El precio del éxito: ¿qué estamos dispuestos a perder?
El
éxito tiene un precio. Siempre lo ha tenido, aunque muchas veces nos lo
vendan envuelto en discursos motivacionales y anuncios de lujo. El
abogado del diablo lo hace explícito: Kevin Lomax logra la cúspide
profesional, pero cada escalón hacia el poder está pavimentado con
renuncias, silencios y traiciones. El precio no se paga en dinero: se
paga en alma, en relaciones, en integridad.
Kevin
empieza como un abogado talentoso, lleno de ambición y seguridad en sí
mismo. Cada victoria alimenta su ego, cada caso ganado lo acerca más a
la fama. Pero pronto, la película revela la paradoja: cuanto más
asciende, más se aleja de lo que alguna vez fue él mismo. Sus logros
externos contrastan con la descomposición interna: su matrimonio se
desintegra, su esposa pierde la cordura, su moral se diluye. Cada
“éxito” está manchado por sacrificios invisibles.
El
precio del éxito no es abstracto; es tangible. No se trata solo de
decisiones éticamente dudosas, sino de lo que dejamos de vivir por
perseguir la meta. Horas sin descanso, amistades que se erosionan,
valores que se reinterpretan para justificar el avance… todo esto es un
costo silencioso que rara vez se contabiliza. En el mundo de Kevin,
Milton solo le ofrece el contrato, pero el precio se cobra a través de
la erosión gradual de su humanidad.
La
película invita a cuestionarnos: ¿valen la fama, el poder y la riqueza
lo que dejamos atrás? En nuestra vida cotidiana, el fenómeno se repite:
ejecutivos que ignoran a sus familias, artistas que sacrifican la pasión
por la fama, estudiantes que abandonan sueños por diplomas o títulos.
El éxito es tentador porque promete plenitud, pero la plenitud verdadera
no se mide solo en logros.
Otro
punto crucial: el éxito que no se acompaña de autoconocimiento y
conciencia ética se convierte en una trampa. Kevin no comprende hasta
demasiado tarde que sus victorias lo han encadenado. El precio no es un
evento único; es un proceso continuo de elecciones, renuncias y
compromisos invisibles que nos alejan de nuestra esencia.
La
lección que deja El abogado del diablo es dura: el verdadero triunfo no
está en conquistar el mundo, sino en mantener la integridad mientras
escalamos. Porque ganar todo y perderse a uno mismo es, en realidad, la
derrota más amarga.
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