lunes, 1 de septiembre de 2025

Aunque estés rodeado de voces, mensajes y pantallas, sé que a veces te sientes solo. No hablo de estar sin compañía, sino de ese vacío que se cuela incluso cuando estás acompañado. Es la soledad de no sentirse entendido. De hablar y no ser escuchado. De mirar a tu alrededor y no encontrar ojos que devuelvan una mirada sincera.


No eres el único.

Millones cargan con esa herida secreta, como una grieta en el alma. La traen desde la infancia, cuando necesitaban brazos que consuelen y encontraron indiferencia. O desde aquella primera traición, cuando alguien a quien amaban no supo cuidarlos. Otros se alejaron tanto de sí mismos tratando de agradar, que un día se dieron cuenta de que ya no sabían quién eran. Y entonces, incluso ante los demás, ya no había nadie adentro.

Vivimos en un mundo que valora el “éxito”, pero no enseña a cultivar vínculos. Nos bombardean con frases como “rodéate de gente positiva”, “aléjate de lo tóxico”, “no necesitas a nadie”, y sin darnos cuenta, vamos rompiendo puentes hasta quedarnos en una isla, convencidos de que es mejor estar solos que mal acompañados... pero olvidamos que también existen buenas compañías, si sabemos verlas o sembrarlas.

Y tú, que te has sentido desechable, olvidado, o reemplazado con facilidad… escucha esto:
no eres menos valioso por haber sido herido.
No todos los que se fueron te rechazaron; algunos no sabían quedarse.
Y no todos los que te hirieron lo hicieron por maldad; algunos estaban tan rotos como tú.

Pero esa herida —sí, esa— puede ser transformada. No negada, no disfrazada, no sepultada bajo frases bonitas... transformada. Cuando te atreves a mirar tu necesidad de afecto con dignidad, sin vergüenza. Cuando decides convertirte tú en alguien que sabe acompañar. Cuando en vez de esperar que alguien venga a salvarte, extiendes tú la mano, con humanidad.

Ese es el inicio del cambio.
Porque si una sola persona puede rompernos, otra puede ayudarnos a sanar.
Y a veces, esa persona empieza siendo tú.

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