Por ese motivo acudí a la entrevista con cierta prevención, aunque al terminarla me di cuenta de que me encontraba ante un filósofo de verdad que en todo momento se esforzaba en clarificar las cuestiones, en matizar su postura y en hablar con seriedad y rigor, y no ante el típico gurú que solo transmite fórmulas gastadas. Me cautivó su “humanismo espiritualista”, su talante ecuménico (me hizo ver que los dos estábamos “en el mismo bando”, aunque él prefiera denominarse espiritualista y yo ateo) y su profundo espíritu crítico hacia las cuestiones religiosas (como lo haría cualquier otro autor laico o ateo). Creo que son necesarios filósofos “creyentes” (y lo escribo entre comillas porque su posición no se corresponde exactamente con la del teísta convencional) como él, de talante pascaliano, que defiendan una espiritualidad abierta, alejada de la ortodoxia y de los caminos trillados. Nos hacen falta espíritus heréticos y sutiles, ahora que ya no están con nosotros Unamuno, Aranguren o García Calvo. Aunque no es tan conocido en nuestro país como otros filósofos franceses con los que comparte muchas cosas (como su devoción por Montaigne, Spinoza o los estoicos, y su dimensión literaria), sus análisis son al menos tan interesantes como los de Comte-Sponville, Luc Ferry o Roger Pol-Droit. Si tuviéramos que resumir su postura en un sola frase, nos quedamos con ésta de Las metamorfosis de Dios, donde anuncia cómo será la espiritualidad en el futuro: “El escepticismo de Montaigne (creer, pero sin certezas) parece ser el horizonte de lo religioso en la modernidad”.
¿Por qué un filósofo escribe una novela como El alma del mundo, que habla sobre lo que pueden ofrecernos hoy las religiones?
Hace mucho tiempo que decidí irme de la universidad para no ser prisionero del sistema universitario, en el que uno está siempre obligado a decir cosas muy difíciles y serias que solo leen unas pocas personas. Tenía ganas de transmitir conocimientos a un público más amplio y de hacer más accesible la filosofía, la espiritualidad y la sabiduría a mucha más gente, que hoy se plantea cuestiones en un mundo cada vez más complejo, en el que ya no hay certezas, solo hay preguntas. Yo me planteo muchas preguntas y comparto mis investigaciones con un público cada vez más amplio, y lo hago de diversas maneras: a través de ensayos, novelas, obras de teatro, cómics, programas de radio... Me interesa todo tipo de formatos que me permitan plantear las grandes cuestiones sobre el hombre (que para mí son casi perennes) que aborda la filosofía: ¿Qué es la felicidad? ¿Qué es una vida buena? ¿Qué es una vida realizada? ¿Cómo estar en paz con uno mismo y el mundo? Todas las cuestiones que se plantearon los filósofos griegos y atraviesan toda la historia de la humanidad, no solo de la filosofía occidental, sino también de la oriental.
Todo empezó con la figura de Sócrates, cuando su padre le dio a leer El banquete de Platón con 13 años.
Sí, fue el punto de partida de mi investigación filosófica. Con 12 o 13 años me planteaba: ¿Por qué estoy en el mundo? ¿Tiene algún sentido la vida? Cuando leí a Platón me di cuenta de que esas preguntas atravesaban los diálogos socráticos, y eso me llevó a leer la Carta a Meneceo de Epicuro, que me deslumbró, lo que me condujo después a la Ética a Nicómaco de Aristóteles, a los estoicos como Epícteto y Marco Aurelio y a una serie de filósofos que se planteaban las mismas preguntas que se hacía un adolescente que trataba de reflexionar sobre su vida.
Poco después descubrió el budismo...
Para mí, el budismo es la expresión filosófica más grande de Oriente. Mientras leía los filósofos occidentales en mis estudios universitarios de filosofía, me preguntaba dónde se encontraba el pensamiento oriental. Me di cuenta de que el budismo era una de las cimas del pensamiento oriental, un pensamiento que descansa sobre la razón y la experiencia. Y esa fue la razón de apasionarme por el budismo y de que después escribiese sobre él mi tesis de doctorado, El budismo y Occidente: trata sobre la manera en que los occidentales han comprendido y asimilado el budismo, y en el fondo es una forma de hacer que dialoguen la filosofía budista y la occidental.
Cuando usted tenía 19 años, un amigo le convenció para que leyese los evangelios, y eso supuso para usted una gran conmoción, que le hizo llorar varias horas. De ahí que considere a Jesús como un filósofo y un maestro de vida, al mismo nivel que Sócrates o Buda. ¿Cómo puede Jesucristo ser considerado un filósofo?
En un primer momento fue sobre todo con el pensamiento como hice mi trabajo personal, y después el budismo me condujo a un trabajo más interior, más existencial, en el sentido de un ejercicio espiritual. El budismo me permitió hacer, gracias a la meditación y a la introspección, todo un trabajo interior. Y después llega una tercera etapa, cuando leo los evangelios por vez primera a los 19 años (en mi infancia no me había interesado la religión católica) y eso significa para mí una gran conmoción, pues me seduce enormemente la persona y el mensaje de Jesús, y su presencia me llega al corazón. Y es que no puedo decir que Sócrates o Buda me llegasen al corazón, solo hablaban a mi inteligencia y mi mente. En este caso se da una dimensión afectiva que es muy presente; me llega muy fuerte el mensaje de los evangelios y me doy cuenta de que es un mensaje que quiero vivir. Las cosas que dice sobre la fragilidad, la humildad, la pequeñez frente al poder y la grandeza, la atención que brinda a cualquier ser humano; todo eso me pareció extraordinario y me impactó mucho. En este sentido, me he convertido en un discípulo de Cristo, aunque no soy un católico practicante, no creo en los dogmas ni en la revelación, pero me adhiero a la persona y al mensaje de Cristo.
En el epílogo a su libro Dios dice: “puedo llamarme cristiano y celebrar el Sabbat con mis amigos judíos o alabar a Alá con mis amigos musulmanes”. ¿Cómo concilia esto?
Yo creo que hay un misterio en la vida y en el universo, y a mí me conmueve enormemente ese misterio; puedo amarlo de manera positiva, pero no creo que Dios se nos revela en la Biblia o en el Corán. En este sentido no soy un cristiano, al menos no tal como lo entienden los judíos, los cristianos y los musulmanes, porque ellos creen en un Dios personal que se revela a los hombres a través de sus libros sagrados, y yo no creo en eso. Yo creo que existe una trascendencia, una fuerza superior que llamamos “Dios”, pero no creo que se revele de manera especial a través de ningún libro; pienso que todos los seres humanos están habitados por esta fuerza superior, esta gracia. Para mí hay múltiples revelaciones; los budistas también pueden ser tocados por este misterio, igual que los cristianos o los musulmanes. En este sentido no podemos decir que soy “un creyente”, pero a diferencia de Onfray o Comte-Sponville, yo no soy materialista, soy espiritualista. Estoy más próximo a Spinoza, y como él, soy panteísta: creo que hay un espíritu o fuerza que anima el universo y tiendo a espiritualizar el mundo más que a materializarlo. Creo que hay algo que nos trasciende, que hay una vida tras la muerte, y que la consciencia no se acaba aquí. No creo que esta resida en el cerebro, creo que las experiencias cercanas a la muerte son ciertas. En este sentido soy espiritualista, pero no soy un creyente religioso, no creo en una revelación particular.
¿Eso no sería como ser ateo? A Spinoza se le suele considerar un pensador ateo. ¿Qué es ser ateo? Si usted dice que no existe un Dios personal y creador, puede que yo esté de acuerdo, aunque no lo sé... Pero sí sé que existe un sentido de la vida, un alma del mundo. No creo que existan las cosas por azar: hay algún tipo de trascendencia al mundo o un sentido que no es únicamente producto del azar, pero no creo necesariamente en un Dios personal y creador. Yo me definiría como un no materialista, pero no me definiría como teísta.
Me ha gustado mucho un pequeño diálogo al final del Breve tratado de la vida interior donde Sócrates discute con un periodista francés que dijo en la televisión que, si a los 50 años uno no tiene un Rolex, es porque ha fracasado en la vida. Yo no tengo un Rolex, ¿soy entonces un fracasado?
Lo importante es la riqueza interior de los individuos. Me esfuerzo personalmente por enriquecer mi vida con el conocimiento y el trabajo sobre mí mismo. El enriquecimiento exterior no es importante, pues ha habido periodos en mi vida donde no he tenido tanto dinero, donde he vivido de manera muy sencilla y, sin embargo, era muy feliz. Y hoy gano mucho más dinero y eso no me hace más feliz. Lo que enriquece mi vida no son principalmente los objetos, sino la calidad de las relaciones que yo tengo conmigo mismo, con los otros y con el mundo.
En esa misma obra comenta un ejercicio espiritual de la muerte que usted practica todos los días. ¿En qué consiste?
Intento vivir todos los días como si fuera el último. Me digo por la mañana cuando medito que puede que muera esa tarde. Intento vivir ese día con plena conciencia, fiel a mis principios filosóficos, prestando atención a la vida y también a todo lo que pueda darme placer (en este sentido, soy un epicúreo), aprovechando todos los placeres que la vida nos puede dar, pero aceptando los obstáculos y dificultades, y esforzándome en amar la vida como es.
En su libro Cristo filósofo afirma que sin Cristo no habría hoy derechos humanos...
Normalmente se ha opuesto el cristianismo a la modernidad y tenemos la sensación de que los derechos del hombre nacieron contra el catolicismo. Y eso es cierto y falso al mismo tiempo. Es cierto que la Iglesia católica se ha opuesto a la modernidad, los derechos humanos, el espíritu crítico, la ciencia, etc.; es cierto, pero no podemos reducir el cristianismo a la reacción de las instituciones, es decir, a lo que ha hecho la Iglesia católica en el Renacimiento, al juicio contra Galileo, etc. El cristianismo es mucho más profundo: es una corriente de pensamiento que ha marcado a Europa y que le ha dado ideas muy profundas: de libertad interior, igualdad e incluso de búsqueda de la verdad que han impregnado toda la historia de Europa y que en cierta forma nos condujeron al Renacimiento. El Renacimiento no es más que el fruto del redescubrimiento de los filósofos griegos. ¿Por qué los renacentistas tenían ganas de leer otra vez a los filósofos griegos? Porque estaban impregnados de ese espíritu de los evangelios que nos ha conducido a la modernidad. El espíritu de los evangelios es algo revolucionario, aunque ha sido olvidado por las instituciones, que han tergiversado sus enseñanzas. Y cito a Kierkegaard, quien dice que la religión católica es una subversión del evangelio, mientras que el mensaje de Jesús es el contrario. Durante todo el periodo de la cristiandad el evangelio ha sido olvidado, aunque ha vuelto con fuerza en el Renacimiento, sobre todo con autores como Erasmo, Pico de la Mirándola y Montaigne, que han reivindicado los grandes principios del mensaje ético de Cristo y han favorecido los derechos humanos. Y creo que si los derechos humanos han nacido en Occidente y no en China o en el Imperio Otomano es porque Occidente ha estado profundamente influido por estos principios evangélicos.
¿Qué tiene el evangelio de revolucionario?
Es una inversión de los valores mundanos tradicionales. En un mundo que valora la jerarquía entre los individuos, la desigualdad, la dominación, el éxito y la eficacia, los valores evangélicos son lo contrario: el elogio de la fragilidad, la debilidad, el amor frente a la ley, la igualdad entre los hombres. Jesús dice que todos los seres tienen la misma dignidad frente a Dios, que no hay nada que nos permita establecer una jerarquía entre los individuos. Y es un mensaje que no ha envejecido.
En El alma del mundo, propone una fábula entre siete personajes de distintas tradiciones espirituales que intentan encontrar un sabiduría común a todas. ¿Cree que es posible un acuerdo entre las diversas tradiciones religiosas?
Las religiones son irreconciliables entre sí en el plano de las creencias, los dogmas y los rituales, pero en el de la experiencia interior tienen muchos puntos en común. Le doy un ejemplo que me ha inspirado este cuento. Hace 10 años me las arreglé para que un lama tibetano dialogase con un monje benedictino durante una semana, y cuando hablaban de creencias, dogmas o doctrinas, no se entendían, pero cuando hablaron de su experiencia personal se entendían en todo. Cuando hablaban de la interioridad, la meditación, el combate espiritual, el dominio de las emociones, la compasión, el silencio, etc., se dieron cuenta de que usaban las mismas técnicas y métodos, de que hacían exactamente las mismas cosas para llegar a los mismos resultados, esto es, para mejorarse. Y cuando comprendieron que vivían la misma experiencia interior, nació una amistad extraordinaria. Si los dogmas y las creencias son el producto de la cultura, hay una universalidad del espíritu humano que hace posible que una experiencia espiritual profunda pueda ser reproducible en otras personas. Lo que muestra que somos todos los mismos en nuestras aspiraciones, metas, nuestro combate, y que todos los que tienen una experiencia espiritual profunda puedan dialogar, pero los que simplemente están en el plano de los dogmas y los rituales no puedan nunca llegar al ecumenismo.
En este último libro cuenta la parábola de una madre a la que le permiten coger todos los tesoros que pueda de una cueva unos minutos antes de que su puerta se cierre, y cuando sale cargada con todo lo que ha podido recoger descubre, consternada, que se ha olvidado a su bebé dentro.
Es lo que nos pasa hoy. Estamos obnubilados por el mundo material, el confort y el placer que este puede darnos, pero olvidamos los tesoros del espíritu, la importancia del amor. Esta crisis económica, que tiene una dimensión trágica, puede ser una oportunidad para mostrarnos que podemos ser feliz con otros valores que no sean simplemente los valores materiales y los objetos. Así podríamos vivir otras experiencias: vivir en la naturaleza, con la gente que vive con nosotros, cultivar el arte, vivir de manera más sobria y descubrir que la felicidad no se encuentra fundamentalmente en lo material. Las cosas materiales nos ayudan, está claro, pero no es el elemento más importante.
¿Qué piensa de que en España se enseñe la religión católica en las escuelas?
Estoy totalmente en contra, porque implica introducir el catecismo en la escuela y eso implica que el Estado no es laico, sino católico. La religión debe ser transmitida por la familia. En la escuela debe transmitirse una moral universal, una ética para todos. He luchado para que se reintroduzca en Francia el civismo, para que podamos vivir todos juntos. Lo que habría que enseñar en la escuela es un conocimiento profundo y distanciado de las diferentes religiones, para que la gente pueda conocer tan bien su religión como la de los demás. En la escuela no debería enseñarse una sola religión.
El terrorismo islámico atenta en todo el mundo. ¿Debemos tener miedo del islam? ¿Es el fundamentalismo algo connatural a la religión musulmana?
Cuando se conoce bien la historia del islam se da uno cuenta de que ha habido periodos oscurantistas, pero también hay un islam ilustrado extremadamente inteligente. Un ejemplo de la historia de España: el islam de Andalucía. En el siglo IX, mientras que en Occidente teníamos al emperador Carlomagno, que solo hablaba una lengua, cuya biblioteca más grande tenía 2.000 libros y ninguna universidad, en Andalucía el Califa hablaba cinco lenguas, había 300.000 obras en las diversas bibliotecas de Córdoba y 17 universidades. El islam puede ser la luz y las tinieblas, la inteligencia y la ignorancia. Este ejemplo muestra que esta historia es larga, complicada, y tiene altos y bajos. Hay musulmanes ilustrados e inteligentes y musulmanes oscurantistas. No podemos generalizar. El conocimiento de la historia de las religiones permite adoptar una perspectiva más amplia y matizada.
¿Estaríamos mejor sin las religiones? Si sopesamos lo bueno y lo malo que nos han aportado, tengo la impresión de que el balance final es más bien negativo...
La religión nos ha dado lo mejor y lo peor. Entre lo peor está la intolerancia, el oscurantismo, la ignorancia..., pero es precisamente en las sociedades religiosas donde han aparecido Jesús, Buda o Francisco de Asís. La religión no solo ha impedido, también ha permitido que florezcan pensadores y místicos que han dicho cosas extraordinarias y han hecho progresar la sociedad. No creo que se deba decir de forma reduccionista que la religión solo ha aportado cosas malas (o solo buenas). La realidad es mucho más compleja.
Entonces ¿tiene futuro la religión?
La religión tal como es hoy (identitaria, dogmática, cerrada) es una reacción frente a la modernidad, al cambio, a la pérdida de puntos de referencia, y eso no puede durar mucho. Según los individuos progresan en conocimiento, libertad y espíritu crítico, prescindirán de este tipo de religión. A largo plazo, el futuro de la religión está en la espiritualidad. Lo que yo defiendo es la sabiduría, no la religión identitaria y dogmática, condenada a desaparecer.
❖ Gabriel Arnaiz