Para cruzar el río del Cambio necesitas despojarte de tu yo conocido
miércoles, 20 de noviembre de 2024
CONTEMPORÁNEO DE FLAUBERT, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer recoge la idea de Goethe e incluso va más allá, pues está convencido de que nuestra naturaleza nos predispone a ser felices o infelices. Según él, nuestra sensibilidad (hoy diríamos nuestros genes) determina nuestra aptitud para la felicidad o para la infelicidad. La primera condición requerida para ser feliz sería tener un temperamento feliz… Una jovialidad de carácter, dice, que «determina la capacidad para el sufrimiento y la alegría».2 Ya Platón había establecido la distinción entre temperamentos descontentos (duskolos), que no se alegran con los hechos que les son favorables y se irritan con los desfavorables, y los temperamentos alegres (eukolos) que se deleitan, por el contrario, con los hechos favorables y no se irritan con los desfavorables. Hoy diríamos que existen los que ven el vaso medio vacío y los que lo ven medio lleno. «Nuestra felicidad depende de lo que somos, de nuestra individualidad, pero, en general, sólo tomamos en cuenta nuestro destino y lo que tenemos», continúa Schopenhauer. Y añade con ese humor mordaz que lo caracteriza: «Podemos mejorar el destino, y la frugalidad no le reclama mucho: un bobo sigue siendo un bobo y un torpe sigue siendo un torpe eternamente, aunque estén rodeados de huríes en el paraíso».3 Lo único que nos queda es aprender a conocernos para llevar una existencia lo más adecuada a nuestra naturaleza. Pero, para Schopenhauer, es imposible cambiar: un colérico seguirá enfureciéndose; un miedoso seguirá siendo un timorato; un ansioso, un ansioso; un optimista, un optimista; un enfermizo seguirá siendo un enfermizo; o una fuerza de la naturaleza, una fuerza de la naturaleza. Y, a continuación, el filósofo de Fráncfort distingue entre: • Lo que somos: personalidad, fuerza, belleza, inteligencia, voluntad… • Lo que tenemos: bienes y posesiones. • Lo que representamos: posición social, renombre, gloria. Para la mayoría de la gente, los dos últimos puntos parecen ser los fundamentales: a menudo, se piensa que la felicidad depende principalmente de nuestros bienes y de nuestra importancia, reflejada en la mirada de los otros. Nada más lejos de ello, afirma Schopenhauer: la insatisfacción permanente, la competitividad, la rivalidad o las vicisitudes y avatares del destino, pronto arruinan nuestra felicidad si esta se basa únicamente en el tener y en el aparentar. Para él, la felicidad reside, pues, fundamentalmente en el ser, en lo que somos, en nuestra satisfacción interior, fruto de lo que sentimos, comprendemos, queremos: «Lo que alguien posee para sí, lo que lo acompaña en la soledad y nadie puede darle ni arrebatarle, eso es más esencial que todo lo que posee o lo que es a ojos de los demás»
Frederic Lenoir
martes, 19 de noviembre de 2024
Pero ¿qué pasa con esos individuos que obviamente no están viviendo su sueño? ¿Qué ocurre con un vagabundo, por ejemplo? Hay que destacar que en ningún caso el estoicismo es la filosofía de los ricos. Quienes disfrutan de una vida cómoda y próspera pueden beneficiarse de la práctica del estoicismo, pero también los más desfavorecidos. En concreto, aunque su pobreza les impida hacer muchas cosas, no les imposibilita practicar la visualización negativa.
Consideremos a la persona que se ha visto reducida a la única posesión de un taparrabos. Sus circunstancias podrían ser peores: podría perder el taparrabos. Los estoicos dicen que haría bien en pensar en esta posibilidad. Supongamos que entonces pierde el taparrabos. Mientras conserve su salud, sus circunstancias podrían empeorar, un aspecto que merece la pena considerar. ¿ Y si su salud se deteriora? Puede agradecer seguir con vida.
Es difícil imaginar a una persona que en algún sentido no pudiera estar peor. Por lo tanto, cuesta imaginar a alguien que no pueda beneficiarse de la práctica de la visualización negativa. La cuestión no es que practicarla haga que la vida sea tan disfrutable para los que no tienen nada como para los que viven en la opulencia . La cuestión es que la práctica de la visualización ne gativa — y, en líneas generales, la adopción del estoicismo — puede eliminar parte de la aflicción de la pobreza y lograr que quienes no tienen nada no se sientan tan miserables como se sentirían de otro modo.
En este sentido, consideremos la apurada situación de James Stockdale (si el nombre te suena, probablemente se debe a que fue compañero de papeleta de Ross Perot en la campaña presidencial de Estados Unidos en 1992). Piloto de la marina, Stockdale fue abatido en Vietnam en 1965 y hecho prisionero de guerra hasta 1973. Durante ese tiempo tuvo una mala salud, vivió en condiciones lamentables y sufrió la brutalidad de sus carceleros. Y, sin embargo, no solo sobrevivió, sino que lo resistió con ánimo inquebrantable. ¿Cómo lo consiguió?
Dice que en gran medida gracias al estoicismo.
Otro aspecto que tener en cuenta: aunque ofrece consejo a los oprimidos para que su existencia sea más tolerable, en modo alguno el estoicismo pretende mantener a la gente en su estado de sometimiento. Los estoicos se esfuerzan por mejorar sus circunstancias externas, pero al mismo tiempo sugieren estrategias para aliviar su miseria hasta que las circunstancias mejoren.
William B. Irvine
lunes, 18 de noviembre de 2024
¿Puedes disuadir tu mente de su vagabundeo
sábado, 16 de noviembre de 2024
viernes, 15 de noviembre de 2024
Las armas son las herramientas de la violencia;
jueves, 14 de noviembre de 2024
“Es importante aprender a no enfadarse con opiniones diferentes a las propias, sino a ponerse a trabajar en entender cómo surgieron. Si, después de entenderlas, todavía parecen falsas, entonces se pueden combatir mucho más eficazmente que si se hubiera continuado meramente horrorizado. No estoy sugiriendo que el filósofo no deba tener sentimientos; el hombre que no tiene sentimientos, si es que existe tal hombre, no hace nada y, por lo tanto, no logra nada. Ningún hombre puede esperar convertirse en un buen filósofo a menos que tenga ciertos sentimientos que no son muy comunes.
Determina tus ambiciones, incluso si no tienes claro cuál va a ser su
miércoles, 13 de noviembre de 2024
Mar adentro, mar adentro.
Ramón Sampedro
martes, 12 de noviembre de 2024
A fin de desarrollar y refinar su estrategia para alcanzar la serenidad, los estoicos se convirtieron en agudos observadores de la humanidad. Pretendieron determinar qué acontecimientos perturban la serenidad de la gente, cómo evitar que esto ocurra y cómo recuperarla rápidamente si, pese a sus esfuerzos, su serenidad se ve aniquilada. A partir de estas investigaciones, los estoicos produjeron todo un corpus de recomendaciones para todos los que busquen la serenidad. Entre ellas encontramos las siguientes:
• Debemos ser autoconscientes . Hemos de observarnos en nuestras tareas cotidianas y debemos reflexionar periódicamente en cómo hemos respondido a los acontecimientos del día. ¿Cómo hemos respondido a un insulto, a la pérdida de una posesión, a una situación estresante? ¿Hemos aplicado estrategias estoicas en nuestras respuestas?
• Debemos utilizar nuestra capacidad de razonamiento para superar las emociones negativas. También para dominar nuestros deseos, en la medida en que sea posible. En particular, hemos de usar la razón para convencernos de que la fama y la fortuna no merecen la pena — al menos no si lo que buscamos es la serenidad — y, por lo tanto, no vale la pena perseguirlas. Asimismo, la razón nos ha de servir para convencernos convencernos de que aunque ciertas actividades son placenteras, practicarlas perturbará nuestra serenidad, y la serenidad perdida será mayor que el placer ganado.
• Si a pesar de no buscar la riqueza llegamos a ser ricos, hemos de disfrutar de nuestra prosperidad; eran los cínicos, no los estoicos, los que defendían el ascetismo. Pero aunque hemos de disfrutar la riqueza, no debemos aferrarnos a ella; de hecho, aun mientras la disfrutamos tenemos que contemplar la posibilidad de perderla.
• Somos criaturas sociales; seremos infelices si intentamos cortar el contacto con los demás. Por lo tanto, si lo que buscamos es la serenidad, deberíamos formar y mantener relaciones con los demás. Sin embargo, hemos de ser cuidadosos respecto a las personas con las que trabamos amistad. Además, hemos de evitar, en la medida de lo posible, a aquellos individuos cuyos valores son corruptos, por temor a que esos valores nos contaminen.
• Los demás son invariablemente molestos, por lo que si mantenemos relaciones con ellos acabarán por perturbar nuestra serenidad, si se lo permitimos. Los estoicos invierten una considerable cantidad de tiempo diseñando técnicas para eliminar el dolor de nuestras relaciones con otras personas. En particular, crean técnicas para afrontar los insultos de los demás y evitar que nos irriten.
• Los estoicos señalaron dos fuentes principales de infelicidad humana — nuestra insaciabilidad y nuestra tendencia a preocuparnos por cosas que están más allá de nuestro control — y desarrollaron técnicas para eliminar esas fuentes de infelicidad de nuestra vida.
• Para superar nuestra insaciabilidad, los estoicos aconsejan implicarnos en la visualización negativa. Debemos contemplar la impermanencia de las cosas. Hemos de imaginar que perdemos aquello que más valoramos, incluyendo las posesiones y a los seres queridos. También hemos de imaginar la pérdida de nuestra propia vida. Si lo hacemos, apreciaremos todo lo que ahora tenemos y, al apreciarlo, será menos probable que formemos deseos de otras cosas. Además de imaginar que las cosas podrían empeorar, a veces inducimos su empeoramiento; Séneca aconseja «practicar la pobreza» y Musonio nos recomienda renunciar voluntariamente a las oportunidades de placer y comodidad.
• Para frenar nuestra tendencia a preocuparnos por cosas más allá de nuestro control, los estoicos nos recomiendan establecer una clasificación de los elementos que componen nuestra vida y dividirlos en aquellos sobre los que no tenemos ningún control, aquellos sobre los que ejercemos un control absoluto y aquellos otros sobre los que tenemos un control relativo. Una vez hecho esto, no deberíamos preocuparnos por aquellos aquellos elementos que no controlamos en absoluto. Por el contrario, deberíamos concentrarnos en aquellas cosas sobre las que tenemos un control absoluto, como nuestros objetivos y valores, y pasar la mayor parte del tiempo gestionando aquellos elementos sobre los que ejercemos un control relativo. Si lo hacemos así, nos ahorraremos mucha ansiedad innecesaria.
• Al invertir nuestro tiempo en aquellas cosas sobre las que tenemos un control relativo, hemos de procurar interiorizar nuestros objetivos. Mi objetivo al jugar al tenis, por ejemplo, no debería ser ganar el partido, sino jugar lo mejor posible.
• Hemos de ser fatalistas respecto al mundo exterior. Deberíamos ser conscientes de que lo que nos ocurrió en el pasado y lo que nos está sucediendo en este mismo instante están más allá de nuestro control, por lo que resulta insensato irritarse por estas cosas.
lunes, 11 de noviembre de 2024
Un mes antes de que Mama cumpliera cincuenta y nueve años, y dos meses antes de que Jan van Hooff cumpliera los ochenta, estos dos ancianos homínidos tuvieron una emotiva reunión. Mama, consumida y moribunda, estaba entre los chimpancés más viejos del mundo en un zoo. Jan, con su pelo blanco sobresaliendo de un impermeable rojo chillón, es el profesor de biología que dirigió mi tesis doctoral hace tiempo. Ambos se conocían desde hacía más de cuarenta años. Acurrucada en posición fetal en su nido de paja, Mama ni siquiera levanta la vista cuando Jan, que se ha decidido a entrar en su jaula de noche, se aproxima a ella con unos cuantos gruñidos amistosos. Los que trabajamos con antropoides a menudo imitamos sus sonidos y gestos típicos: los gruñidos suaves son tranquilizadores. Cuando Mama finalmente se despierta, tarda un segundo en darse cuenta de lo que ocurre. Pero luego expresa una inmensa alegría al ver a Jan en persona y de cerca. Su cara cambia a una sonrisa extática, mucho más expansiva que la típica de nuestra especie. Los labios de los chimpancés son increíblemente flexibles y pueden plegarse hacia fuera, de modo que vemos no solo los dientes y las encías, sino también el interior de los labios de Mama. La mitad de la cara de Mama es una amplia sonrisa acompañada de gañidos; un sonido suave y agudo para los momentos de gran emoción. En este caso la emoción es claramente positiva, porque ella intenta alcanzar la cabeza de Jan mientras se inclina hacia delante. Acaricia su pelo, y luego rodea su cuello con uno de sus largos brazos para acercarlo más a ella. Durante este abrazo, sus dedos golpetean rítmicamente la cabeza y el cuello de él en un gesto confortador que los chimpancés emplean también para calmar a un infante que llora. Esto era típico de Mama: debió de notar la inquietud de Jan por haber invadido su dominio, y le estaba haciendo saber que no tenía de qué preocuparse. Estaba contenta de verle.
Frans de Waal
sábado, 9 de noviembre de 2024
«Sócrates dijo: “El mal uso del lenguaje induce el mal en el alma”. No estaba hablando de gramática. Hacer un mal uso del lenguaje es utilizarlo como lo hacen los políticos y los anunciantes, con fines de lucro, sin asumir responsabilidad por el significado de las palabras. El lenguaje utilizado como medio para conseguir poder o ganar dinero sale mal: miente. El lenguaje utilizado como fin en sí mismo, para cantar un poema o contar una historia, va hacia la verdad. Un escritor es una persona a la que le importa el significado de las palabras, lo que dicen y cómo lo dicen. Los escritores saben que las palabras son su camino hacia la verdad y la libertad, y por eso las usan con cuidado, pensamiento, miedo y deleite. Usando bien las palabras fortalecen sus almas. Los narradores y poetas se pasan la vida aprendiendo esa habilidad y el arte de utilizar bien las palabras. Y sus palabras hacen que las almas de sus lectores sean más fuertes, más brillantes y más profundas.»
viernes, 8 de noviembre de 2024
¿Qué es lo peor que puede pasar?
Toda persona reflexiva contemplará periódicamente las cosas malas que pueden suceder. La razón obvia es prevenir que acontezcan. Por ejemplo, hay quien pasará tiempo pensando en impedir que los demás entren en su casa, para evitar que ocurra. O pensará en las enfermedades que puede padecer a fin de tomar medidas preventivas.
Sin embargo, no importa lo previsores que seamos respecto a las cosas malas, algunas nos sobrevendrán inevitablemente. Por lo tanto, Séneca apunta a una segunda razón para contemplar lo malo que pueda pasarnos. Si pensamos en ello atenuaremos su impacto cuando finalmente acontezca, a pesar de nuestros esfuerzos: «Quien se ha adelantado a su llegada hurta su poder a los males presentes». La mala fortuna golpea más duramente, dice, a quienes «solo esperan buena fortuna». Epicteto repite este consejo: deberíamos tener presente que «todo en el mundo es impermanente». Si no somos capaces de reconocerlo y vemos el mundo asumiendo que siempre podremos disfrutar de aquello que valoramos, probablemente nos encontraremos sujetos a una inquietud considerable cuando aquellas cosas nos sean arrebatadas.
Junto a estas razones para contemplar lo malo que nos puede suceder, hay una tercera razón, probablemente la más importante. Los seres humanos somos infelices en gran medida porque somos insaciables; después de trabajar duro para tener lo que queremos, solemos perder el interés en el objeto de nuestro deseo. En lugar de sentirnos satisfechos, nos aburrimos, y como respuesta a ese hastío formamos nuevos deseos, aún más inalcanzables.
Los psicólogos Shane Frederick y George Loewenstein han estudiado este fenómeno y le han dado un nombre: adaptación hedónica . Para ilustrar este proceso de adaptación, remiten a los estudios sobre los ganadores de la lotería. Ganar la lotería normalmente permite a alguien vivir la vida de sus sueños. Sin embargo, resulta que tras un periodo inicial de euforia, los ganadores de la lotería acaban con un nivel de felicidad equivalente al que tenían antes del premio. Se acostumbran a su nuevo Ferrari y a su nueva casa, tal como antes estaban acostumbrados a su camioneta oxidada y a su pequeño apartamento.
jueves, 7 de noviembre de 2024
Estamos siempre pendientes de nuestros sentimientos, pero la parte engañosa es que sentimientos y emociones no son lo mismo. Tendemos a confundirlos, pero los sentimientos son estados internos subjetivos que, en sentido estricto, solo conocen quienes los experimentan. Yo conozco mis propios sentimientos, pero no los vuestros, a menos que me habléis de ellos. Comunicamos nuestros sentimientos mediante el lenguaje. Las emociones, en cambio, son estados corporales y mentales —desde la ira y el miedo hasta el deseo sexual y el afecto, y también el ansia de dominio— que impulsan el comportamiento, que son inducidas por ciertos estímulos y que van acompañadas de cambios corporales. Las emociones son detectables exteriormente por expresiones faciales, cambios del color de piel, el timbre vocal, los gestos, el olor, etc. Solo cuando una persona que experimenta estos cambios adquiere conciencia de ellos podemos hablar de sentimientos, que son experiencias conscientes. Mostramos nuestras emociones, pero hablamos de nuestros sentimientos. Consideremos la reconciliación, o la reunión amistosa tras una confrontación. La reconciliación es una interacción emocional mensurable: todo lo que un observador necesita para detectarla es algo de paciencia para ver lo que ocurre entre dos antagonistas al cabo de un rato. Pero los sentimientos que acompañan a una reconciliación —arrepentimiento, perdón, alivio— solo son cognoscibles por los que los experimentan. Podemos sospechar que los otros tienen los mismos sentimientos que uno, pero no podemos asegurarlo, ni siquiera cuando se trata de miembros de nuestra propia especie. Por ejemplo, alguien puede afirmar que ha perdonado a otra Página 11 persona, pero ¿podemos confiar en esta información? Con demasiada frecuencia, a pesar de lo dicho, la afrenta en cuestión vuelve a salir a la luz a las primeras de cambio. Conocemos nuestros estados internos de manera imperfecta y a menudo nos engañamos a nosotros mismos y a los que nos rodean. Somos maestros en el arte de comunicar falsa felicidad, ausencia de miedo y amor engañoso. Por eso me gusta trabajar con criaturas no lingüísticas, que me obligan a adivinar sus sentimientos, pero al menos nunca me embaucan con lo que me dicen de ellas.
Frans De Waal
Conocer a otros es inteligencia;
miércoles, 6 de noviembre de 2024
Ha habido un antes y un después de Conchita. Entonces, yo recuerdo que a Conchita yo iba a verla por las tardes, cuando terminaba la clase, y una vez le dije: “Tiene que perdonarme, Conchita, porque he tenido mucho que corregir y, entonces, he llegado tarde”. Y ella me miró y me dijo: “¿Tan mal enseñas que no se pueden corregir solos?”. Era una sabiduría especial, yo guardo la grandeza del maestro que te hace sentir, que te hace percibir, que te hace pensar, ¿no? Y que te envuelve, que te envuelve con lo que te da, que es para ti y que tú sabes que es para ti. Pero, fíjate, te lo da sin quitártelo. Te lo da para que tú lo pienses, te lo da para que tú lo elabores, te lo da para que tú lo conquistes. Y es por eso que lo saboreas mejor. Yo recuerdo una vez que ella me decía que tenían que verlo todos los niños. Entonces, yo: “He visto tal, he visto esto, he visto…”. Y decía: “¿Lo han visto todos?”. Y yo decía: “Hombre, todos, todos, no. Hay dos que me han faltado”. Dice: “Tienen que verlo todos”. Digo: “¿Y cómo lo hago yo si faltan dos?”. Siempre me decía: “Tienen que verlo todos”. Y recuerdo una semana antes, ¿verdad?, de que falleciera, pues hablábamos en Los Molinos juntos, y ella me decía… Yo le dije: “Lo que no entiendo, Conchita, es que tengan que verlo todos, todos”. Digo: “Porque, claro, hay tres que no vienen, cinco con hepatitis, uno con…”. Y ella me dijo: “Hombre, todos, todos, va a ser muy difícil”. Y entonces yo dije: “¡Pero si lleva mucho tiempo diciéndome que todos, todos, todos! ¿Qué pasa?”. Y me dijo: “Si yo te hubiera dicho que todos no, te hubieras conformado con que cinco no lo vieran. El próximo año te conformarías con que diez no lo vieran. Y terminarías pasando de tema cuando lo ve uno. Lucha por todos siempre. Ten un reto como profesional, entendiendo que todos son tus alumnos: los que no vienen, los que no pueden asistir, los que tuvieron hepatitis… No tanto porque lo consigues, sino porque tengas la intención de conseguirlo y de no parar de luchar hasta entender que puede haber una posible respuesta para ello”.
José Antonio Fernández Bravo
martes, 5 de noviembre de 2024
Hace muchos años tuve una paciente llamada Helen B., una periodista freelance de treinta y siete años. Durante nueve años, Helen había mantenido una relación con un colega casado llamado Robert. Cegada por su amor enfermizo, Helen era incapaz de pensar en él de forma racional. Durante todos esos años, Robert había incumplido todas las promesas que le había hecho. Le había propuesto irse juntos de vacaciones y había acabado llevándose a su esposa. Le había asegurado que dejaría a su mujer cuando su hijo menor fuera a la universidad, pero ese momento ya había pasado y Robert no había hecho nada al respecto. Tres meses después de que Helen empezara con la terapia, Robert le dijo que se había enamorado de otra y que iba a dejar a su esposa por ella. Helen ni negó ni rechazó esta información, pero parecía incapaz de comprender sus implicaciones. Ella me dijo que «veía más allá» y que sabía lo que «de verdad estaba pasando». «Mis amigos me decían “Robert nunca dejará a su esposa”, pero estaban equivocados: la va a dejar», me comentó con aire triunfal. Helen dijo que estaba «emocionada»; creía que la nueva novia de Robert sería «incapaz de manejarlo», así que al final regresaría con ella. Esa era una posibilidad, desde luego, pero Helen parecía creer que era una certeza y se negaba a admitir lo obvio: que Robert se había enamorado de otra mujer. Al igual que los paranoicos, los enfermos de amor recogen información con avidez, pero uno se da cuenta enseguida de la intención inconsciente que subyace en sus interpretaciones: cada nuevo hecho confirma su delirio. Durante el primer año de terapia, me encontré con que no podía ayudar a Helen a cambiar su forma de pensar. Me recordaba a esas teorías de la conspiración que sostienen que Felipe de Edimburgo ordenó asesinar a la princesa Diana, o que la CIA planeó los ataques del 11 de septiembre: ningún argumento podía hacer mella en su convicción. Cuando trataba de hacerle ver que nada de lo que Robert hacía parecía alterar sus sentimientos hacia él, se enfadaba: «¿Acaso el amor verdadero no es precisamente eso?»
Stephen Grosz
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