La frase “se viene a disfrutar de la vida” circula con naturalidad, como un mantra de felicidad inmediata, pero desde la filosofía existencialista revela un vacío profundo. Sartre afirmaba que “el hombre está condenado a ser libre”: no existe un sentido prefijado de la vida, y cada individuo debe crear su propósito a través de sus elecciones. Tomar la vida solo como disfrute, sin asumir la libertad ni la responsabilidad de decidir, es una forma de evadir esta condición esencial.
Albert Camus,
en El mito de Sísifo, nos recuerda que la existencia es absurda: la
búsqueda de sentido choca con un mundo indiferente. El disfrute
superficial, sin conciencia de esta absurdidad, se convierte en una
forma de autoengaño. Camus propone que la auténtica respuesta al absurdo
no es la negación de la vida, sino la aceptación consciente y la
creación de significado en nuestras acciones, aunque estas no garanticen
placer constante.
Kierkegaard,
por su parte, introduce la noción de angustia y elección. La vida no es
un camino de mero entretenimiento; implica confrontar el vacío, el
miedo y la incertidumbre. Solo cuando se reconoce esta complejidad, el
disfrute deja de ser banal y se convierte en un acto auténtico: valorar
momentos de alegría no como escape, sino como elecciones conscientes
dentro de la existencia.
Así,
la frase “se viene a disfrutar de la vida” sin reflexión se revela
superficial. El disfrute es legítimo, pero solo adquiere profundidad
cuando se integra en un proyecto de vida consciente, que reconozca la
libertad, la responsabilidad y la inevitabilidad de la angustia. La
filosofía existencialista nos invita a ir más allá del placer inmediato y
a encontrar sentido en nuestra propia manera de vivir.
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