domingo, 21 de septiembre de 2025


Gilgamesh: la sombra inmortal del primer héroe

Introducción

Antes que Homero, antes que Moisés, incluso antes que el alfabeto, ya existía una historia que hablaba del deseo de trascender la muerte. La epopeya de Gilgamesh, escrita hace más de 4,000 años en las antiguas tierras de Sumeria, es el relato fundacional de la literatura humana. Su protagonista no busca oro ni gloria: busca sentido. Y en esa búsqueda, nos encontramos todos.

El autor y su mundo

No hay un autor como tal: la epopeya nació como canto oral en torno a la figura histórica de un rey de Uruk, Gilgamesh, que vivió entre el 2700 y 2500 a.C. Las versiones más completas vienen de tablillas en acadio, halladas en la biblioteca de Asurbanipal en Nínive. Estamos ante un mundo de dioses caprichosos, ciudades amuralladas y ríos sagrados. Un mundo donde el miedo a la muerte ya pesaba sobre los hombres.

La obra en sí

Gilgamesh es rey de Uruk, fuerte y sabio, pero también tirano. Los dioses crean a Enkidu, un hombre salvaje, para equilibrarlo. Cuando los dos se enfrentan, nace una amistad que lo cambiará todo. Juntos enfrentan bestias y dioses, pero la muerte de Enkidu lanza a Gilgamesh a una travesía espiritual: quiere encontrar la inmortalidad. Se topa con Utnapishtim, sobreviviente del diluvio, pero descubre que no hay escape: la muerte es el destino de todos los humanos.

El estilo es directo, solemne, poético. Aunque fragmentaria, la versión acadia está llena de imágenes potentes: los muros de Uruk, el bosque de los cedros, el viaje por la oscuridad de doce leguas.

Impacto cultural y literario

Gilgamesh es el primer héroe literario de la historia. Su epopeya influenció mitos posteriores como el de Noé (el diluvio tiene una versión casi idéntica), la odisea de Ulises o la búsqueda del Grial. Hoy resuena tanto en la literatura como en la psicología junguiana o la filosofía existencialista. Su eco está en Borges, en Rilke, en Coetzee.

Fue redescubierto en el siglo XIX gracias a arqueólogos y filólogos que supieron ver que esos signos cuneiformes eran el umbral de algo gigantesco: el primer gran relato de humanidad enfrentada a su límite.

Lectura crítica y actual

Gilgamesh no es sólo un mito antiguo: es un espejo eterno. ¿No seguimos hoy buscando la inmortalidad en cirugías, algoritmos o legados digitales? ¿No tememos perder a quienes amamos, como él perdió a Enkidu?

Este poema nos enfrenta con la idea de que la muerte no es el fin si la vida se vive con sentido. Que la verdadera inmortalidad está en lo que dejamos en el mundo. Gilgamesh, que empezó como déspota, termina como sabio. Ese tránsito sigue siendo una lección brutalmente actual.

Fragmento inolvidable

“Entra en Uruk, recorre sus murallas:
toca su base, siente sus cimientos,
¿no son sus ladrillos de arcilla cocida?
¿Y no fueron estos puestos por sabios antiguos?
¿No fue Gilgamesh quien lo hizo todo?”

(Tablilla XI, traducción adaptada del acadio)

Este pasaje es epílogo y epitafio: Gilgamesh no encontró la inmortalidad del cuerpo, pero sí dejó obra. Como todos los que construyen algo verdadero.

Conclusión lírica

Hay historias que envejecen. Gilgamesh no. Porque habla del miedo a morir, del amor entre amigos, de la soberbia, del aprendizaje… y de esa chispa que empuja al ser humano a ir más allá de lo dado.
Es el primer susurro literario de la humanidad —y todavía resuena.

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