Ibn Arabi: el universo es un espejo donde Dios se contempla a sí mismo
Nació
en Murcia, caminó por Al-Ándalus, cruzó el Magreb, vivió en La Meca, y
murió en Damasco. Pero Ibn Arabi nunca perteneció a un solo lugar. Su
morada era el infinito, y su guía, el corazón despierto. Lo llamaron
místico, filósofo, poeta, hereje. Pero él solo dijo: soy un amante del
Uno.
Su enseñanza es vasta como el cielo, pero una idea atraviesa su obra como un relámpago de fuego:
> “La realidad es una sola. Todo lo que existe… es Dios manifestándose.”
Wahdat al-Wujūd: la Unidad del Ser
Ibn
Arabi enseñó que no hay dos realidades: una divina y otra mundana. No.
Solo hay una. Lo que llamamos “yo”, “árbol”, “estrella”, “pájaro”,
“pecado” o “oración”… todo es manifestación de lo mismo: la fuente
eterna, lo Absoluto tomando forma tras forma para conocerse a sí mismo.
> “Yo era un tesoro oculto —dice Dios— y quise ser conocido. Por eso creé la creación.”
Y
esa creación, para Ibn Arabi, es un espejo. Dios se mira en cada ser.
En ti. En mí. En la piedra y en la lágrima. En el profeta y en el
ladrón. No como igualdad moral, sino como presencia inevitable.
El amante universal
Ibn
Arabi no amaba a Dios encerrado en un dogma. Su corazón no tenía muros.
En su poema más famoso, dejó una enseñanza que aún desarma fanatismos:
> Mi corazón se ha hecho capaz de todas las formas:
es pradera para las gacelas,
convento para los monjes,
templo para los ídolos,
y Kaaba para el peregrino.
Amo la religión del Amor:
donde vayan sus monturas, allí es mi religión y mi fe.
Para él, la verdadera fe no divide: reconoce la verdad en cada camino que conduce al Uno.
La paradoja de lo divino
En
Ibn Arabi, Dios no es solo misericordia. Es también rigor. Es belleza… y
majestad. Y el alma debe aprender a mirar ambas con el mismo asombro.
Aceptar que lo divino no cabe en ideas fijas: se esconde en lo que
tememos y se revela donde no lo esperamos.
> “Dios crea lo que tú no entiendes… para que dejes de adorar tu comprensión de Dios.”
Epílogo
Leer
a Ibn Arabi es perderse. Y, si uno se deja llevar, en ese extravío se
abre un abismo luminoso. Su mensaje no es fácil ni cómodo. No hay
mandamientos, solo visiones. No hay reglas, solo resonancias.
Pero hay algo certero: el universo entero respira con la voz de Dios. Y si te aquietas, puedes oírla… en ti mismo.
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