¿Vivir? ¡Ah, vivir! Lo menos frecuente en este mundo, sin duda. La mayoría de los mortales se contenta con existir… ¡qué banalidad! Y yo, ¿quién soy para criticar, si a veces caigo en la misma trampa? Respiro, hablo, camino… y sin embargo, no vivo. Solo actúo la rutina con elegancia.
Y
sin embargo… la vida es demasiado importante como para tomarla en serio.
¡Cuánta seriedad absurda desperdiciada! Gente que se preocupa por su
futuro, su reputación, sus miserias… ¡ridículos! Yo me río. Sí, me río,
porque la verdadera tragedia sería tomarse en serio la vida, y la
verdadera comedia, no vivirla.
A
veces, uno puede pasar años sin vivir en absoluto. ¡Años! Y luego, de
repente, un instante… un solo instante, y toda mi existencia se
concentra en él. ¡Qué maravilla! Cómo me gusta que la vida me sorprenda
así, como un mago travieso que roba el tiempo y lo hace brillar.
La
vida es un teatro, pero no se ensaya. Cada función es única. Y yo,
actor y espectador, debo improvisar con gracia. No hay segundas tomas ni
garantías; los aplausos, si llegan, serán fugaces… y los errores,
eternos en mi memoria. Qué placer y qué tormento a la vez.
Nada
envejece tanto como la felicidad. Cómo envejece, cómo se marchita en
cuanto dejo de mirarla, distraído por absurdos mundanos. Por eso debo
abrazarla, incluso en su brevedad, con todo el dramatismo que merece.
Porque al final… vivir es eso: sentir, reír, amar, temer, burlarse de
uno mismo y del mundo… y nunca, jamás, permitir que la existencia se
limite a existir.
Oscar Wilde
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