martes, 9 de septiembre de 2025

 Mientras millones luchan por comer algo digno cada día, en los restaurantes de lujo se hierve a seres sensibles vivos, se descuartizan crustáceos y moluscos, y nadie pestañea. Los ricos no renuncian a esta masacre porque no es comida: es espectáculo de poder. Comer langosta o bogavante no satisface hambre; satisface ego, estatus y el derecho a ostentar impunidad moral. Este ensayo no se pregunta si es ético: afirma que no lo es, y explica por qué sigue ocurriendo.

El lujo como excusa para la crueldad
Pierre Bourdieu (1984) explicaba que el gusto es política, que nuestras preferencias refuerzan jerarquías sociales. Comer bogavante es un acto performativo: dice “mira lo que puedo pagar, mira cuánto valgo”. La violencia hacia los animales se convierte en un accesorio de moda, invisible bajo manteles blancos y copas de cristal. No importa que la evidencia científica, como la de Robert Elwood (2019), demuestre que estos animales sienten dolor; la élite cree que su placer justifica todo.

Tradición y negación moral
Peter Singer (1975) nos recuerda que la explotación animal se sostiene en la indiferencia y en el “otro” que no merece consideración moral. Los ricos reinterpretan la tradición culinaria para evadir la culpa: la langosta cocida viva es “clásica”, “exquisita”, “de autor”. Lo que es tortura se vuelve etiqueta de lujo. Aquí el estatus social se alimenta de la indiferencia, y la empatía queda en la puerta del restaurante.

La moral como accesorio de riqueza
No se trata de hambre, ni de necesidad: es elección consciente de privilegiar placer sobre vida. Cada bogavante hervido es un recordatorio de cómo la riqueza permite decidir quién vive y quién muere. La moral se vuelve un accesorio, como un reloj de oro: visible, ostentosa, pero superficial. Mientras tanto, el sufrimiento de los más pequeños —invisibles, diminutos, conscientes— pasa desapercibido.

Comer bogavantes y langostas no es lujo: es cruelty en etiqueta de gala. La élite no renuncia porque su estatus depende de mantener la distancia entre placer y ética. Cada festín de lujo perpetúa una lógica: el poder justifica la masacre, y la indiferencia se vuelve moral. Si queremos justicia real, debemos cuestionar estos símbolos de opulencia y denunciar la violencia que esconden bajo la excusa del sabor y la tradición.

Referencias

Bourdieu, P. (1984). Distinction: A Social Critique of the Judgement of Taste. Harvard University Press.

Elwood, R. W. (2019). The Biology of Crustaceans and Pain. Cambridge University Press.

Singer, P. (1975). Animal Liberation. HarperCollins.

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