Así es la vida de la neoyorquina que vive sin generar basura
Hablamos con Lauren Singer, la joven de 23 años que asegura haber conseguido vivir sin generar residuos. La vida sencilla y la filosofía del 'cero basura' cada vez tienen más adeptos.
17 DE DICIEMBRE DE 2014
07:27 H.
¿Creen que es posible vivir en la gran manzana sin necesitar un cubo de basura y sin producir ningún residuo? Parece difícil pero Lauren Singer, una chica de 23 añosque se graduó en estudios ambientales por la Universidad de Nueva York, reclama haberlo conseguido desde hace dos años. Lauren empezó prescindiendo de los envases de plástico y comprando alimentos en tiendas que venden a granel. En cuestión de vestimenta decidió pasarse a la segunda mano y hasta hacer sus propias recetas para elaborar productos de limpieza, cuidado personal o cosméticos. Pero, ¿qué pasa con las mondas de los plátanos o la ropa y los zapatos cuando ya están viejos?, por ejemplo. Según comenta Singer a S Moda, “la basura orgánica la llevo una vez a la semana a un lugar donde la transforman en compost, compro todo en un mercado de granjeros, donde nada está envasado, y cuando mis ropas, sábanas o telas están muy gastadas las llevo a un lugar donde las reciclan. Como vivo en el centro de Nueva York voy a muchos sitios andando y cuando lo necesito cojo el transporte público. No tengo coche”.
La conversión de Lauren a la filosofía cero residuos vino cuando su Pepito Grillo ecologista, le susurró que no podía alardear de ser “verde” y al mismo tiempo llenar cada día sus bolsas de basura con envases, plásticos y bandejas inservibles; ni utilizar un lavavajillas lleno de productos químicos al mismo tiempo que pedía un planeta más limpio. “Lo más complicado no fue prescindir de ciertos productos, sino buscar alternativas orgánicas a todo lo que usamos en el día a día”, cuenta Lauren, “tengo recetas para todo: detergente para la lavadora, pasta de dientes, loción para la piel… Y me ha costado bastante investigar y perfeccionarlas”. En su blog Trash is for tossers, esta neoyorquina expone sus ideas, su forma de vida y su compañía The Simply Co., que se dedica a vender productos 100% naturales y libres de químicos, que ella misma elabora: cucharas de barro para echar la dosis exacta, camisetas de algodón orgánico con el lema Live Simple o jabón en polvo para lavar prendas a mano. Además, con este divertido vídeo acaba de cuatripiclar los ingresos que pedía en Kickstarter para comenzar a fabricar un detergente para la lavadora con solo tres ingredientes naturales.
La conversión de Lauren a la filosofía cero residuos vino cuando su Pepito Grillo ecologista, le susurró que no podía alardear de ser “verde” y al mismo tiempo llenar cada día sus bolsas de basura con envases, plásticos y bandejas inservibles; ni utilizar un lavavajillas lleno de productos químicos al mismo tiempo que pedía un planeta más limpio. “Lo más complicado no fue prescindir de ciertos productos, sino buscar alternativas orgánicas a todo lo que usamos en el día a día”, cuenta Lauren, “tengo recetas para todo: detergente para la lavadora, pasta de dientes, loción para la piel… Y me ha costado bastante investigar y perfeccionarlas”. En su blog Trash is for tossers, esta neoyorquina expone sus ideas, su forma de vida y su compañía The Simply Co., que se dedica a vender productos 100% naturales y libres de químicos, que ella misma elabora: cucharas de barro para echar la dosis exacta, camisetas de algodón orgánico con el lema Live Simple o jabón en polvo para lavar prendas a mano. Además, con este divertido vídeo acaba de cuatripiclar los ingresos que pedía en Kickstarter para comenzar a fabricar un detergente para la lavadora con solo tres ingredientes naturales.
Generalmente los amantes de lo orgánico rehúyen las grandes urbes y se retiran al campo pero Lauren demuestra que se puede generar muy poco impacto ambiental viviendo en el epicentro del consumismo y de la cultura de usar y tirar. “Cada vez hay más gente interesada en vivir de una manera más simple y saludable, para ellos y para el planeta. En Nueva York hay muchos espacios interesantes al respecto, fantásticas tiendas de comida orgánica o productos que no puedes conseguir en otros sitios, centros de reciclado o donde se hace compost y ya más lejos, la gente tiene huertos donde cultivan sus propias verduras. Llevar este tipo de vida es una decisión que tiene que partir de uno mismo, pero el gobierno y las autoridades tienen que proveer de las infraestructuras para que esto sea posible. Lo que yo le pediría al ayuntamiento de Nueva York es que acabe con las bolsas de plástico”, cuenta Lauren. La joven ecologista reconoce que desde que empezó con su plan, hace dos años, ha ahorrado dinero, se alimenta mejor y beneficia a su salud al evitar los peligrosos químicos presentes en los productos de limpieza y cosméticos. Solo hay una cosa que Lauren no reutiliza. ¿Adivinan cuál? Según ella misma cuenta en un post de su blog titulado Turn me on, se trata de los preservativos, aunque utiliza los más respetuosos con el medioambiente, que a su juicio son los de la marca Sustain Condoms.
Vuelve la venta a granel
La consigna del Zero Waste empieza a crecer y esparcirse poco a poco, con iniciativas que surgen cada día, como las tiendas que ya prescinden del empaquetado y envoltorios. Una de las formas más absurdas, inútiles e improductivas de generar basura pero que conecta con la idea reinante de quedarse en la cáscara, en lo superfluo de las cosas, de ahí que los personajes suflé vivan ahora sus mejores momentos. Granel es una cadena que cuenta con 11 tiendas en España, repartidas en Cataluña, Baleares y Bilbao. La primera de todas se abrió en Vic, en 2011 y vende comida sin empaquetar. “Tenemos verduras, legumbres, frutos secos, especies, pan, cereales… Todos son productos ecológicos, frescos y de la zona”, cuenta Judith Vidal dueña del negocio junto con su marido, Iván Álvaro. “Nuestros clientes vienen ya con sus propios sacos o recipientes y, si no los tienen, nosotros ofrecemos envases de papel, de fécula de patata, de PLA -un bioplástico derivado del maíz– o bolsas de tela de algodón orgánico. La gente compra muchas cosas simplemente por el envase por ejemplo, los cereales del desayuno, que están especialmente diseñados para atrapar a los niños”, cuenta Judith.
Comprar en tiendas a granel supone ahorrar dinero, ya que según cuenta Vidal “la falta de empaquetado abarata el producto, pero otro aspecto importante es que el comprador tiene la seguridad de que está adquiriendo alimentos frescos. Las harinas no envasadas se estropean a los tres meses, se oxidan y pierden sus propiedades por lo que son ya inservibles”.
El pasado septiembre abrió en Berlín Original Unverpackt, el primer supermercado que prescinde de los envoltorios. La idea surgió de un grupo de mujeres que crearon uncrowdfunding para financiarlo y cuyo lema era “el consumo sostenible debe ser algo sexy”.
Ya hay restaurantes cero desechos como Sandwich Me In, uno de comida rápida en Chicago. Las materias primas provienen de los granjeros y ganaderos locales, se utiliza energía sostenible, la basura orgánica se transforma en abono y todo es reutilizado. Llegar a este status no fue fácil y era la ambición de su dueño, Justin Vraney, incluso al principio, cuando aún generaba basura, que el total de sus desechos diarios fuera el equivalente a lo que producía un restaurante del mismo tamaño en tan solo una hora. La fórmula del su éxito la contaba Vraney a los medios, “practico las cinco R: reducir, reutilizar, reciclar, rechazar y resistir”.
La consigna del Zero Waste empieza a crecer y esparcirse poco a poco, con iniciativas que surgen cada día, como las tiendas que ya prescinden del empaquetado y envoltorios. Una de las formas más absurdas, inútiles e improductivas de generar basura pero que conecta con la idea reinante de quedarse en la cáscara, en lo superfluo de las cosas, de ahí que los personajes suflé vivan ahora sus mejores momentos. Granel es una cadena que cuenta con 11 tiendas en España, repartidas en Cataluña, Baleares y Bilbao. La primera de todas se abrió en Vic, en 2011 y vende comida sin empaquetar. “Tenemos verduras, legumbres, frutos secos, especies, pan, cereales… Todos son productos ecológicos, frescos y de la zona”, cuenta Judith Vidal dueña del negocio junto con su marido, Iván Álvaro. “Nuestros clientes vienen ya con sus propios sacos o recipientes y, si no los tienen, nosotros ofrecemos envases de papel, de fécula de patata, de PLA -un bioplástico derivado del maíz– o bolsas de tela de algodón orgánico. La gente compra muchas cosas simplemente por el envase por ejemplo, los cereales del desayuno, que están especialmente diseñados para atrapar a los niños”, cuenta Judith.
Comprar en tiendas a granel supone ahorrar dinero, ya que según cuenta Vidal “la falta de empaquetado abarata el producto, pero otro aspecto importante es que el comprador tiene la seguridad de que está adquiriendo alimentos frescos. Las harinas no envasadas se estropean a los tres meses, se oxidan y pierden sus propiedades por lo que son ya inservibles”.
El pasado septiembre abrió en Berlín Original Unverpackt, el primer supermercado que prescinde de los envoltorios. La idea surgió de un grupo de mujeres que crearon uncrowdfunding para financiarlo y cuyo lema era “el consumo sostenible debe ser algo sexy”.
Ya hay restaurantes cero desechos como Sandwich Me In, uno de comida rápida en Chicago. Las materias primas provienen de los granjeros y ganaderos locales, se utiliza energía sostenible, la basura orgánica se transforma en abono y todo es reutilizado. Llegar a este status no fue fácil y era la ambición de su dueño, Justin Vraney, incluso al principio, cuando aún generaba basura, que el total de sus desechos diarios fuera el equivalente a lo que producía un restaurante del mismo tamaño en tan solo una hora. La fórmula del su éxito la contaba Vraney a los medios, “practico las cinco R: reducir, reutilizar, reciclar, rechazar y resistir”.
Legislación insuficiente
Además de voluntad propia, para disminuir el packaging se requiere también de políticas activas de reciclado e infraestructuras que lo permitan. Como apunta Victor Mitjans, coordinador de estudios de la Fundación para la Prevención de Residuos, “la normativa ambiental europea se inspira en la idea de que el que contamina debe pagar. En el caso de las latas de bebidas por ejemplo, está regulado por ley y es el fabricante el que tiene que hacerse cargo de recogerlas. Sin embargo, en España no ocurre así y esta tarea recae en los ayuntamientos, que crean los contenedores para la recogida de envases y que, a su vez, luego le exigen a los fabricantes que paguen los costes. El problema aquí es que el reciclado se deja a la voluntad de cada uno y sabemos que no todo el mundo clasifica la basura. El 70% del contenido del contenedor de resto –no recogida selectiva– son envases”.
Otros países europeos si que siguen esa normativa como Alemania, que contempla diversas medidas al respecto. Según Mitjans, “en los supermercados alemanes hay un contenedor donde puedes dejar todos los envases que creas que no son útiles –muchos productos no solo llevan uno sino que incluyen además fajas de cartón, una doble bolsa, etc–, la gestión de esto corre a cargo del supermercado y es una forma de desincentivar el exceso de embalaje. En varios países europeos cuando compras una bebida pagas también el envase y si lo devuelves, se te reintegra el precio. Esta medida es la que estamos tratando que se adopte en España desde Retorna, una plataforma formada por diversas ONGs, organizaciones de consumidores, recicladores y sindicatos, que busca una mayor gestión ambiental de los residuos”.
“En España se generan 22 millones de toneladas de residuos al año, dentro de las cuales tres millones corresponden a envases de plástico o metal”, cuenta Mitjans. “El plástico es el peor material de todos y el más contaminante. Es muy difícil de reciclar y cuando se hace este proceso, lo que se obtiene es siempre para usos de inferior calidad. Sin contar con los numerosos estudios que demuestran que existe un determinado nivel de transferencia de los compuestos del envase al contenido, y que lo convierten en la peor opción para envasar alimentos”, concluye.
Además de voluntad propia, para disminuir el packaging se requiere también de políticas activas de reciclado e infraestructuras que lo permitan. Como apunta Victor Mitjans, coordinador de estudios de la Fundación para la Prevención de Residuos, “la normativa ambiental europea se inspira en la idea de que el que contamina debe pagar. En el caso de las latas de bebidas por ejemplo, está regulado por ley y es el fabricante el que tiene que hacerse cargo de recogerlas. Sin embargo, en España no ocurre así y esta tarea recae en los ayuntamientos, que crean los contenedores para la recogida de envases y que, a su vez, luego le exigen a los fabricantes que paguen los costes. El problema aquí es que el reciclado se deja a la voluntad de cada uno y sabemos que no todo el mundo clasifica la basura. El 70% del contenido del contenedor de resto –no recogida selectiva– son envases”.
Otros países europeos si que siguen esa normativa como Alemania, que contempla diversas medidas al respecto. Según Mitjans, “en los supermercados alemanes hay un contenedor donde puedes dejar todos los envases que creas que no son útiles –muchos productos no solo llevan uno sino que incluyen además fajas de cartón, una doble bolsa, etc–, la gestión de esto corre a cargo del supermercado y es una forma de desincentivar el exceso de embalaje. En varios países europeos cuando compras una bebida pagas también el envase y si lo devuelves, se te reintegra el precio. Esta medida es la que estamos tratando que se adopte en España desde Retorna, una plataforma formada por diversas ONGs, organizaciones de consumidores, recicladores y sindicatos, que busca una mayor gestión ambiental de los residuos”.
“En España se generan 22 millones de toneladas de residuos al año, dentro de las cuales tres millones corresponden a envases de plástico o metal”, cuenta Mitjans. “El plástico es el peor material de todos y el más contaminante. Es muy difícil de reciclar y cuando se hace este proceso, lo que se obtiene es siempre para usos de inferior calidad. Sin contar con los numerosos estudios que demuestran que existe un determinado nivel de transferencia de los compuestos del envase al contenido, y que lo convierten en la peor opción para envasar alimentos”, concluye.
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