Agustín Lara: el flaco de oro que hizo del bolero una catedral
Nació
en Veracruz en 1897, pero parecía venir de un siglo anterior. Agustín
Lara fue un compositor, poeta, pianista, seductor, y sobre todo, un
arquitecto del alma romántica latinoamericana. Alto, delgado, con el
rostro marcado por una cicatriz que parecía subrayar su misterio, tenía
una voz frágil que cantaba como quien le dicta cartas a la luna.
Dicen
que amaba con la misma intensidad con que sufría. Y que cada vez que le
rompían el corazón, él lo convertía en canción. Pero no en cualquier
canción: en himnos.
> “Solamente una vez,
amé en la vida…”
¿Quién no ha sentido que el amor fue una vez? ¿Quién no ha cantado esa frase sintiendo que le pertenece?
Agustín
Lara compuso más de 700 canciones, y no sólo para México. Le cantó a
España con tal elegancia que el gobierno español le regaló una casa en
Granada. De hecho:
> “Granada, tierra soñada por mí…”
...fue
escrita sin que él hubiera pisado nunca Granada. La inventó desde la
nostalgia de un país que no conocía, pero que sí sentía.
> “María bonita, María del alma…”
Le
escribió a María Félix, con quien vivió una relación tormentosa. Ella,
ícono de fuerza; él, ícono de pasión. Cuando la amaba, componía. Cuando
ella se iba, componía más.
Lara
tocaba el piano con una mano lastimada —producto de una herida de
juventud— pero con el corazón completo. Su música es el terciopelo que
cubre la herida. El humo del cigarro de madrugada. La mirada que uno no
se atreve a sostener, pero tampoco a evitar.
> “Piensa en mí
cuando sufras, cuando llores, también piensa en mí…”
Murió
en 1970, pero jamás se fue. Cada vez que suena un piano melancólico,
Agustín está ahí. Porque él no escribió canciones: escribió el guion
emocional de todo un siglo.
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