lunes, 31 de marzo de 2014

Quantum Physics

Nothing is solid: This is the world of Quantum Physics.

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Nobel Prize winning physicists have proven beyond doubt that the physical world is one large sea of energy that flashes into and out of being in milliseconds, over and over again.



Nothing is solid.

This is the world of Quantum Physics.
They have proven that thoughts are what put together and hold together this ever-changing energy field into the ‘objects’ that we see.
So why do we see a person instead of a flashing cluster of energy?
Think of a movie reel.
A movie is a collection of about 24 frames a second. Each frame is separated by a gap. However, because of the speed at which one frame replaces another, our eyes get cheated into thinking that we see a continuous and moving picture.
Think of television.
A TV tube is simply a tube with heaps of electrons hitting the screen in a certain way, creating the illusion of form and motion.
This is what all objects are anyway. You have 5 physical senses (sight, sound, touch, smell, and taste).
Each of these senses has a specific spectrum (for example, a dog hears a different range of sound than you do; a snake sees a different spectrum of light than you do; and so on).
In other words, your set of senses perceives the sea of energy from a certain limited standpoint and makes up an image from that.

It is not complete, nor is it accurate. It is just an interpretation.
All of our interpretations are solely based on the ‘internal map’ of reality that we have, and not the real truth. Our ‘map’ is a result of our personal life’s collective experiences.
Our thoughts are linked to this invisible energy and they determine what the energy forms. Your thoughts literally shift the universe on a particle-by-particle basis to create your physical life.
Look around you.
Everything you see in our physical world started as an idea, an idea that grew as it was shared and expressed, until it grew enough into a physical object through a  number of steps.
You literally become what you think about most.
Your life becomes what you have imagined and believed in most.
The world is literally your mirror, enabling you to experience in the physical plane what you hold as your truth … until you change it.
Quantum physics shows us that the world is not the hard and unchangeable thing it may appear to be. Instead, it is a very fluid place continuously built up using our individual and collective thoughts.
What we think is true is really an illusion, almost like a magic trick.
Fortunately we have begun to uncover the illusion and most importantly, how to change it.
What is your body made of?
Nine systems comprise the human body including Circulatory, Digestive, Endocrine, Muscular, Nervous, Reproductive, Respiratory, Skeletal, and Urinary.
What are those made up of?
Tissues and organs.
What are tissues and organs made of?
Cells.
What are cells made of?
Molecules.
What are molecules made of?
Atoms.
What are atoms made of?
Sub-atomic particles.
What are subatomic particles made of?
Energy!
You and I are pure energy-light in its most beautiful and intelligent configuration. Energy that is constantly changing beneath the surface and you control it all with your powerful mind.
You are one big stellar and powerful Human Being.
If you could see yourself under a powerful electron microscope and conduct other experiments on yourself, you would see that you are made up of a cluster of ever-changing energy in the form of electrons, neutrons, photons and so on.
So is everything else around you. Quantum physics tells us that it is the act of observing an object that causes it to be there where and how we observe it.
An object does not exist independently of its observer! So, as you can see, your observation, your attention to something, and your intention, literally creates that thing.
This is scientific and proven.
Your world is made of spirit, mind and body.
Each of those three, spirit, mind and body, has a function that is unique to it and not shared with the other. What you see with your eyes and experience with your body is the physical world, which we shall call Body. Body is an effect, created by a cause.
This cause is Thought.
Body cannot create. It can only experience and be experienced … that is its unique function.
Thought cannot experience … it can only make up, create and interpret. It needs a world of relativity (the physical world, Body) to experience itself.
Spirit is All That Is, that which gives Life to Thought and Body.
Body has no power to create, although it gives the illusion of power to do so. This illusion is the cause of much frustration. Body is purely an effect and has no power to cause or create.
The key with all of this information is how do you learn to see the universe differently than you do now so that you can manifest everything you truly desire.
http://expandedconsciousness.com/2013/12/23/nothing-is-solid-this-is-the-world-of-quantum-physics/

George Frideric Handel



domingo, 30 de marzo de 2014

Percy Shelley



Alas! This Is Not What I Thought Life Was

Alas! this is not what I thought life was.
I knew that there were crimes and evil men,
Misery and hate; nor did I hope to pass
Untouched by suffering, through the rugged glen.
In mine own heart I saw as in a glass 
The hearts of others ... And when
I went among my kind, with triple brass
Of calm endurance my weak breast I armed,
To bear scorn, fear, and hate, a woful mass! 

Tomás Cullen

La conmovedora carta de un joven de 23 años que lucha contra el cáncer

En el Día Mundial contra esta enfermedad, Tomás Cullen cuenta a LA NACION su lucha y sus reflexiones sobre la vida; "es una mochila pesada, podés cargarla solo o podés dividir el peso entre varios"

El milagro de la vida
El 6 de diciembre me operaron de un tumor, que resultó ser no seminomatoso maligno con metástasis en los pulmones y en otras partes del cuerpo, y me indicaron un tratamiento de quimioterapia. Averigüé un poco más y supe de mucha gente que se niega a realizar el tratamiento por lo agresivo que es para el cuerpo. Al principio no lo entendí -es como suicidarse por miedo a morir- pero con el tiempo pude hacerlo. La quimioterapia es algo así como "el remedio peor que la enfermedad", por el estado en que deja al paciente. Y nadie garantiza óptimos resultados. Sería más fácil dejarlo todo, pero la realidad es que la muerte no es lo contrario de la vida, sino que es parte de ella. Cuando te dicen que tu vida es una probabilidad, que tenés un porcentaje de posibilidades de curarte, te das cuenta de un montón de cosas. Al hablar con la gente o ver la televisión, ves y escuchás una sarta de cosas sin sentido, de lo mucho que la gente sufre por lo que le falta y de lo poco que disfruta lo mucho que tiene. Se empieza a ver todo con otros ojos. Alguna vez escuché que hay dos maneras de vivir la vida: una, como si nada fuera un milagro; la otra, como si todo fuera un milagro. Realmente soy testigo de que muchas personas no viven, sólo existen. Pero entre tanta decepción veo en amigos, familia, médicos y enfermeras a quienes -y son muchos- te ayudan a concentrar la vida en un solo momento. El cáncer es una mochila pesada. Podés cargarla solo y difícilmente te cures, o podés dividir el peso entre varios y, aunque te toque la parte más pesada, hacerlo más fácil.
Hoy es el Día Mundial de la Lucha contra el Cáncer. Si bien esta enfermedad es una de las principales causas de muerte en todo el mundo, mientras exista podemos tomar conciencia de la vida, para hacer pie en lo real y mejorar como sociedad, aunque sea desde la perspectiva de la muerte.
Tomás Cullen

SU HISTORIA

Tomás tiene 23 años, es hijo de Tomás Cullen y Verónica Middleton, y es el segundo de cuatro hermanos con quienes vive en la zona de San Isidro. El 9 de noviembre último sintió un dolor abdominal y fue a la guardia de un sanatorio cerca de su casa. Le dieron un antibiótico y le dijeron que esté tranquilo, que no era un tumor, porque los tumores no duelen . Tomás contó a LA NACION que inmediatamente que le dijeron eso dejó de sentir dolor y una semana más tarde un análisis confirmaba su sospecha inconsciente.
La operación llegó rápido y el 7 de diciembre, un día después de la intervención quirúrgica, se puso a estudiar para rendir los exámenes de cuarto año de la carrera de Ingeniería Civil que cursa en la Universidad Católica Argentina con óptimos resultados académicos.
De a poco comprendió que quizá eso no iba a ser posible por ahora. Su tratamiento de quimioterapia está proyectado para concluir en abril, así que optó por cambiar los libros por un poco de actividad física moderada, que practica los días alejados a su internación de tres noches que realiza para curarse.
A veces Tomás se despierta y cree que tuvo una pesadilla, pero inmediatamente se toca su cabeza rapada y advierte que no es un sueño sino la más cruel de las realidades que le tocó vivir. Pero no está solo en esto, en lo de Cullen hay varias cabezas rapadas, la de hermanos y primos que lo acompañan con el estilo rasurado.
Tomás tiene el apoyo incondicional de su familia, fe para pedirle a Dios la cura y la posibilidad de hacer el tratamiento adecuado. Sólo le resta hacerse la idea de que se va a curar y lo va a lograr.
Camila M. Solito.

sábado, 29 de marzo de 2014

Spirit Science


Estocolmo admite que prohibió entrar a los gitanos en Suecia hasta 1964

Suecia admite que durante 100 años marginó y esterilizó al pueblo gitano

El Gobierno reconoce 100 años de persecución y robos de niños



Dos gitanos rumanos desalojados de un campamento en Estocolmo el 14 de marzo. / RIKARD STADLER (CORDON PRESS)

A lo largo del último siglo, Sueciaesterilizó, persiguió, arrebató niños y prohibió la entrada en el país a losgitanos; y las personas de esa minoría étnica fueron tratadas durante décadas por el Estado como “incapacitados sociales”. Estos anuncios no los ha hecho una ONG militante. Es el relato del Gobierno conservador sueco, que en un gesto inédito en Europa, tanto por su honestidad intelectual como por la amplitud del respeto a la verdad, se ha decidido a mirar atrás y a rebuscar en sus archivos más oscuros.
La idea es saldar cuentas con el pasado para tratar de mejorar el presente: “La situación que viven los gitanos hoy tiene que ver con la discriminación histórica a la que han estado sometidos”, afirma el llamado Libro Blanco, que ha sido presentado esta semana en Estocolmo, y en el que se detallan los abusos cometidos con los gitanos a partir de 1900.
Los abusos históricos, señala el Libro Blanco, siguieron un patrón inventado hace siglos por las monarquías europeas: comenzaron con los censos que elaboraron organismos oficiales como el Instituto para Biología Racial o la Comisión para la Salud y el Bienestar, que identificaron a los gitanos que habitaban en el país. Los primeros documentos oficiales describían a los gitanos como “grupos indeseables para la sociedad” y como “una carga”. Entre 1934 y 1974, el Estado prescribió a las mujeres gitanas la esterilización apelando al “interés de las políticas de población”, como hizo Australia con los aborígenes. No hay cifras de víctimas, pero en el Ministerio de Integración explican que una de cada cuatro familias consultadas conoce algún caso de abortos forzosos y esterilización. Los organismos oficiales se hicieron con la custodia de niños gitanos que arrancaban a sus familias. El estudio tampoco ofrece datos sobre esta costumbre, pero Sophia Metelius, asesora política del ministerio, explica que se trataba de “una práctica sistemática”, sobre todo en invierno.El ministro de Integración, Erik Ullenhag,ha definido esas décadas de impunidad y racismo de Estado como “un periodo oscuro y vergonzoso de la historia sueca”. Sus palabras han coincidido con un episodio que ilustra la situación actual: el miércoles, una de las mujeres gitanas invitadas a dar su testimonio vio cómo el personal del hotel Sheraton le prohibía la entrada al desayuno.
Estocolmo admite que prohibió entrar a los gitanos en Suecia hasta 1964, pese a que se conocía la suerte que había corrido la minoría bajo la expansión nazi: los expertos calculan que al menos 600.000 romaníes y sintis fueron exterminados en el Porrajmos, La Devoración en calé, a manos del régimen hitleriano y otros afines.
El Libro Blanco detalla los ayuntamientos suecos que prohibieron asentarse de forma permanente a los gitanos, y recuerda que los niños eran segregados en aulas especiales y que se les impedía acceder a los servicios sociales. “La idea era hacerles la vida imposible para que se fueran del país”, resume Metelius.
Algunas de estas prácticas suceden todavía en diversos países europeos, y la gitanofobia cabalga con fuerza en FranciaGran BretañaAlemania. París desalojó en 2013 a más de 20.000 gitanos de sus chabolas. Berlín planea una ley para evitar que los migrantes rumanos y búlgaros —la mayoría, romaníes— sin trabajo se queden más de seis meses en el país.
La próxima semana, la Unión Europea celebrará una cumbre especial para evaluar la marcha de las políticas de integración de la minoría romaní. El panorama general es desolador, con picos de odio racial enHungríaEslovaquia y la República Checa.
En Suecia, un país de unos nueve millones y medio de habitantes, viven hoy más de 50.000 gitanos. De momento, las autoridades no contemplan la compensación a los familiares de las víctimas de abusos, aunque el Libro Blanco abre la puerta a las demandas. El Gobierno ha establecido la verdad histórica cruzando entrevistas personales con docenas de gitanos y los archivos oficiales. “No son revelaciones nuevas. Los gitanos llevan años contándonos estas historias, pero no se les hacía caso. Ahora, simplemente, hemos recopilado los documentos oficiales y los hemos cruzado con testimonios”, dice Sophia Metelius.
La coalición de centro-derecha vigila el fuerte ascenso en los sondeos de la extrema derecha (un 10% de intención de voto), y se ha propuesto combatir los mensajes xenófobos con una firme defensa de la tradición progresista sueca.
La aceptación masiva de refugiados sirios es una de las políticas con las que liberales y conservadores quieren demostrar que el catastrofismo populista no debe irremediablemente convertirse en profecía autocumplida. El reconocimiento de las salvajadas cometidas con los gitanos camina en esa misma dirección. La ironía es que el civilizado y tolerante norte no lo era tanto. La esperanza, que cunda ese infrecuente ejercicio de memoria y respeto.

viernes, 28 de marzo de 2014

What we still don´t know


MARK O'BRIEN

On Seeing A Sex Surrogate

by MARK O'BRIEN
MARK O’BRIEN was a poet and journalist who lived in Berkeley, California. After contracting polio at the age of six, he spent most of his life in an iron lung. In 2012 Fox Searchlight Pictures released The Sessions, a film adapted from O’Brien’s essay “On Seeing A Sex Surrogate,” about having sex for the first time at the age of thirty-six. He is also the subject of the 1996 Academy Award–winning documentary Breathing Lessons. His work has appeared in The San Francisco Chronicle and Whole Earth Review. He died in July 1999 from post-polio syndrome.
In 1983, I wrote an article about sex and disabled people. In interviewing sexually active men and women, I felt removed, as though I were an anthropologist interviewing headhunters while endeavoring to maintain the value-neutral stance of a social scientist. Being disabled myself, but also being a virgin, I envied these people ferociously. It took me years to discover that what separated me from them was fear — fear of others, fear of making decisions, fear of my own sexuality, and a surpassing dread of my parents. Even though I no longer lived with them, I continued to live with a sense of their unrelenting presence, and their disapproval of sexuality in general, mine in particular. In my imagination, they seemed to have an uncanny ability to know what I was thinking, and were eager to punish me for any malfeasance.
Whenever I had sexual feelings or thoughts, I felt accused and guilty. No one in my family had ever discussed sex around me. The attitude I absorbed was not so much that polite people never thought about sex, but that no one did. I didn’t know anyone outside my family, so this code affected me strongly, convincing me that people should emulate the wholesome asexuality of Barbie and Ken, that we should behave as though we had no “down there’s” down there.
As a man in my thirties, I still felt embarrassed by my sexuality. It seemed to be utterly without purpose in my life, except to mortify me when I became aroused during bed baths. I would not talk to my attendants about the orgasms I had then, or the profound shame I felt. I imagined they, too, hated me for becoming so excited.
I wanted to be loved. I wanted to be held, caressed, and valued. But my self-hatred and fear were too intense.
I doubted I deserved to be loved. My frustrated sexual feelings seemed to be just another curse inflicted upon me by a cruel God.
I had fallen in love with several people, female and male, and waited for them to ask me out or seduce me. Most of the disabled people I knew in Berkeley were sexually active, including disabled people as deformed as I. But nothing ever happened. Nothing was working for me in the passive way that I wanted it to, the way it works in the movies.
In 1985, I began talking with Sondra, my therapist, about the possibility of seeing a sex surrogate. When Sondra had originally mentioned the idea — explaining that a sexual therapist worked with a client’s emotional problems concerning sex, while a surrogate worked with a client’s body — I had been too afraid to discuss it. I rationalized that someone who was not an attendant, nurse, or doctor would be horrified at seeing my pale, thin body with its bent spine, bent neck, washboard ribcage, and hipbones protruding like outriggers. I also dismissed the idea of a surrogate because of the expense. A few years earlier, I had phoned a sex surrogate at the suggestion of another therapist. The surrogate told me that she charged according to a sliding scale that began at seventy dollars an hour.
But now my situation had changed. I was earning extra money writing articles and book reviews. My rationalizations began to strike me as flimsy.
Still, it was not an easy decision. What would my parents think? What would God think? I suspected that my father and mother would know even before God did if I saw a surrogate. The prospect of offending three such omniscient beings made me nervous.
Sondra never pushed me one way or another; she told me the choice was mine. She gave me the phone number for the Center on Sexuality and Disability at the University of California in San Francisco. I fretted over whether I would call; whether I would call and immediately hang up; whether I would ever do anything important on my own. Very reluctantly, when no one was around, I called the number, after assuring myself that nothing terrible would happen. I never felt convinced nothing terrible would happen, but I was able to take it on faith — a frail, stumbling, wimpy faith. With my eyes closed, I recited the number to the operator; I was afraid she’d recognize it. She didn’t.
“UCSF,” a voice answered crisply.
Trying to control the shakiness of my voice, I asked for the Center on Sexuality and Disability. I was told the Center had closed — and, momentarily, I felt immeasurably relieved. But I could be given a number to get in touch with the therapists who had once worked there. Would I like that? Uh-oh, another decision. I said ok. But at that number I was told to call another number. There, I was referred to yet another number, then another, then another. I quickly made these calls, not allowing myself time to change my mind. I finally reached someone who promised to mail me a list of the Center’s former therapists who were in private practice.
About this time, a tv talk show featured two surrogates. I watched with suspicion: Were surrogates the same as prostitutes? Although they might gussy it up with some psychology, weren’t they doing similar work?
The surrogates did not look like my stereotypes of hookers: no heavy makeup, no spray-on jeans. The female surrogate was a registered nurse with a master’s in social work. The male surrogate, looking comfortable in his business suit, worked with gay and bisexual men. The surrogates emphasized that they deal mostly with a client’s poor self-image and lack of self-esteem, not just the act of sex itself. Surrogates are trained in the psychology and physiology of sex so they can help people resolve serious sexual difficulties. They aren’t hired directly, but through a client’s therapist. Well aware of the likelihood that a client could fall in love with them, they set a limit of six to eight sessions. They maintain a professional relationship by addressing a specific sexual dysfunction; they aren’t interested in just providing pleasure, but in bringing about needed changes. As I learned more about surrogates, I began to think that perhaps a surrogate could help someone even as screwed-up and disabled as me.
When Sondra went on vacation, I phoned Susan, one of the sex therapists on the list I got fromucsf, and made an appointment to see her in San Francisco. I felt delighted that I could do something about my sexuality without consulting Sondra; perhaps that’s why I did it. I was not sure whether calling the therapist was the right thing to do in Sondra’s absence, or whether it was even necessary, but it felt good to me.
The biggest obstacle to seeing Susan turned out to be the elevator at the Powell Street subway stop, which went from the subterranean station to the street. Because of my curved spine, I cannot sit up straight in a standard wheelchair, so I use a reclining wheelchair which is about five and a half feet long. The elevator in the BART station was about five feet across, diagonally. Dixie, my attendant, raised the back of my wheelchair as high as she could and just barely managed to wrestle me and herself into the elevator. But when we reached street level, she could not get me out. This was ridiculous: if I could get in, the laws of physics should permit me to get out. But the laws of physics were in a foul mood that day. Dixie and I went down to the station level and discovered that I could get out down there. We complained to the station agent, who seemed unable to understand. We tried the elevator again. The door opened on a view of Powell Street. Dixie tried lifting and pushing the wheelchair out of that cigar-box elevator in every possible way.
“Well, do you want to go back to Berkeley?” she asked in frustration.
I thought what a waste it would be to go back now. I told her to raise the back of my wheelchair even higher. It put a tremendous strain on my thigh muscles, but now Dixie was able to wheel me out of the elevator with ease. Liberated, we strolled Powell Street, utterly lost.
Eventually, we found Susan’s office. Right away, I realized I could trust her. She knew what to ask and how to ask it in a way that didn’t frighten me. I described to her my feelings about sex, my fantasies, my self-hate, and my interest in seeing a surrogate. She told me the truth: it would never be easy for me to find a lover because of my disability. She told me that her cerebral palsy, the only evidence of which was her limp, had repelled many people. I found this hard to believe. She was so bright, so caring, so pretty in her dark and angular way. (I was already developing a crush on her.)
Susan said that she knew of a very good surrogate who lived in the East Bay, and that she would give the surrogate’s name and phone number to Sondra when she returned from her vacation. If I decided to go ahead with it, Sondra would call the surrogate and tell her to phone me.
Doing that now seemed less scary. Because of our talk, I had started to believe that my sexual desires were legitimate, that I could take charge of my sexuality and cease thinking of it as something alien.
When Sondra returned from vacation, she told me that she had a message from Susan on her answering machine. She asked why I had seen another therapist without informing her. Sondra seemed curious, not angry as I feared she might be — actually, as I feared my parents would have. I said that I wasn’t sure why I went to see Susan, but that I had felt odd discussing surrogates with Sondra, because she seemed to me to be so much like my idealized mother figure.
Meanwhile, I searched for advice from nearly everyone I knew. One friend told me in a letter to go ahead and “get laid.” Father Mike — a young, bearded priest from the neighborhood Catholic church — told me Jesus was never big on rules, that he often broke the rules out of compassion. No one advised me against seeing a surrogate, but everyone told me I would have to make my own decision.
Frustrated by my inability to get the Answer, a blinding flash that would resolve all my doubts and melt my indecision, I brooded. Why do rehabilitation hospitals teach disabled people how to sew wallets and cook from a wheelchair but not deal with a person’s damaged self-image? Why don’t these hospitals teach disabled people how to love and be loved through sex, or how to love our unusual bodies? I fantasized running a hospital that allowed patients the chance to see a surrogate, and that offered hope for a future richer than daytime tv, chess, and wheelchair basketball. But that was my dream of what I would do for others. What would I do for me?
What if I ever did meet someone who wanted to make love with me? Wouldn’t I feel more secure if I had already had some sexual experience? I knew I could change my perception of myself as a bumbling, indecisive clod, not just by having sex with someone, but by taking charge of my life and trusting myself enough to make decisions. One day, I finally said to Sondra I was ready to see a surrogate.
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jueves, 27 de marzo de 2014

Virginia Woolf

Zygmunt Bauman

Tiempos de liquidación

La riqueza de unos pocos no beneficia a todos. Esa es la tesis del nuevo libro de Zygmunt Bauman

El pensador analiza los retos del presente: de la creciente desigualdad al espionaje masivo




Zygmunt Bauman obtuvo en 2010 el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. / CRISTÓBAL MANUEL

Zygmunt Bauman (Poznan, Polonia, 1925) predica con el ejemplo. En su modesta casa de Leeds (Reino Unido), donde se instaló a principios de los años setenta, huyendo de las purgas antisemitas desatadas en su país, no hay huella de esa pasión por lo nuevo que caracteriza a nuestra sociedad consumista. Mobiliario, adornos, alfombras, todo parece llevar años en el mismo sitio en la vivienda de este profesor emérito de la Universidad de Leeds, que le ha dedicado un instituto. El pequeño salón, que se asoma a un jardín invadido por las hojas caídas y el fragor de la vecina carretera, está repleto de libros, gran pasión del dueño de la casa. Fiel a la tradición polaca, Bauman ofrece a la periodista un abundante refrigerio: fresas con nata, pasteles de todo tipo y café que él mismo prepara, a las 10 de la mañana.
Con su característica aureola de pelo blanco, y la inseparable pipa en el bolsillo, esperando el permiso de la visitante para encenderla, Bauman tiene todo el aspecto del intelectual disidente, flagelo del capitalismo salvaje, que tantos admiradores le ha valido en los círculos antiglobalización. Pero el profesor es también un sólido y reputado analista, un implacable observador de nuestro mundo, sin aparente vanidad. Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades (ex aequo con Alain Touraine), en 2010, Bauman conserva una envidiable salud. A sus 88 años recién cumplidos, sigue dando conferencias y viajando por el mundo para promocionar sus libros.
El último, ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?, se publica ahora en español editado por Paidós. “No es un libro original”, apunta Bauman. “He recogido material de diferentes investigaciones sobre la idea común que relaciona felicidad y riqueza. Cuando aumenta el PIB, aumenta la felicidad. Y se dice que la gente que gana más parece más feliz. Pero hoy sabemos que la felicidad no se mide tanto por la riqueza que uno acumula como por su distribución. En una sociedad desigual hay más suicidios, más casos de depresión, más criminalidad, más miedo. O sea que la afirmación de que la riqueza de unos nos beneficia a todos es doblemente errónea. Por un lado, no es verdad porque para eso la gente tendría que invertir su riqueza, cosa que no ocurre siempre, y por otro, porque no revierte en más felicidad porque, como hemos dicho, la felicidad depende de la igualdad, de la equidad”.
Sorprende, sin embargo, que Bauman considere nuestra sociedad actual como una de las más desiguales, cuando, al menos en el mundo desarrollado, hemos dejado el hambre atrás, y la mayoría de los ciudadanos lleva una vida decente. El profesor está de acuerdo, pero subraya un fenómeno inquietante. “Hace 20 o 30 años las desigualdades entre las sociedades desarrolladas y las que no lo eran crecía, mientras que la desigualdad en el interior de una misma sociedad (rica), disminuía. Y creíamos, al menos nosotros, los europeos, que con nuestro Estado de bienestar habíamos solucionado el problema de la desigualdad. Pero desde hace 20 o 30 años la distancia entre los países desarrollados y la del resto del mundo está disminuyendo, y, por el contrario, en el interior de las sociedades ricas las desigualdades se están disparando. Hay informes que dicen que en Estados Unidos estas desigualdades están llegando a los niveles del siglo XIX”.

Vivimos en la cultura
del consumismo. Mantenemos relaciones mientras nos dan satisfacción, igual que
un modelo de teléfono
Una de las razones que explicarían esta trágica fractura hay que buscarla en la globalización, que ha permitido a los empresarios contratar a sus trabajadores en cualquier esquina del globo. Otra, y muy ligada a la última crisis, es la erosión que está sufriendo la clase media.
“Es evidente que las clases medias se están empobreciendo. Podemos hablar más que de proletariado deprecariado”, dice Bauman. “O sea viven en una situación cada vez más precaria. Lo importante es que grandes sectores de las clases medias pertenecen ahora al proletariado, que se ha ampliado. Aunque hoy tengan trabajo ha desaparecido la certeza de que puedan tenerlo mañana. Viven en un estado de constante ansiedad”.
—Su libro aborda problemas que estamos padeciendo en España, donde cientos de miles de personas han perdido sus trabajos y no pueden pagar sus hipotecas. Dicho esto, hay gente que asumió riesgos enormes. ¿No tenemos un poco la culpa también nosotros, ciudadanos de a pie, de lo ocurrido? ¿O es que es imposible resistir la tentación del consumo?
—Bueno, es difícil responder. Vivimos en la cultura del consumismo, no es ya simplemente consumo, porque consumir es totalmente necesario. Consumismo significa que todo en nuestra vida se mide con esos estándares de consumo. En primer lugar el planeta, que es visto como un mero contenedor de potencial explotable. Pero también las relaciones humanas se viven desde el punto de vista de cliente y de objeto de consumo. Mantenemos a nuestro compañero o compañera a nuestro lado mientras nos produce satisfacción, igual que un modelo de teléfono. En una relación entre humanos aplicar este sistema causa muchísimo sufrimiento. Cambiar esta situación exigiría una verdadera revolución cultural. Es normal que queramos ser felices, pero hemos olvidado todas las formas de ser felices. Solo nos queda una, la felicidad de comprar. Cuando uno compra algo que desea se siente feliz, pero es un fenómeno temporal.
Bauman recuerda que en la Europa oriental de su primera juventud, “la gente era bastante feliz”. No tenían mucho que comprar, “pero vivían en comunidades solidarias, con buenos vecinos, que se ayudaban entre sí, cooperaban, y eso les daba seguridad, y, por otro lado, eran artesanos, o gente que en palabras del sociólogo americano Thorstein Veblen tenía ese ‘instinto de la humanidad trabajadora’. La felicidad deriva del trabajo bien hecho. La satisfacción que eso produce es extraordinaria. En nuestra sociedad, en cambio, nos definimos no por lo que hacemos sino por lo que compramos”.
El sociólogo, hijo de una pareja de judíos polacos, pasó la infancia y parte de la adolescencia en Polonia, pero sus padres huyeron del país tras la invasión alemana, en 1939, y se instalaron en la Unión Soviética. Bauman participó de lleno en la Segunda Guerra Mundial, combatiendo en las filas del ejército polaco controlado por los soviéticos, y trabajó para los servicios de información militares, en la inmediata posguerra.
“Viví en Polonia esos años”, cuenta el profesor. “Después de la Segunda Guerra Mundial el desempleo era masivo y el país estaba destruido. Entonces llegaron los que proponían entregar las tierras a los campesinos y las fábricas a los trabajadores, y generaron un entusiasmo enorme. La propuesta era trabajar juntos y reconstruir el país devastado. El programa era hermoso”, recuerda Bauman jugueteando con su pipa, que no acaba de tirar. La realidad resultó no serlo tanto. Y el viejo profesor no escatima críticas a la ideología en la que creyó. “Como sabe, hay dos clases de totalitarismos, el nazismo y el comunismo. Tenían bastantes similitudes, pero entre las diferencias hay una importante. Se le puede acusar al nazismo de infinidad de crímenes, pero no de hipocresía. Desde el primer momento, los nazis dijeron claramente lo que pretendían hacer. Querían dominar todos los países y asegurar la supremacía del III Reich, y aniquilar a los judíos, y es lo que hicieron. Mientras que el comunismo era una fortaleza de la hipocresía. El mensaje teórico se basaba en los lemas de la Ilustración, Liberté, Égalité, Fraternité, pero la práctica era muy diferente. La gente vivía mintiendo”.

La seguridad sin
libertad nos hace esclavos, pero con libertad sin seguridad eres una especie de plancton, no un
ser humano
—Usted ya no es comunista, pero sigue siendo de izquierdas.
—Sí, porque creo todavía en la igualdad. Creo todavía que la libertées más importante que la seguridad. No había desempleo en la Rusia soviética. Había seguridad, acceso a una educación, a un sistema de salud básico, pero nada de libertad.
—Y, sin embargo, usted mismo ha criticado a la izquierda por no ofrecer una verdadera alternativa a la sociedad actual.
—Es cierto. No hay un modelo de sociedad alternativo. La izquierda solo sabe decirle a la derecha, “cualquier cosa que hagan ustedes nosotros la hacemos mejor”. Cuesta distinguir entre Gobiernos de izquierda y de derecha, la verdad.
Y eso hace a las sociedades desarrolladas más homogéneas, intercambiables entre sí, definibles con el adjetivo de líquidas que acuñó el sociólogo polaco (con pasaporte británico) hace una década. Una definición perfecta para la sociedad posmoderna, consumista y banal, en perpetuo movimiento, en contraposición a la vieja y sólida sociedad del pasado. ¿Hasta qué punto esta sociedad líquida es la cumbre del capitalismo anglosajón?
Bauman reflexiona un momento antes de responder. “Hay muchas variedades de capitalismo. Es cierto que los anglosajones han creado un modelo que los demás países han imitado enseguida. Mientras, en los países escandinavos se pagan impuestos altos y, a cambio, la gente tiene excelentes servicios gratuitos, y han optado por recortar la libertad de mercado a cambio de más seguridad existencial, en Reino Unido se opta por la libertad total. Hay que gastar fortunas para obtener una educación, y hay que pagar médicos privados para tener buena atención sanitaria, es cierto. Estamos constantemente presionados por dos valores opuestos y necesarios: libertad y seguridad. Seguridad sin libertad nos convierte en esclavos, y si tienes libertad sin seguridad eres una especie de plancton, flotando por ahí, no un ser humano. Los dos extremos son insoportables, hay que combinarlos”.
Libertad y seguridad son los dos polos entre los que se mueven las alternativas políticas que se nos ofrecen en el mundo de hoy, marcado por la superproducción y los ajustes violentos del mercado. Un mundo que no reconocerían los padres de la economía moderna, como Adam Smith. “Es cierto. Tenían la idea de que el crecimiento económico era un fenómeno temporal, porque pensaban erróneamente que la gente iba a comprar solo lo necesario para cubrir sus necesidades. Así es que muy razonablemente calculaban los productos que tendrían que ser producidos. Todo era una monótona repetición de las necesidades de acuerdo con el crecimiento de la población. No se dieron cuenta de que en la sociedad de consumo no se va a las tiendas solo para reemplazar lo roto o lo consumido, sino a satisfacer los propios deseos. Y los deseos son infinitos”.
Las nuevas generaciones, crecidas en una atmósfera de consumismo brutal, inician su aprendizaje en el sistema desde muy temprano y, a menudo, en familia, como cuenta Bauman, atento observador de una de las sociedades abanderadas del consumismo, la británica. “George Ritzer llama a los centros comerciales templos de consumo. Los domingos por la mañana las familias británicas no van a misa, van al centro comercial. Y es la gran salida familiar de la semana. Van no solo a comprar, sino a disfrutar mirando, viendo lo que hay”.
Bauman quiere terminar la entrevista. Se siente fatigado. Escuchándole hablar una lamenta que alguien con su apasionante biografía haya renunciado a escribir sus memorias.
—Mi esposa escribió dos volúmenes de memorias. Era una persona que percibía el mundo en imágenes, pero yo soy persona de conceptos, y no, no me lo planteo. Ella era la que describía nuestras experiencias cuando íbamos a algún encuentro, y de esa forma yo he llegado a ser consciente de lo que vivimos. Tenía un gran talento para eso. Yo no lo tengo.

Zygmunt Bauman. ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? Traducción de Alicia Capel. Paidós. Barcelona, 2014. 112 páginas. 13,95 euros. Vigilancia líquida. Traducción de Alicia Capel. Paidós. Barcelona, 2013. 173 páginas. 14,95 euros. La cultura en el mundo de la modernidad líquida.Traducción de Lilia Mosconi. Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2013. 102 páginas. 13 euros. Sobre la educación en un mundo líquido.Traducción de Dolores Payás Puigarnau. Paidós. Barcelona, 2013. 151 páginas. 15,90 euros.

A Sick Homeless


miércoles, 26 de marzo de 2014

Hyman Minsky

Hyman Minsky, el hombre que explicó el secreto de las crisis financieras

Hyman Minsky
El economista estadounidense Hyman Minsky, quien falleció en 1996, creció durante los años de la Gran Depresión, un evento que moldeó su forma de pensar y lo impulsó a indagar sobre sus causas, y reflexionar sobre cómo se podría evitar que se repitiera.
La vida de Minsky transcurrió a los márgenes de la economía, pero sus ideas ganaron popularidad repentinamente con la crisis financiera de 2007/8. Para muchos, su obra ofrecía una de las explicaciones más plausibles de por qué había ocurrido.
La demanda de sus libros, agotados desde hace años, se disparó de golpe. Copias de sus textos cambiaron de manos por cientos de dólares, un valor bastante aceptable para libros interminables con títulos como "Estabilizando una economía inestable".
Importantes personajes de la banca, entre los que figuran Janet Yellen, presidenta de la Reserva Federal de Estados Unidos y Mervyn King, exjefe del Banco de Inglaterra, lo citan a menudo.
Y el premio Nobel de Economía Paul Krugman bautizó una charla de alto perfil sobre la crisis financiera como "La noche que releyeron a Minsky".
¿Qué tienen sus ideas que volvieron a capturar la imaginación de los economistas actuales? A continuación, les presentamos cinco de sus ideas.

1 - La estabilidad es desestabilizante

La principal idea de Minsky es tan simple que para explicarla hacen falta sólo cuatro palabras: la estabilidad es desestabilizante.
La mayoría de los macroeconomistas trabajan con lo que llaman "modelos de equilibrio". La idea es que una economía de mercado moderna es, fundamentalmente, estable. Eso no quiere decir que nada nunca cambie, sino que crece de forma estable.
Para que se produzca una crisis económica o un boom repentino tiene que ocurrir una suerte de shock externo, ya sea un aumento en los precios del petróleo, una guerra o la invención de internet.
Minsky no estaba de acuerdo con este postulado. Él creía que el sistema mismo puede provocar sacudones por su propia dinámica interna. Él pensaba que, durante períodos de estabilidad económica, los bancos, las firmas y otros agentes económicos se volvían complacientes.
Estos asumen que los buenos tiempos están allí para quedarse y comienzan a asumir mayores riesgos para aumentar sus beneficios. Por esta razón, las semillas de la próxima crisis se plantan en las épocas de bonanza.

2 - Tres etapas de la deuda

Esquemas Ponzi

Carlo Ponzi
Es similar a un esquema piramidal, una empresa en la que los fondos de los nuevos inversores –a diferencia de las ganancias genuinas- se usan para pagar las elevadas ganancias de los inversores actuales.
Su nombre proviene del estafador italiano Carlo Ponzi (1882-1949). Estos esquemas están destinados a colapsar apenas disminuyen las nuevas inversiones o cuando un número significativo de inversores deciden retirar simultáneamente sus fondos.
Minsky tiene una teoría -"la hipótesis de la inestabilidad financiera"- que sostiene que los préstamos atraviesan tres etapas diferentes. Las llamó cobertura, especulativa, y Ponzi, en referencia al estafador italiano Carlo Ponzi.
En la primera etapa, poco después de una crisis, los bancos y los prestatarios son cautelosos. Los préstamos son por montos modestos y el prestatario puede devolver el préstamo inicial y los intereses.
Con el aumento de la confianza, los bancos comienzan a ofrecer préstamos de los que el solicitante sólo puede pagar los intereses. Por lo general, el prestatario ofrece un bien como garantía cuyo valor está en ascenso.
Finalmente, cuando la crisis anterior es ya un recuerdo del pasado, llegamos al estadio final. En este punto, los bancos hacen préstamos a firmas o personas que no pueden pagar ni el dinero inicial ni los intereses. Todo esto se hace con la creencia que los precios de los bienes aumentarán.
La forma más fácil de entender esta situación es compararla con una hipoteca típica.
Una operación de cobertura es equivalente a una hipoteca común, en la que uno paga intereses y capital, una operación especulativa es como una hipoteca en la que uno sólo paga los intereses y una operación Ponzi es algo aún más allá. Es como pedir una hipoteca, no hacer ningún pago por varios años y cruzar los dedos para que el valor de la casa suba lo suficiente como para que su venta cubra los pagos del préstamo inicial y los pagos que no se hicieron.
Este modelo es una descripción bastante acertada de la clase de préstamos que condujo a la crisis financiera.

3 - Momentos Minsky

Coyote
¿Se acuerda del coyote y el correcaminos? Bueno, el coyote a punto de caer ilustra perfectamente lo que se conoce como el "momento Minksy".
El "momento Minsky" es un término acuñado por economistas que describe el momento en el que el castillo de naipes se desploma. Las operaciones Ponzi se basan en el aumento del valor de los bienes y cuando este empieza eventualmente a caer, los prestatarios y los bancos se dan cuenta de que hay deudas en el sistema que nunca podrán recuperarse. La gente se apresura a vender bienes lo cual provoca una caída aún mayor en los precios.
Es como cuando el personaje de una caricatura se cae por un precipicio. Sigue corriendo por un rato creyendo que están sobre una superficie sólida. Pero, de repente, se da cuenta de que algo pasa -el momento Minsky-, mira hacia abajo y no ve más que vacío. De inmediato se desploma hacia el suelo. Esa fue la crisis de 2008.

4 - Temas financieros

Crisis en 2008
La crisis de 2008 puso sobre el tapete el funcionamiento interno del sistema financiero.
Hasta hace relativamente poco, la mayoría de los macroeconomistas no estaban muy interesados en los detalles más sutiles de los sistemas bancarios y financieros. Los veían como un intermediario que transfería el dinero de los que ahorraban a los que pedían prestado.
Algo así como la mayoría de la gente que no está interesada en los detalles de los caños y demás estructuras mientras les funcione la ducha. Mientras haya agua caliente y el agua no falte, no hay necesidad de entender la minucia de su funcionamiento.
Para Minsky, los bancos no eran simplemente caños sino más bien algo así como un motor. Es decir, no solo intermediarios para mover el dinero a través de un sistema sino instituciones interesadas en generar ganancias con un incentivo para prestar. Esta es la parte del mecanismo que hace que las economías sean inestables.

5 - Mejor las palabras que las matemáticas y los modelos

RECORDANDO A MINSKY

  • “Hy era un personaje exuberante”, recuerda Lawrence Meyer, economista y exgobernador de la Reserva Federal, quien trabajó con Minsky en la Universidad de Washington. “Le gustaba escandalizar a la gente. Creo que eso le hacía mucha gracia”.
  • “Lo impulsaba ver que las teorías convencionales eran ilusorias, un punto de vista estilo Disneyworld sobre el mundo real”, dice el economista australiano Steve Keen. “A él le interesaba ensuciarse las manos en el mundo real. Creo que Minsky nos dio la primera visión razonable del capitalismo, con todas las ‘verrugas’ y cosas que el capitalismo es".
Desde la II Guerra Mundial, la teoría económica se ha vuelto más matemática, basándose en modelos formales que explican cómo funciona.
Para hacer un modelo hace falta hacer ciertas presuposiciones complejas, y los críticos argumentan que a medida que los modelos y las matemáticas se hacen más complejos, las conjeturas sobre las que se sustentan, se divorcian cada vez más de la realidad. Los modelos terminan volviéndose un fin en sí mismos.
Si bien se formó en matemáticas, Minsky prefería lo que los economistas llaman una aproximación narrativa. Se inclinaba por expresar sus ideas con palabras. Muchos de los grandes, desde Adam Smith a John Maynard Keynes o Friedrich Hayek, trabajaban así.
Mientras que las matemáticas son más precisas, las palabras le permiten a uno expresar ideas complejas que son difíciles de modelar. Nos referimos a ideas como la incertidumbre, la irracionalidad y la exuberancia. Los seguidores de Minsky dicen que esto contribuyó a crear una visión de la economía mucho más realista que otras teorías económicas.

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