Leer en silencio: un hábito moderno en la historia de la lectura
Hoy,
leer en silencio nos parece natural, casi indispensable. Pero
históricamente, esta práctica es relativamente reciente. En la
Antigüedad y la Edad Media, leer era casi siempre un acto oral, incluso
cuando se hacía a solas. Los textos se leían en voz alta para
comprender, memorizar y compartir conocimientos. Los manuscritos eran
escasos y costosos, y la lectura en voz alta servía también como una
forma de “dar vida” al texto, de internalizarlo a través del sonido de
las palabras.
Filósofos
como San Agustín describieron la lectura en voz alta como parte de la
disciplina intelectual; los monjes medievales recitaban pasajes enteros
para meditar y memorizar. La lectura silenciosa era rara, considerada
algo extraño o incluso sospechoso, porque el acto de pronunciar las
palabras estaba ligado al pensamiento mismo.
Con
la invención de la imprenta y la expansión del acceso a los libros en
el Renacimiento, la lectura silenciosa empezó a consolidarse. La
disponibilidad de textos permitió que los individuos exploraran la
lectura como experiencia privada e introspectiva, sin necesidad de
pronunciar cada palabra. Se convirtió en un acto de concentración,
reflexión y disfrute personal.
La
famosa idea de que “leer en silencio es como comer solo” refleja un
valor romántico y comunitario de la lectura, más que una realidad
histórica. En verdad, leer en silencio es un lujo moderno: un hábito que
refleja tanto la democratización del conocimiento como la posibilidad
de un diálogo íntimo con las palabras. Comprender esta evolución nos
ayuda a valorar la lectura como acto tanto social como personal, y a
reconocer que lo que hoy consideramos natural fue, alguna vez,
revolucionario.
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