476: Roma cae, el mundo se transforma
En
el año 476 de nuestra era, el Imperio que se creía eterno se derrumbó.
Roma, la ciudad de las siete colinas, que había extendido su poder desde
el desierto africano hasta los bosques de Germania, vio caer a su
último emperador: Rómulo Augústulo, un adolescente sin poder real,
colocado en el trono como una marioneta. Frente a él, el caudillo
germano Odoacro, líder de los hérulos, entraba en la historia no como
destructor, sino como heredero de un tiempo nuevo.
No
hubo batalla gloriosa ni murallas derrumbadas como en Constantinopla.
La caída de Roma fue más silenciosa, como un árbol viejo que se desploma
porque ya no puede sostener su propio peso. Los cimientos estaban
corroídos por dentro: corrupción, crisis económica, ejércitos
mercenarios que ya no defendían a la ciudad, emperadores que se sucedían
como sombras. Roma no fue conquistada: Roma se rindió a su propio
desgaste.
El ocaso de un imperio
Rómulo Augústulo es un nombre cargado de ironía:
Rómulo, como el fundador de Roma.
Augusto, como el primer gran emperador.
Y
sin embargo, aquel muchacho fue el último en llevar la púrpura
imperial. Sin poder, sin ejército fiel, sin la grandeza de sus
antecesores, su abdicación simbolizó la extinción de Occidente como lo
había concebido el mundo romano.
El ascenso de lo nuevo
Odoacro,
lejos de presentarse como un bárbaro destructor, supo que la fuerza no
bastaba para gobernar. Envió las insignias imperiales a Constantinopla,
reconociendo al emperador de Oriente, y se convirtió en rey de Italia.
Con él no nació el caos absoluto, sino el germen de la Europa medieval:
reinos germánicos que absorberían, poco a poco, la herencia romana y la
mezclarían con sus propias costumbres.
La enseñanza de Roma
La
caída de Roma nos recuerda que los imperios no son inmortales, aunque
construyan carreteras, acueductos y ejércitos que parezcan invencibles.
Su mayor enemigo no siempre viene de fuera: a veces es la corrupción
interna, la desigualdad, la incapacidad de adaptarse a los cambios. Roma
murió porque dejó de ser Roma mucho antes de 476.
Un espejo para hoy
Cada
civilización cree que es eterna. Estados Unidos, China, la Unión
Europea, los grandes poderes económicos del presente… todos se miran en
el espejo de Roma, convencidos de que su dominio no tendrá fin. Pero la
historia nos advierte: cuando una estructura deja de responder a las
necesidades de su pueblo, cuando la arrogancia sustituye a la justicia,
las murallas más altas se desmoronan desde adentro.
Epílogo
El 476 no es solo una fecha en los libros de historia. Es una lección viva:
Los jóvenes emperadores sin poder real siguen existiendo.
Los bárbaros, hoy llamados “nuevas potencias” o “fuerzas emergentes”, siempre esperan su turno.
Y el ciclo de muerte y renacimiento continúa, porque la historia no se detiene.
Roma cayó, pero de sus ruinas surgió otra Europa.
Quizá ese sea el destino inevitable de toda civilización: morir para transformarse.
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