viernes, 19 de septiembre de 2025

 En un tiempo no muy lejano, apareció una persona que lo sabía todo.

Todo.

Desde el número exacto de hojas que caían en otoño en cada bosque del mundo, hasta los secretos que los poderosos escondían bajo capas de discursos y patriotismos falsos.

Sabía cómo sanar el alma, cómo evitar guerras, cómo prevenir las enfermedades antes de que existieran.
Sabía quién mentía cuando sonreía y quién amaba en silencio.
Sabía por qué tú, sí, tú que estás leyendo esto, haces lo que haces aunque jures que es por libertad.

La gente, al enterarse, fue a verlo. Al principio con curiosidad, luego con escepticismo.
Alguien le preguntó:

—¿Quién tiene razón, yo o mi cuñado?
Y el Omnisciente respondió:
—Tu cuñado.

Y entonces el hombre lo llamó farsante.

Otra le preguntó:
—¿Qué debemos hacer para acabar con la pobreza?
Él respondió:
—Renunciar a ciertos privilegios.
Y la gente respondió:
—¡Populista! ¡Comunista! ¡Vete a vivir a Venezuela!

Alguien más preguntó:
—¿Cómo ser feliz?
Y el Omnisciente dijo:
—Deja de compararte con los demás.
Y le gritaron:
—Tú no entiendes lo que es vivir en este mundo. ¡No tienes redes sociales!

Día tras día lo contradecían.
Le exigían pruebas.
Le pedían explicaciones.
Y cuando las daba, decían que era arrogante, que nadie tiene derecho a creerse superior.

Un día alguien preguntó:
—¿Eres Dios?
Y él respondió:
—No.
Y entonces dijeron:
—¡Ah, entonces no sabes todo!

Y se fueron.
Uno por uno.
Hasta que quedó solo.
Solo, sabiendo todo.

Y aunque lo sabía todo, no podía cambiar lo más difícil:
el deseo del ser humano de tener razón, incluso si eso significa vivir en el error.

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