"Todo lo que pienso encuentra un camino: se integra, se absorbe, se destila en el alma; o se disuelve en la oscuridad, donde deja sus raíces, o siembra semillas que algún día brotarán."
Estas
palabras son un recordatorio de que nuestros pensamientos nunca
desaparecen realmente. Cada idea, cada preocupación, cada imagen que
cruzamos en la mente, tiene un destino. Algunos se vuelven parte de
nosotros, se integran en nuestro ser y moldean nuestra forma de percibir
el mundo. Otros se pierden en la penumbra de la conciencia, pero
incluso allí dejan rastros: raíces invisibles que fortalecen nuestra
intuición, semillas que brotarán cuando menos lo esperemos.
Es
fácil pensar que los pensamientos fugaces no importan, que se disuelven
sin dejar huella. Pero la mente funciona como un jardín: cada
pensamiento es una semilla que germina en algún lugar, a veces en lo más
profundo de la noche, donde ni siquiera nosotros mismos podemos verla
crecer. Algunos de estos brotes florecerán en decisiones, en actos de
generosidad, en momentos de claridad; otros tal vez se conviertan en
sombras que debemos comprender para liberarnos.
Reflexionar
sobre esto nos invita a ser conscientes de lo que alimentamos en
nuestro interior. Nos enseña que no todo pensamiento merece atención,
pero que todo pensamiento tiene un efecto, aunque sea silencioso. Así,
la vida misma se convierte en un tejido de ideas, emociones y silencios,
y nuestra alma en el terreno donde algunas raíces se afianzan y otras
semillas esperan su tiempo.
Cuidar
de nuestra mente es, en realidad, cuidar del jardín de nuestro ser. Y
al hacerlo, aprendemos que incluso en la oscuridad hay vida, y que cada
pensamiento tiene un destino, aunque no siempre podamos verlo.
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