martes, 16 de septiembre de 2025

 "Todo lo que pienso encuentra un camino: se integra, se absorbe, se destila en el alma; o se disuelve en la oscuridad, donde deja sus raíces, o siembra semillas que algún día brotarán."


Estas palabras son un recordatorio de que nuestros pensamientos nunca desaparecen realmente. Cada idea, cada preocupación, cada imagen que cruzamos en la mente, tiene un destino. Algunos se vuelven parte de nosotros, se integran en nuestro ser y moldean nuestra forma de percibir el mundo. Otros se pierden en la penumbra de la conciencia, pero incluso allí dejan rastros: raíces invisibles que fortalecen nuestra intuición, semillas que brotarán cuando menos lo esperemos.

Es fácil pensar que los pensamientos fugaces no importan, que se disuelven sin dejar huella. Pero la mente funciona como un jardín: cada pensamiento es una semilla que germina en algún lugar, a veces en lo más profundo de la noche, donde ni siquiera nosotros mismos podemos verla crecer. Algunos de estos brotes florecerán en decisiones, en actos de generosidad, en momentos de claridad; otros tal vez se conviertan en sombras que debemos comprender para liberarnos.

Reflexionar sobre esto nos invita a ser conscientes de lo que alimentamos en nuestro interior. Nos enseña que no todo pensamiento merece atención, pero que todo pensamiento tiene un efecto, aunque sea silencioso. Así, la vida misma se convierte en un tejido de ideas, emociones y silencios, y nuestra alma en el terreno donde algunas raíces se afianzan y otras semillas esperan su tiempo.

Cuidar de nuestra mente es, en realidad, cuidar del jardín de nuestro ser. Y al hacerlo, aprendemos que incluso en la oscuridad hay vida, y que cada pensamiento tiene un destino, aunque no siempre podamos verlo.

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