 36 años, con 50 pastillas de Seconal. Por fin salió de su Infierno musical -que
sólo era la vida-. De sus silencios sordos, de sus noches con colmillos
de lobo, de sus licores furiosos. Quería morir "como muere un animal
pequeño en los cuentos para niños -eso tan terrible lleno de
hermosura-". Y se fue en medio de ese intento suyo de "explicar con
palabras de este mundo / que partió de mí un barco llevándome".
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