jueves, 11 de septiembre de 2025

 Esa frase de Susan Sontag“El deseo exige su perpetuación ad infinitum”— encierra una intuición poderosísima sobre la naturaleza del deseo humano, casi trágica en su profundidad.


Vamos a desmenuzarla:

1. El deseo nunca se satisface del todo

El deseo, por definición, apunta a lo que no se tiene. Y una vez que se obtiene lo deseado, suele aparecer un nuevo deseo. En ese sentido, el deseo no tiene fin, se alimenta de sí mismo. Como un fuego que, en vez de apagarse con la satisfacción, se aviva y busca otro combustible. No desea tanto el objeto como el estado de desear. Por eso exige perpetuarse.

2. La paradoja: queremos desear

Sontag, influenciada por su sensibilidad estética y filosófica, no solo señala que el deseo es infinito, sino que exige seguir siendo. Hay aquí una especie de pulsión vital: desear es vivir, y dejar de desear sería como una pequeña muerte. Pero también es un castigo: nunca estamos completos.

3. Aplicaciones vitales

En el amor, esto explica por qué muchas pasiones son insaciables. No se quiere al otro como es, sino como fuente inagotable de deseo.

En el consumo, el sistema capitalista se sustenta justamente en que el deseo nunca se agote: nunca basta un celular, una prenda, una casa...

En el arte, el deseo de crear y de comprender jamás se cierra: incluso al lograr una obra, nace la urgencia de otra.

4. Tensión trágica y liberadora

Hay una tristeza implícita: estamos condenados a desear. Pero también una belleza: el deseo nos mantiene vivos, nos empuja, nos enciende. El problema viene cuando confundimos su infinitud con la promesa de una satisfacción final que nunca llega.

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