domingo, 28 de septiembre de 2025

 Leer en silencio: un hábito moderno en la historia de la lectura


Hoy, leer en silencio nos parece natural, casi indispensable. Pero históricamente, esta práctica es relativamente reciente. En la Antigüedad y la Edad Media, leer era casi siempre un acto oral, incluso cuando se hacía a solas. Los textos se leían en voz alta para comprender, memorizar y compartir conocimientos. Los manuscritos eran escasos y costosos, y la lectura en voz alta servía también como una forma de “dar vida” al texto, de internalizarlo a través del sonido de las palabras.

Filósofos como San Agustín describieron la lectura en voz alta como parte de la disciplina intelectual; los monjes medievales recitaban pasajes enteros para meditar y memorizar. La lectura silenciosa era rara, considerada algo extraño o incluso sospechoso, porque el acto de pronunciar las palabras estaba ligado al pensamiento mismo.

Con la invención de la imprenta y la expansión del acceso a los libros en el Renacimiento, la lectura silenciosa empezó a consolidarse. La disponibilidad de textos permitió que los individuos exploraran la lectura como experiencia privada e introspectiva, sin necesidad de pronunciar cada palabra. Se convirtió en un acto de concentración, reflexión y disfrute personal.

La famosa idea de que “leer en silencio es como comer solo” refleja un valor romántico y comunitario de la lectura, más que una realidad histórica. En verdad, leer en silencio es un lujo moderno: un hábito que refleja tanto la democratización del conocimiento como la posibilidad de un diálogo íntimo con las palabras. Comprender esta evolución nos ayuda a valorar la lectura como acto tanto social como personal, y a reconocer que lo que hoy consideramos natural fue, alguna vez, revolucionario.

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