Nos vendieron una espiritualidad sin tierra, sin cuerpo y sin pueblo.
Una espiritualidad de boutique, envuelta en frases motivacionales y sahumerios de exportación.
No tiene compromiso, solo confort.
No exige transformación, solo aceptación.
No toca el mundo, lo evita.
Esta “espiritualidad” de moda no quiere conflicto, quiere calma.
No quiere justicia, quiere paz interior.
No quiere comunidad, quiere aislamiento con buena vibra.
Pero lo espiritual no es una selfie en la montaña ni un mantra de TikTok.
Lo espiritual —si es verdadero— despierta, quema, compromete.
Te hace llorar por el dolor del otro,
te hace preguntarte qué haces con tu dinero, con tu tiempo, con tu rabia.
La espiritualidad verdadera no le teme a la carne, ni al sudor, ni a la historia.
Es comunal, no individual.
Es concreta, no etérea.
Es insurgente, no complaciente.
No medites para escapar del mundo.
Medita para regresar a él con los ojos abiertos y el corazón en llamas.
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