viernes, 17 de enero de 2025
«Sócrates dijo: “El mal uso del lenguaje induce el mal en el alma”. No estaba hablando de gramática. Hacer un mal uso del lenguaje es utilizarlo como lo hacen los políticos y los anunciantes, con fines de lucro, sin asumir responsabilidad por el significado de las palabras. El lenguaje utilizado como medio para conseguir poder o ganar dinero sale mal: miente. El lenguaje utilizado como fin en sí mismo, para cantar un poema o contar una historia, va hacia la verdad. Un escritor es una persona a la que le importa el significado de las palabras, lo que dicen y cómo lo dicen. Los escritores saben que las palabras son su camino hacia la verdad y la libertad, y por eso las usan con cuidado, pensamiento, miedo y deleite. Usando bien las palabras fortalecen sus almas. Los narradores y poetas se pasan la vida aprendiendo esa habilidad y el arte de utilizar bien las palabras. Y sus palabras hacen que las almas de sus lectores sean más fuertes, más brillantes y más profundas.»
Ursula K. Le Guin
jueves, 16 de enero de 2025
Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.
Un estudio aparecido en el British Medical Journal ha mostrado que la supervivencia media de hombres mayores que habían perdido a su esposa era mucho menor que la de otros hombres de la misma edad cuya esposa todavía vivía.¹º Según otro estudio, los hombres que padecían enfermedades cardiovasculares y que habían respondido <<si>> a la pregunta: <<¿Le manifiesta amor su esposa?>>, tenían dos veces menos síntomas que los otros. Y cuantos más factores de riesgo acumulaban estos hombres (colesterol, hipertensión, estrés), más protector parecía ser el efecto del amor de su esposa.¹¹ Fenómeno inverso: ocho mil cien hombres con buena salud fueron estudiados durante cinco años. Los que al principio del estudio se reconocieron en la afirmación: <<Mi esposa no me ama>>, desarrollaron tres veces más úlceras que los otros.
Según este estudio, más vale ser fumador, hipertenso o estresado que no ser amado por la propia esposa.¹² Entre las mujeres, los beneficios del apoyo emocional son igualmente importantes. De mil mujeres a las que se acababa de diagnosticar un cáncer de mama, entre las que se declaraban faltas de afecto en su vida se contabilizaron dos veces más defunciones al cabo de cinco años.¹³ Incluso entre las mujeres sanas, las que a menudo se sentían “desatendidas” por su marido, sufrían con más frecuencia resfriados, cistitis y trastornos intestinales que aquellas con una vida de pareja armoniosa.¹ Las mujeres que viven juntas, o incluso que comparten simplemente una ofician, suelen observar que sus ciclos menstruales se sincronizan.¹ Pero el fenómeno queda reforzado cuando entre ellas existe un auténtico vínculo afectivo, cuando son amigas en lugar de simples coinquilinas o compañeras de trabajo.
La lección que puede extraerse de estos estudios es simple: la fisiología de los mamíferos sociales no es independiente de todo el resto. Su regulación óptima depende en cada momento de las relaciones que tengamos con los demás, sobre todo con las personas más próximas emocionalmente. En un maravilloso librito sobre el cerebro emocional y sus funciones, poéticamente titulado Une théorie générale de l’amour, Lewis, Amini y Lannon, tres psiquiatras de la Universidad de San Francisco, han bautizado dicho fenómeno:
regulación límbica. En sus propias palabras: <<La relación (afectiva) es un concepto tan real y determinante como cualquier medicamento o intervención quirúrgica>>.
David servan
miércoles, 15 de enero de 2025
Entre 1958 y 1973, Alexander Grothendiec reinó sobre las matemáticas como un príncipe ilustrado, atrayendo a su órbita a las mejores mentes de su generación, quienes postergaron sus propias investigaciones para participar de un proyecto tan ambicioso como radical: develar las estructuras que subyacen a todos los objetos matemáticos.
Su manera de enfrentar el trabajo era excepcional. Aunque fue capaz de resolver tres de las cuatro conjeturas de Weil, los mayores enigmas matemáticos de su época, a Grothendiec no le atraían los problemas difíciles ni le interesaban los resultados finales. Su afán era alcanzar una comprensión absoluta de los fundamentos, por lo que construía complejas arquitecturas teóricas alrededor de las interrogantes más simples, rodeándolas con un ejército de nuevos conceptos. Bajo la suave y paciente presión de la razón de Grothendiec?, las soluciones parecían brotar por sí mismas, revelándose por voluntad propia, «como una nuez que se abre tras permanecer sumergida bajo el agua durante meses».
Lo suyo fue la generalización, el zoom out llevado al paroxismo.
Cualquier dilema se volvía sencillo si uno lo miraba desde la distancia su?iciente. No le interesaban los números, las curvas, las rectas ni ningún otro objeto matemático en particular: lo único que importaba era la relación entre ellos. «Tenía una sensibilidad extraordinaria a la armonía de las cosas», recuerda uno de sus discípulos, Luc Illusie. «No es solo que haya introducido nuevas técnicas y probado grandes teoremas: cambió la forma en que pensamos sobre las matemáticas.» Su obsesión fue el espacio y una de sus mayores genialidades fue expandir la noción del punto. Ante la mirada de Grothendiec?, el humilde punto dejó de ser una posición sin dimensiones para bullir con complejas estructuras internas. Donde otros veían algo sin profundidad, tamaño, anchura ni largura, Alexander vio un universo entero. Desde Euclides no se había propuesto algo tan audaz.
Durante años dedicó toda su energía a las matemáticas, doce horas al día, siete días a la semana. No leía diarios, no veía televisión ni conocía el cine. Le gustaban las mujeres feas, los departamentos derruidos, las habitaciones decrépitas. Trabajaba encerrado en una oficina fría con la pintura descascarada cayendo de las paredes, de espaldas a la única ventana, con solo cuatro objetos en toda la pieza: la máscara mortuoria de su madre, una pequeña escultura de una cabra hecha con alambre, una urna llena de aceitunas españolas y un retrato de su padre, dibujado en el campo de concentración de Le Vernet.
Benjamin Labatut
martes, 14 de enero de 2025
Lao Tse
Es tan poco
lunes, 13 de enero de 2025
Si está usted bajo mucho estrés —como ocurre cuando está traumatizado por algún acto de violencia, una violación, un abuso o un accidente grave— es muy posible que entre en estado de pánico, estalle, y pierda el control por un tiempo, sintiendo que se está volviendo loco y actuando de forma extraña. Por grave que sea, en general tenderá a superarlo y a recuperar el control de sus pensamientos y acciones, pasado un tiempo del primer efecto del trauma. Temporalmente, sin embargo, y especialmente en casos de acontecimientos traumáticos inesperados, pasa por tal estado de shock que no puede pensar con claridad. Afortunadamente, estos casos son excepcionales. En términos generales, su cerebro y su sistema nervioso central funcionan bastante bien y tiene usted capacidad para elegir sus pensamientos, sentimientos y acciones —¡a condición, claro está, de que así lo crea!—. Si usted cree que todo ello está fuera de su control y que actúa usted completamente a merced de sus pensamientos y emociones, es probable que provoque precisamente ese resultado. Teóricamente, usted está capacitado para modificar sus pensamientos, emociones y conductas, pero es posible que esté convencido de que no lo puede hacer y, por tanto, se rinda y se deje controlar por ellos. Así por ejemplo, puede que piense que no hay forma alguna de frenar la ansiedad o el pánico, y entonces deje de luchar y permita que éstos invadan su vida. En realidad es usted capaz de hacer algo al respecto, incluso cuando se encuentra en grave estado de pánico, pero sigue pensando que no puede hacer nada y acaba teniendo pánico de su pánico. ¡Entonces sí que se arma una buena y pierde del todo el control!
Albert Ellis
Las personas más bellas
domingo, 12 de enero de 2025
“Yo he tenido muchos profesores de literatura. Pero he tenido solamente un maestro. Y ese maestro fue mi padre. Me acuerdo que un día me dijo: «Tú sabes que hay un escritor que es mejor que Dumas, y que se llama Balzac. Y hay un escritor que es mejor que Balzac, y que se llama Flaubert. Y un escritor mejor que Flaubert, y que se llama Stendhal. Y un escritor mejor que Sthendal, y que se llama Proust.» De este modo abría para mí un panorama de lecturas verdaderamente ilimitado. Esta yo creo que fue una de las circunstancias principales que forjó y fomentó mi vocación de escritor”.
Julio Ramón Ribeyro
Como los estoicos valoraban la tranquilidad y tenían presente el poder de los demás para alterarla, podríamos esperar que hubieran vivido como eremitas y que nos aconsejaran hacer lo mismo, pero no hicieron tal cosa. Creían que un ser humano era, por naturaleza, un animal social y que tenemos el deber de formar y mantener relaciones con otras personas, a pesar de los problemas que puedan derivarse de ellas.
En las Meditaciones , Marco Aurelio explica la naturaleza de este deber social. Los dioses, dice , nos crearon por una razón: nos hicieron, señala, «para cierto deber». Así como la función de una higuera es cumplir con la tarea de la higuera, la función de un perro es cumplir con la tarea del perro y la función de la abeja es cumplir con la tarea de la abeja, la función de un ser humano es cumplir con la tarea del ser humano; esto es, realizar la función para la que los dioses nos han creado.
¿ Cuál es, pues, la función de un ser humano? Los estoicos piensan que nuestra función primordial es ser racionales. Para descubrir nuestras funciones secundarias, tan solo hemos de aplicar nuestra capacidad de razonamiento. Descubriremos que hemos sido diseñados para vivir entre otras personas de modo mutuamente ventajoso; descubriremos, dice Musonio, que «la naturaleza humana se asemeja a la de las abejas. Una abeja no puede vivir sola: muere si se queda aislada». Descubriremos, como señala Marco Aurelio, que «el compañerismo es el propósito que se oculta detrás de nuestra creación». Así pues, una persona que cumple con la función de ser humano será racional y social.
Para cumplir con mi deber social — mi deber con los de mi especie — debo preocuparme por toda la humanidad. Debo recordar que los seres humanos hemos sido creados para los demás, hemos nacido, dice Marco, para trabajar juntos, como hacen nuestras manos o nuestras pestañas. Por lo tanto, en todo lo que hago mi objetivo debe ser «el servicio y la armonía de todo». Más exactamente, «estoy obligado a hacer el bien a mis hermanos humanos y a tolerarlos».
Y cuando cumplo con mi deber social, afirma Marco Aurelio, debo hacerlo en silencio y con eficiencia. Idealmente, un estoico debe ser tan inconsciente de los servicios que presta a los demás como la vid cuando ofrece un racimo de uvas al viticultor. No se jactará del servicio servicio que acaba de prestar, sino que realizará el siguiente servicio, tal como la vid sigue produciendo uvas. Por lo tanto, Marco Aurelio nos aconseja cumplir con resolución los deberes para los que los seres humanos hemos sido creados. Nada más, dice, debería distraernos. De hecho, al despertar por la mañana, en lugar de yacer perezosamente en la cama, hemos de levantarnos para cumplir con las tareas propias del ser humano, aquellas para las que fuimos creados.
Willian Irvine
sábado, 11 de enero de 2025
"En lo más profundo de sí mismo, Tsukuru Tazaki lo comprendió: los corazones humanos no se unen sólo mediante la armonía. Se unen, mas bien, herida con herida. Dolor con dolor. Fragilidad con fragilidad. No existe silencio sin un grito desgarrador, no existe perdón sin que se derrame sangre, no existe aceptación sin pasar por un intenso sentimiento de pérdida. Ésos son los cimientos de la verdadera armonía."
Lady Mary no pensaba igual. Su posición como esposa del embajador posibilitó su amistad con algunas de las principales mujeres de la ciudad, nobles elegantes que le abrieron la puerta de sus habitaciones, sus baños, su comida, sus costumbres y sus pensamientos. Llegó a comprender que el sistema otomano — en el que las mujeres vivían en serrallos estrictamente femeninos, separadas durante los actos religiosos y a las que se les negaba participar en política — era visto por las mujeres menos como una cárcel y más como un camino hacia una clase peculiar de libertad. Sus nuevas amigas no parecían intimidadas o marginadas; eran cultas, inteligentes, parecían muy felices y estaban empoderadas de formas que nunca hubiera imaginado. Sí, una gran parte de su tiempo lo pasaban con otras mujeres, pero dentro de ese mundo eran más libres que muchas europeas, libres para poder opinar y para poderse expresar como deseasen. Eran inteligentes y estaban bien informadas. Establecían una fuerte amistad entre ellas basada en el afecto. Acabó viéndolas como expertas ejerciendo el poder de forma indirecta. Eran mujeres que llevaban vidas plenas, aunque muy diferentes a las de las modernas mujeres europeas, quienes, demasiado a menudo, pasaban su tiempo compitiendo con otras mujeres por el poder y la atención en un mundo de hombres.
Y eran libres con sus cuerpos. Se quedaron asombradas al ver la armadura que llevaba lady Mary, su pesado vestido y sus ballenas y corsés rígidos; ella, en cambio, se asombraba de su desnudez despreocupada a la hora del baño. Una de las muchas pequeñas cosas que atrajeron su atención fue que la piel de las mujeres islámicas fuera tan hermosa y careciese de marcas. ¿Dónde estaban sus cicatrices de la viruela?
Al final descubrió cuál era la razón, y, en 1717, escribió una carta sobre ello: «Voy a contarle una cosa que hará que le entren ganas de estar aquí. La viruela, tan letal y común entre nosotros, aquí es completamente inocua, por la invención de la variolación, que es como se llama lo que hacen. Hay un grupo de ancianas que se gana la vida realizando la operación, cada otoño, durante el mes de septiembre, cuando el calor ha menguado. Preguntan a la gente si algún miembro de su familia quiere pasar la viruela; hacen fiestas con ese propósito y, cuando los reúnen (habitualmente quince o dieciséis juntos), las ancianas aparecen con una cáscara de nuez llena de la materia de la mejor clase de viruela y preguntan qué vena quieres que te abran. Inmediatamente, una de ellas abre con una aguja la vena que le has ofrecido (lo que no te duele más que un arañazo común) e introduce en ella toda la materia que puede caber en la cabeza de su aguja y, después de eso, tapona la pequeña herida con un pedazo hueco de cáscara. [...] Los hijos o los pacientes jóvenes juegan juntos el resto del día y hasta el octavo día están en perfecto estado de salud. Luego la fiebre empieza a subirles y guardan cama dos días, muy pocas veces tres. Rara vez les salen veinte o treinta manchas en la cara, pero nunca les dejan marca, y en ocho días están tan bien como lo estaban antes de la enfermedad. No hay ningún ejemplo de alguien que haya muerto durante ese proceso, y créame cuando le digo que la seguridad de este experimento me parece satisfactoria...».
Esta fue una de las primeras descripciones occidentales de lo que hoy llamamos inoculación.
Thomas Hager
viernes, 10 de enero de 2025
En algunos sectores del cristianismo incluso se llegó a sospechar profundamente de los libros y los textos escritos, que podían estar repletos de errores y recoger transacciones con el mundo de lo oculto. En el relato que el historiador pagano Amiano Marcelino nos dejó de las acciones de Valente, el emperador oriental del siglo IV que organizó una persecución de las prácticas paganas, leemos que «en todas las provincias orientales, los propietarios de libros, temerosos de correr un destino similar, quemaban sus bibliotecas, tan grande era el terror que se había apoderado de todos».[1143] Su editor comentaba que «Valente redujo en gran medida nuestro conocimiento de los autores antiguos y, en particular, de los filósofos». Varios observadores señalan que los libros dejaron de circular y que el estudio se convirtió cada vez más en un dominio exclusivamente eclesiástico.[1144] En Alejandría alguien advirtió que «la filosofía y la cultura viven actualmente su momento de más horrible desolación». Edward Gibbon cuenta un relato según el cual el obispo Teófilo permitió que la biblioteca de la ciudad fuera asaltada y anota que «casi veinte años después, el aspecto de los anaqueles vacíos motivaba la indignación y el pesar de todo aquel cuya mente no estuviera completamente ensombrecida por el prejuicio religioso». Basilio de Cesarea lamentaba la forma en que la discusión se había atrofiado en su ciudad natal. «Ya no celebramos reuniones ni debates ni encuentros de hombres sabios en el ágora, ya no tenemos nada de lo que en otro tiempo hizo a nuestra ciudad famosa».[1145] Charles Freeman nos dice que a finales del siglo VI, cuando Isidoro de Sevilla empezó a reunir su colección de Etimologías, un compendio de conocimientos sagrados y seculares, ya era difícil localizar los textos de autores clásicos, a pesar de que en su caso, como veremos, Isidoro contaba con una biblioteca propia. «Los autores eran», dice, «como colinas azules en el horizonte y resultaba difícil incluso ordenarlos cronológicamente».
jueves, 9 de enero de 2025
Una de las anécdotas más famosas relacionadas con Gauss y su capacidad matemática ocurrió cuando era niño. Según cuenta la historia, tenía tan solo 10 años cuando su maestro de escuela les asignó la tarea de sumar los números del 1 al 100. Mientras sus compañeros se afanaban en realizar la tediosa suma, Gauss sorprendió a todos al entregar la respuesta correcta en tan solo unos segundos. ¿Cómo lo hizo? Porque se percató de una propiedad matemática que le permitió simplificar el problema. Observó que si se sumaba el primer número (1) al último (100), el segundo (2) al penúltimo (99) y así sucesivamente, se obtenía siempre un resultado de 101. Al darse cuenta de esto, el pequeño genio simplemente multiplicó 101 por la cantidad de pares de números que había (50 en total) y obtuvo el resultado correcto: 5050.
miércoles, 8 de enero de 2025
Dijo una vez Haruki Murakami: "A veces, el destino es como una tormenta de arena que te sigue donde vayas. Intentas escapar, pero siempre te alcanza. No puedes huir, porque esa tormenta eres tú mismo. Todo lo que puedes hacer es atravesarla, paso a paso, sabiendo que te herirá, que dejará marcas profundas. Pero cuando termine, ya no serás la misma persona que entró. De eso se trata la tormenta."
martes, 7 de enero de 2025
«El origen de la palabra bárbaro es griego y a lo largo de la antigüedad clásica adquirió los tres significados principales que ha conservado hasta nuestro días: uno etnográfico, uno político y uno ético». Por ejemplo, Homero lo emplea en la Ilíada para referirse a los carios de Asia Menor, de los que dice que «hablan de modo bárbaro», con lo que quería decir que no se les entendía lo que decían (sin embargo, a diferencia de otros autores de la antigüedad no desdeña a los extranjeros por ser «mudos», y tampoco compara su lengua con «los parloteos de las aves o los ladridos de los perros», como tantos otros de China a España hicieron). Con el paso del tiempo, la opinión que los griegos tenían de sí mismos cambió a medida que los progresos realizados en filosofía, ciencia, arte y política empezaron a madurar. Entonces empezaron a pensar en sí mismos como el «pueblo ideal» y a ver a sus enemigos como almas inferiores. En el año 472 a. C., durante las guerras con Persia, Esquilo desdeña a sus enemigos y los califica como «bárbaros», en parte porque «hablan como caballos», pero principalmente porque piensa que sus tradiciones políticas son primitivas: apenas eran algo más que esclavos subyugados por un militar oriental tirano, y no disfrutaban de las libertades con que contaban los griegos. «Bárbaro» había dejado de ser un término neutral para convertirse en un insulto.
5. Si convierto la autosuficiencia en una necesidad desesperada, dependeré constantemente del extremo en que la esté logrando a cada momento.
6. Considerar sagrados a los demás es perderme y estar siempre necesitado. Considerarme sagrado a mí mismo supone dejar de ser capaz de apreciar realmente a los demás y de relacionarme con ellos. Cualquiera de las dos opciones me creará ansiedad, puesto que ni yo ni los demás somos dioses ni llevamos vidas constantes.
7. Querer y ayudar a los demás no me convierte en buena persona, pero es una de las cosas más gratificantes que puedo hacer. Me impedirá estar demasiado pendiente de mí mismo y actuar como si fuera el centro del universo.
8. Querer a los demás y a mí mismo no son objetivos incompatibles, sino que, por el contrario, pueden ser una doble fuente de interés y placer vital.
9. Si trato de comprender el punto de vista de los otros, teniendo en cuenta sus objetivos y propósitos, entenderé mejor su conducta y no me disgustaré tanto con ella. Los comprenderé mejor y disfrutaré más con ellos.
10. A menudo compararé mis rasgos y cualidades con los de los demás para ver cómo mejorar, si puedo. Sin embargo, no me compararé globalmente con ellos como personas. Simplemente, veré que a veces tienen mejores cualidades que yo y otras no. 11. Procuraré entender mejor a los demás y así, además, aumentarán las probabilidades de que ellos me entiendan a mí.
Albert Ellis
lunes, 6 de enero de 2025
El verdadero deber del filósofo que soporta en sus hombros el peso de la civilización consiste, por lo tanto, en promover la revolución con la habilidad técnica especial que sólo él domina, es decir, mediante la guerra intelectual.
Su tarea estriba en sacudir a los hombres de su indolencia y letargo, en barrer, con ayuda de sus armas críticas, las inútiles instituciones que obstruyen el progreso de modo semejante a como los filósofos franceses socavaron el anden régime no más que con el poder de las ideas. No ha de recurrirse a la violencia física o a la fuerza bruta de las masas: apelar a la multitud, que representa el nivel más bajo de la conciencia de sí mismo alcanzada por el Espíritu entre los hombres, es emplear medios irracionales que sólo pueden producir consecuencias irracionales; una revolución de ideas engendrará por sí misma una revolución en la práctica: Hinter die Abstraktion stellt sich die Praxis von selbst (Tras la teoría abstracta, la praxis se materializa por sí misma). Pero como estaba prohibida la difusión de folletos políticos, la oposición se veía reducida a abrazar métodos de ataque menos directos, y así las primeras batallas contra la ortodoxia se libraron en el terreno de la teología cristiana, cuyos profesores habían tolerado hasta entonces, y en cierto modo hasta alentado, una filosofía que se había revelado eficaz para sustentar el orden existente. En 1835 David Friedrich Strauss publicó una vida crítica de Jesús en la que el nuevo método crítico se utilizaba para mostrar que algunas partes de los Evangelios eran pura invención, al paso que consideraba que otras no representaban hechos, sino creencias semimitológicas acariciadas en las primeras comunidades cristianas, como un estadio en la evolución de la conciencia de la humanidad, y abordó todo el tema como un ejercicio de examen crítico de un texto históricamente importante, pero no merecedor de confianza. Su libro provocó una tormenta inmediata no sólo en los círculos ortodoxos, sino también entre los jóvenes hegelianos, cuyo representante más prominente, Bruno Bauer, entonces profesor de teología en la Universidad de Berlín, publicó varios ataques contra él desde el punto de vista de un ateísmo hegeliano aún más extremo, negando de plano la existencia histórica de Jesús e intentando explicar los Evangelios como obras de pura ficción, como la expresión literaria de la «ideología» dominante en su tiempo, como el punto más alto alcanzado en aquel período por el desarrollo de la Idea Absoluta. En general, las autoridades prusianas miraban con indiferencia las controversias sectarias entre los filósofos, pero en esta disputa ambos bandos parecían sustentar opiniones subversivas en lo tocante a la ortodoxia religiosa y, por lo tanto, con toda probabilidad, política. El hegelianismo, al que hasta entonces se había dejado en paz por considerársele un movimiento filosófico inofensivo y hasta leal y patriótico, fue acusado súbitamente de mostrar tendencias demagógicas. El mayor oponente de Hegel, Schelling, por entonces un piadoso y acerbo reaccionario, un viejo romántico, fue llamado a Berlín para que refutara públicamente aquellas doctrinas, pero sus conferencias no produjeron el resultado deseado. La censura se hizo más severa y los jóvenes hegelianos vinieron a hallarse en una situación en que debían optar por una capitulación total o por desplazarse aún más hacia la izquierda política de lo que la mayoría deseaba. La única liza en que la cuestión podía ser agitada eran las universidades, donde una libertad académica restringida, pero, sin embargo auténtica, continuaba sobreviviendo. La Universidad de Berlín era el asiento principal del hegelianismo, y Marx no tardó en sumergirse en el estudio de su política filosófica.
Isaíah Berlin
Vendé los ojos de los árboles
Marín Sorescu
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