sábado, 27 de septiembre de 2025


El observador y lo observado: una mirada filosófica sobre la conciencia y la realidad


¿Qué ocurre cuando miramos? ¿Somos simples receptores pasivos del mundo o, al observar, lo transformamos? La relación entre el observador y lo observado es una de las preguntas fundamentales de la filosofía. Desde la antigua Grecia hasta la fenomenología contemporánea, los pensadores han interrogado la naturaleza de la percepción, la conciencia y la realidad. Este ensayo propone una exploración filosófica de esta dualidad aparente, que en el fondo revela una profunda unidad.

I. El dualismo clásico: sujeto y objeto

Desde Platón y Aristóteles, la filosofía occidental ha tendido a separar al sujeto que conoce del objeto que es conocido. El observador sería una mente racional que contempla un mundo externo, ya sea el reino de las Ideas platónicas o el mundo sensible aristotélico. Esta separación ha sostenido siglos de pensamiento científico y filosófico: el yo piensa, el mundo es pensado.

Sin embargo, esta visión genera una paradoja. ¿Cómo puede un sujeto conocer algo que le es completamente ajeno? ¿Cómo atravesar el abismo entre la conciencia y la cosa?

II. El giro trascendental: Kant y el conocimiento como construcción

Immanuel Kant, en el siglo XVIII, dio un giro radical. No conocemos las cosas "en sí", sino como aparecen bajo las formas de nuestra sensibilidad (espacio y tiempo) y las categorías del entendimiento. En otras palabras: lo observado está ya filtrado por la estructura del observador. La mente no es una hoja en blanco, sino un marco activo que organiza la experiencia.

Esto implica que no hay un “mundo puro” allá afuera, independiente del sujeto. Todo conocer es ya una forma de intervenir.

III. Fenomenología: la conciencia intencional y el entrelazamiento

A comienzos del siglo XX, Edmund Husserl propuso una filosofía centrada en la experiencia pura: la fenomenología. Según Husserl, toda conciencia es conciencia de algo, es decir, intencional. No existe una conciencia aislada ni un objeto sin relación. El observador y lo observado están entrelazados en cada acto perceptivo.

Para Maurice Merleau-Ponty, este entrelazamiento es aún más profundo: el cuerpo mismo es el punto de cruce entre el mundo y la conciencia. No vemos el mundo como un cuadro desde afuera, lo habitamos desde adentro. Somos a la vez observadores y parte del paisaje.

IV. Krishnamurti y la disolución del observador

Desde una perspectiva más radical, el pensador Jiddu Krishnamurti cuestionó la propia existencia del observador como entidad separada. En sus palabras: “el observador es lo observado”. Esto significa que el yo que observa no está aparte del pensamiento, del miedo, del deseo o del mundo; es eso mismo. Solo cuando cesa la fragmentación entre quien ve y lo que es visto, puede emerger una comprensión total.

Este enfoque sugiere que la división entre sujeto y objeto es ilusoria, y que mantenerla es la raíz del conflicto humano: al ver al otro como diferente, al mundo como separado, nos alienamos.

V. Implicaciones éticas y existenciales

Aceptar que el observador afecta lo observado, que no hay una mirada “neutral”, tiene implicaciones profundas. Significa que toda percepción es también una creación. Ver con odio transforma lo mirado en amenaza. Ver con amor transforma al otro en espejo. Nuestra manera de observar es una forma de habitar el mundo.

Además, si el mundo no es algo que simplemente está “allí”, sino algo que co-creamos en la experiencia, entonces cada mirada es una responsabilidad. No somos testigos pasivos del mundo: somos sus autores parciales.

Conclusión

El tema del observador y lo observado nos obliga a cuestionar las fronteras entre mente y mundo, entre yo y otro, entre mirar y ser. A lo largo de la historia, la filosofía ha intentado disolver esa aparente dualidad para llegar a una comprensión más profunda de la existencia. Quizá el mayor reto no sea entender qué es la realidad, sino cómo la estamos mirando. Porque, al final, la mirada transforma lo mirado, y quien observa no puede hacerlo sin dejar huella en lo observado —ni en sí mismo.

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