martes, 30 de septiembre de 2025

 Cuando el papa le encargó pintar un fresco en el techo de la Capilla Sixtina, a Miguel Ángel no le interesó semejante propuesta. Se consideraba a sí mismo escultor, no pintor, y encontró tan abrumadora la tarea que huyó a Florencia. Pasaron dos años antes de que comenzara a trabajar en el proyecto, gracias a la insistencia del papa.[19]Y la astronomía se estancó durante décadas porque Nicolás Copérnico se negó a publicar durante veintidós años su original descubrimiento de que la Tierra gira alrededor del Sol, porque temía el rechazo y el ridículo.[20]Solo divulgó sus hallazgos entre sus amigos. Finalmente, un cardenal importante supo de su trabajo y escribió una carta a Copérnico alentándole a publicarlo. Incluso así, Copérnico lo postergó cuatro años más. Su obra maestra solo vio la luz cuando un joven profesor de matemáticas tomó el asunto en sus manos y envió el trabajo para su publicación.Casi medio milenio más tarde, en 1977, un inversionista providencial ofreció 250.000 dólares a Steve Jobs y Steve Wozniak para la financiación de Apple, pero les dio un ultimátum: Wozniak tendría que dejar Hewlett-Packard. Él se negó. «Tenía la intención de trabajar en esa compañía durante toda mi vida»,[21]afirma Wozniak. «Psicológicamente me sentía bloqueado porque no quería fundar una empresa. Me daba miedo», confiesa. Wozniak cambió de opinión porque Jobs, varios amigos suyos y sus propios padres lo animaron.

Adam Grant 


 

 Cada uno de nosotros sigue perdiendo algo muy preciado —dice cuando el teléfono deja de sonar—. Oportunidades importantes, posibilidades, sentimientos que no podrán recuperarse jamás. Esto es parte de lo que significa estar vivo. Pero dentro de nuestra cabeza, porque creo que es ahí donde debe de estar, hay un pequeño cuarto donde vamos dejando todo esto en forma de recuerdos.


- HARUKI MURAKAMI

 "En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones".

"Un tal Lucas", Julio Cortázar

 Anaxímenes de Mileto (c. 586 – 526 a.C.), el tercer gran pensador de la escuela jónica. Fue discípulo de Anaximandro, pero quiso volver a algo más concreto... sin perder la profundidad.


🧠 Enseñanza clave:

El principio de todo es el aire. Pero no cualquier aire: el alma del mundo que se transforma.

Anaxímenes creía que todo surge del aire mediante un proceso de condensación y rarefacción:

Cuando el aire se condensa, se vuelve agua, tierra, piedra.

Cuando se vuelve más sutil, se transforma en fuego, luz, alma.


Y dijo algo precioso:

> “Así como nuestra alma, que es aire, nos sostiene, también el aliento y el aire envuelven al mundo entero.”


🌬️ ¿Qué tiene de valioso esto hoy?

1. La transformación es ley.

Todo cambia: materia, cuerpo, emociones, ideas. Pero ese cambio tiene estructura. Como el aire que se vuelve fuego o piedra, tú también puedes moverte entre estados. Saberlo te da poder.

> “No estoy estancado: estoy en proceso de condensarme o expandirme.”


2. El alma no es algo separado del mundo.

Para Anaxímenes, el alma era aire. ¡Y el aire está en todas partes! No hay una división radical entre lo físico y lo espiritual: tu cuerpo, tu aliento, tus pensamientos, tu mundo... todo está hecho de lo mismo.

3. Lo sutil sostiene lo denso.

El aire no se ve, pero da forma a lo visible. De la misma manera, lo que no se ve (pensamientos, intenciones, emociones, hábitos) sostiene lo que se ve (acciones, relaciones, resultados). El cambio empieza desde lo invisible.


🛠️ Ejercicio práctico:

Respira conscientemente.

1. Durante el día, toma 3 momentos para inhalar y exhalar profundamente. Al hacerlo, piensa:

> “Este aliento me conecta con todo lo que existe.”

2. Nota cómo cambia tu estado emocional: ¿más ligero?, ¿más centrado?, ¿más claro?

3. Reflexiona en la noche:

¿Qué se condensó hoy en mí (algo pesado, denso, que se acumuló)?

¿Qué se expandió (algo que me hizo sentir más libre, abierto, vivo)?

Anaxímenes nos recuerda que el mundo respira con nosotros. No hay separación entre tú y el universo. Si sabes manejar tu “aire interno”, puedes transformar tu vida.

lunes, 29 de septiembre de 2025


🧼 Ignaz Semmelweis

El médico que salvó millones al pedir... que se lavaran las manos

"Ignaz Semmelweis"
🕰️ Europa, mediados del siglo XIX

Los hospitales son lugares donde la muerte huele a rutina. En las salas de maternidad, las mujeres temen más a los doctores que al parto mismo. ¿Por qué? Porque hay una enfermedad que arrasa en silencio: la fiebre puerperal, una infección que mata a una de cada tres mujeres que dan a luz.

Y lo más trágico: nadie sabe por qué.

👨‍⚕️ Un médico húngaro con una pregunta incómoda

Ignaz Semmelweis trabajaba en el Hospital General de Viena. Observador, meticuloso y terco, empezó a notar un patrón inquietante:

Las mujeres atendidas por médicos morían mucho más que las atendidas por parteras.

¿La diferencia? Los médicos venían directamente de hacer autopsias y luego atendían partos… sin lavarse las manos.

Un día, tras la muerte de un colega infectado mientras se cortaba en una autopsia, Semmelweis hizo la conexión:

> "¡Las partículas cadavéricas están matando a las mujeres!"

🧴 El experimento

Ordenó a sus estudiantes y colegas lavar sus manos con una solución de cloruro de cal (cal viva) antes de tocar a las pacientes.
¿El resultado?
📉 La tasa de mortalidad cayó del 18% al 1%.

Fue un milagro... sin milagro. Ciencia pura. Observación. Método. Humanidad.

🧠 El escándalo: “¡Lávate las manos!”

Pero Semmelweis cometió un pecado mortal para la época: tenía razón antes de que la ciencia lo pudiera explicar. No se conocían aún las bacterias. Sus colegas, ofendidos por la implicación de que ellos eran los asesinos, lo ridiculizaron, lo expulsaron y arruinaron su carrera.

Llamaron a su teoría “sin fundamento”, “anticientífica” y “ofensiva para el honor médico”.

Terminó sus días en un manicomio, golpeado por los guardias, y murió a los pocos días... por una infección.

🌍 El legado que no pudieron enterrar

Décadas después, Pasteur y Lister confirmaron con el microscopio lo que Semmelweis vio con los ojos del sentido común.
Hoy, gracias a él, millones han sobrevivido partos, cirugías y epidemias. Pero durante un siglo, su nombre fue ignorado.

> “La verdad a menudo nace como herejía.”
– Reflexión final de un alumno de Semmelweis

📌 ¿Por qué importa hoy?

Porque seguimos en una época donde decir la verdad incómoda puede costarte el trabajo, el prestigio o la vida. Porque hay descubrimientos esenciales que se entienden tarde, cuando ya es demasiado tarde para agradecerle al descubridor.

Y porque todavía hay gente muriendo por la negligencia de quienes no se lavan las manos —literal o simbólicamente.

 "Alguna vez nos atan los recuerdos

y no hay tijeras que puedan cortar

hilos tan fuertes".

Jaroslav Seifert.

 Validar el ser en el mundo: una exploración de la existencia y la autenticidad


La pregunta de cómo validamos nuestro ser en el mundo toca la esencia de la filosofía existencial, la psicología humanista y la ética de la autenticidad. En un contexto donde la presión social, la productividad y la comparación constante parecen definir el valor individual, reconocer y afirmar nuestra propia existencia se vuelve un acto de resistencia y de libertad personal.

Para Jean-Paul Sartre, la existencia precede a la esencia; esto significa que no nacemos con un propósito definido, sino que debemos crearlo a través de nuestras elecciones y acciones (Sartre, 1943/1992). Validar nuestro ser, entonces, implica asumir la responsabilidad de nuestras decisiones y reconocer que cada acto de libertad nos define y nos coloca en el mundo.

Desde la psicología humanista, Carl Rogers planteó la importancia de la congruencia entre el self real y el self ideal, así como la aceptación incondicional de uno mismo (Rogers, 1961). Según Rogers, la validación interna se logra cuando dejamos de depender exclusivamente de la aprobación externa y comenzamos a reconocer nuestro valor intrínseco, independientemente de logros o juicios ajenos.

El psicólogo social Erving Goffman aporta otra perspectiva: la identidad se negocia en la interacción con los demás (Goffman, 1959). Sin embargo, aunque la interacción social es crucial, la autenticidad—la coherencia entre lo que sentimos, pensamos y hacemos—permite que nuestra validación no dependa únicamente de la mirada externa.

La validación del ser también tiene un componente ético y espiritual. La práctica de la mindfulness o atención plena permite reconocer nuestros pensamientos y emociones sin juicio, desarrollando un sentido de presencia y pertenencia (Kabat-Zinn, 1990). Esta conciencia nos conecta con nuestra existencia y nos permite afirmar nuestra identidad en el mundo con mayor claridad.

En conclusión, validar nuestro ser en el mundo es un proceso multidimensional: implica aceptar nuestra vulnerabilidad, actuar coherentemente con nuestros valores, reconocer nuestro valor intrínseco y cultivar la presencia consciente. Este acto no solo fortalece nuestra autoestima, sino que también nos permite interactuar con el mundo de manera más auténtica y significativa, dejando de ser simples réplicas de expectativas externas y convirtiéndonos en agentes activos de nuestra propia existencia.

Referencias

Goffman, E. (1959). The Presentation of Self in Everyday Life. Anchor Books.

Kabat-Zinn, J. (1990). Full Catastrophe Living: Using the Wisdom of Your Body and Mind to Face Stress, Pain, and Illness. Delacorte.

Rogers, C. R. (1961). On Becoming a Person: A Therapist’s View of Psychotherapy. Houghton Mifflin.

Sartre, J.-P. (1943/1992). Being and Nothingness. Washington Square Press.

 “Cuando el mundo sea destruido, lo será no por sus locos, sino por la cordura de sus expertos”.

"La Casa Rusia", John Le Carré
Sabía que estaba otra vez de su lado, que no se había ahogado, que él la estaba sosteniendo a flor de agua y en el fondo era una lástima. Los dos se sintieron en el mismo instante, y resbalaron el uno hacia el otro como para caer en ellos mismos, en la tierra común de las palabras y las caricias y las bocas los envolvían como la circunferencia al círculo, esas metáforas tranquilizadoras, esa vieja tristeza satisfecha de volver a ser el de siempre, de continuar, de mantenerse a flote contra el viento y marea, contra el llamado y la caída.

Julio Cortázar.

 Ahora estoy de regreso.

Llevé lo que la ola, para romperse, lleva

—sal, espuma y estruendo—,

y toqué con mis manos una criatura viva;

el silencio.

Heme aquí suspirando

como el que ama y se acuerda y está lejos.

Rosario Castellanos

 Bruce Lee: La disciplina como camino hacia la libertad


Bruce Lee no fue solo un actor o un maestro de artes marciales; fue un pensador que transformó la disciplina en un arte de vivir. Su vida demuestra que la verdadera fuerza no reside únicamente en el músculo, sino en la constancia, la claridad mental y la capacidad de adaptarse.

Desde joven, Lee se destacó por su intensidad y rigor. Su entrenamiento diario no era un simple ejercicio físico, sino un compromiso total con la mejora continua. Combinaba fuerza, velocidad, flexibilidad y resistencia, pero nunca de manera mecánica: cada movimiento, cada serie de ejercicios, era también un ensayo de concentración y autocontrol. La disciplina, para él, no era castigo, sino liberación; solo mediante el dominio de uno mismo se podía trascender cualquier límite.

Su filosofía de “Be water, my friend” (“Sé agua, amigo mío”) encapsula su enfoque: ser flexible, adaptarse a cualquier situación, fluir sin obstaculizarse. La disciplina no significa rigidez; significa conocerse, conocer las circunstancias y responder con efectividad. En la práctica de las artes marciales, esto se traduce en movimientos precisos y adaptativos; en la vida diaria, en decisiones claras y serenidad ante los desafíos.

Además, Bruce Lee rompió con las estructuras rígidas de los estilos tradicionales. Creó el Jeet Kune Do, un sistema que prioriza la eficiencia y la expresión personal sobre la imitación ciega. Esta innovación refleja otra faceta de su disciplina: la capacidad de cuestionar dogmas, adaptarlos y crear un camino propio. La verdadera maestría, enseñaba, no es repetir reglas; es entenderlas, superarlas y reinventarse.

Hoy, su legado no se limita a la pantalla o al tatami. Las enseñanzas de Bruce Lee sobre disciplina, adaptabilidad y autoconocimiento siguen siendo aplicables a cualquier ámbito: el trabajo, el estudio, el deporte o la búsqueda personal de propósito. Su vida es un recordatorio de que la disciplina no es restricción, sino la herramienta que nos permite acercarnos a nuestra mejor versión.

domingo, 28 de septiembre de 2025

 476: Roma cae, el mundo se transforma


En el año 476 de nuestra era, el Imperio que se creía eterno se derrumbó. Roma, la ciudad de las siete colinas, que había extendido su poder desde el desierto africano hasta los bosques de Germania, vio caer a su último emperador: Rómulo Augústulo, un adolescente sin poder real, colocado en el trono como una marioneta. Frente a él, el caudillo germano Odoacro, líder de los hérulos, entraba en la historia no como destructor, sino como heredero de un tiempo nuevo.

No hubo batalla gloriosa ni murallas derrumbadas como en Constantinopla. La caída de Roma fue más silenciosa, como un árbol viejo que se desploma porque ya no puede sostener su propio peso. Los cimientos estaban corroídos por dentro: corrupción, crisis económica, ejércitos mercenarios que ya no defendían a la ciudad, emperadores que se sucedían como sombras. Roma no fue conquistada: Roma se rindió a su propio desgaste.

El ocaso de un imperio

Rómulo Augústulo es un nombre cargado de ironía:

Rómulo, como el fundador de Roma.

Augusto, como el primer gran emperador.
Y sin embargo, aquel muchacho fue el último en llevar la púrpura imperial. Sin poder, sin ejército fiel, sin la grandeza de sus antecesores, su abdicación simbolizó la extinción de Occidente como lo había concebido el mundo romano.

El ascenso de lo nuevo

Odoacro, lejos de presentarse como un bárbaro destructor, supo que la fuerza no bastaba para gobernar. Envió las insignias imperiales a Constantinopla, reconociendo al emperador de Oriente, y se convirtió en rey de Italia. Con él no nació el caos absoluto, sino el germen de la Europa medieval: reinos germánicos que absorberían, poco a poco, la herencia romana y la mezclarían con sus propias costumbres.

La enseñanza de Roma

La caída de Roma nos recuerda que los imperios no son inmortales, aunque construyan carreteras, acueductos y ejércitos que parezcan invencibles. Su mayor enemigo no siempre viene de fuera: a veces es la corrupción interna, la desigualdad, la incapacidad de adaptarse a los cambios. Roma murió porque dejó de ser Roma mucho antes de 476.

Un espejo para hoy

Cada civilización cree que es eterna. Estados Unidos, China, la Unión Europea, los grandes poderes económicos del presente… todos se miran en el espejo de Roma, convencidos de que su dominio no tendrá fin. Pero la historia nos advierte: cuando una estructura deja de responder a las necesidades de su pueblo, cuando la arrogancia sustituye a la justicia, las murallas más altas se desmoronan desde adentro.


Epílogo

El 476 no es solo una fecha en los libros de historia. Es una lección viva:

Los jóvenes emperadores sin poder real siguen existiendo.

Los bárbaros, hoy llamados “nuevas potencias” o “fuerzas emergentes”, siempre esperan su turno.

Y el ciclo de muerte y renacimiento continúa, porque la historia no se detiene.


Roma cayó, pero de sus ruinas surgió otra Europa.
Quizá ese sea el destino inevitable de toda civilización: morir para transformarse.

 Leer en silencio: un hábito moderno en la historia de la lectura


Hoy, leer en silencio nos parece natural, casi indispensable. Pero históricamente, esta práctica es relativamente reciente. En la Antigüedad y la Edad Media, leer era casi siempre un acto oral, incluso cuando se hacía a solas. Los textos se leían en voz alta para comprender, memorizar y compartir conocimientos. Los manuscritos eran escasos y costosos, y la lectura en voz alta servía también como una forma de “dar vida” al texto, de internalizarlo a través del sonido de las palabras.

Filósofos como San Agustín describieron la lectura en voz alta como parte de la disciplina intelectual; los monjes medievales recitaban pasajes enteros para meditar y memorizar. La lectura silenciosa era rara, considerada algo extraño o incluso sospechoso, porque el acto de pronunciar las palabras estaba ligado al pensamiento mismo.

Con la invención de la imprenta y la expansión del acceso a los libros en el Renacimiento, la lectura silenciosa empezó a consolidarse. La disponibilidad de textos permitió que los individuos exploraran la lectura como experiencia privada e introspectiva, sin necesidad de pronunciar cada palabra. Se convirtió en un acto de concentración, reflexión y disfrute personal.

La famosa idea de que “leer en silencio es como comer solo” refleja un valor romántico y comunitario de la lectura, más que una realidad histórica. En verdad, leer en silencio es un lujo moderno: un hábito que refleja tanto la democratización del conocimiento como la posibilidad de un diálogo íntimo con las palabras. Comprender esta evolución nos ayuda a valorar la lectura como acto tanto social como personal, y a reconocer que lo que hoy consideramos natural fue, alguna vez, revolucionario.

 Qué difícil es ver solo lo que es visible


Decir que es difícil ver solo lo visible parece un juego de palabras, pero encierra una verdad profunda: la realidad no se limita a lo que nuestros ojos alcanzan. Vivimos rodeados de lo tangible, de cifras, objetos, horarios y rutinas; sin embargo, gran parte de la vida ocurre en lo que no se puede tocar: en la alegría que nos invade sin razón aparente, en el amor que nos transforma, en la tristeza que no se anuncia y, sin embargo, nos modifica.

Fernando Pessoa lo comprendió bien. Para él, mirar el mundo solo por su apariencia era perder su esencia. La vida, sostiene, se encuentra tanto en lo que se ve como en lo que se siente, en lo que se intuye y en lo que se calla. Lo inmaterial —la emoción, el deseo, la conciencia de nuestra propia existencia— constituye un universo paralelo que convive con el mundo físico. Ignorarlo es empobrecer nuestra experiencia; es reducir la riqueza de vivir a la mera superficie.

Por eso, ver solo lo visible es un desafío. Requiere disciplina y, paradójicamente, humildad: aceptar que lo que sentimos, lo que soñamos, lo que intuimos, tiene tanto valor como lo que percibimos directamente. Aprender a abrir los ojos sin dejar de abrir el corazón, a observar sin dejar de sentir, es quizá la verdadera claridad.

Al final, entender que lo invisible también existe no es un acto de fe, sino un acto de atención consciente. Porque la vida no se agota en lo que se puede tocar; lo más profundo, lo más vital, habita en aquello que solo podemos sentir.

 El deseo irresistible del hombre es poseer lo que no tiene, haciendo esfuerzos inauditos para lograrlo, y, si alguna vez lo alcanza, se amortigua totalmente ese sentimiento, porque la posesión engendra el hastío. 


~ Juan María Balbontín

sábado, 27 de septiembre de 2025


 


El observador y lo observado: una mirada filosófica sobre la conciencia y la realidad


¿Qué ocurre cuando miramos? ¿Somos simples receptores pasivos del mundo o, al observar, lo transformamos? La relación entre el observador y lo observado es una de las preguntas fundamentales de la filosofía. Desde la antigua Grecia hasta la fenomenología contemporánea, los pensadores han interrogado la naturaleza de la percepción, la conciencia y la realidad. Este ensayo propone una exploración filosófica de esta dualidad aparente, que en el fondo revela una profunda unidad.

I. El dualismo clásico: sujeto y objeto

Desde Platón y Aristóteles, la filosofía occidental ha tendido a separar al sujeto que conoce del objeto que es conocido. El observador sería una mente racional que contempla un mundo externo, ya sea el reino de las Ideas platónicas o el mundo sensible aristotélico. Esta separación ha sostenido siglos de pensamiento científico y filosófico: el yo piensa, el mundo es pensado.

Sin embargo, esta visión genera una paradoja. ¿Cómo puede un sujeto conocer algo que le es completamente ajeno? ¿Cómo atravesar el abismo entre la conciencia y la cosa?

II. El giro trascendental: Kant y el conocimiento como construcción

Immanuel Kant, en el siglo XVIII, dio un giro radical. No conocemos las cosas "en sí", sino como aparecen bajo las formas de nuestra sensibilidad (espacio y tiempo) y las categorías del entendimiento. En otras palabras: lo observado está ya filtrado por la estructura del observador. La mente no es una hoja en blanco, sino un marco activo que organiza la experiencia.

Esto implica que no hay un “mundo puro” allá afuera, independiente del sujeto. Todo conocer es ya una forma de intervenir.

III. Fenomenología: la conciencia intencional y el entrelazamiento

A comienzos del siglo XX, Edmund Husserl propuso una filosofía centrada en la experiencia pura: la fenomenología. Según Husserl, toda conciencia es conciencia de algo, es decir, intencional. No existe una conciencia aislada ni un objeto sin relación. El observador y lo observado están entrelazados en cada acto perceptivo.

Para Maurice Merleau-Ponty, este entrelazamiento es aún más profundo: el cuerpo mismo es el punto de cruce entre el mundo y la conciencia. No vemos el mundo como un cuadro desde afuera, lo habitamos desde adentro. Somos a la vez observadores y parte del paisaje.

IV. Krishnamurti y la disolución del observador

Desde una perspectiva más radical, el pensador Jiddu Krishnamurti cuestionó la propia existencia del observador como entidad separada. En sus palabras: “el observador es lo observado”. Esto significa que el yo que observa no está aparte del pensamiento, del miedo, del deseo o del mundo; es eso mismo. Solo cuando cesa la fragmentación entre quien ve y lo que es visto, puede emerger una comprensión total.

Este enfoque sugiere que la división entre sujeto y objeto es ilusoria, y que mantenerla es la raíz del conflicto humano: al ver al otro como diferente, al mundo como separado, nos alienamos.

V. Implicaciones éticas y existenciales

Aceptar que el observador afecta lo observado, que no hay una mirada “neutral”, tiene implicaciones profundas. Significa que toda percepción es también una creación. Ver con odio transforma lo mirado en amenaza. Ver con amor transforma al otro en espejo. Nuestra manera de observar es una forma de habitar el mundo.

Además, si el mundo no es algo que simplemente está “allí”, sino algo que co-creamos en la experiencia, entonces cada mirada es una responsabilidad. No somos testigos pasivos del mundo: somos sus autores parciales.

Conclusión

El tema del observador y lo observado nos obliga a cuestionar las fronteras entre mente y mundo, entre yo y otro, entre mirar y ser. A lo largo de la historia, la filosofía ha intentado disolver esa aparente dualidad para llegar a una comprensión más profunda de la existencia. Quizá el mayor reto no sea entender qué es la realidad, sino cómo la estamos mirando. Porque, al final, la mirada transforma lo mirado, y quien observa no puede hacerlo sin dejar huella en lo observado —ni en sí mismo.

🧠 Principales causas de infelicidad según estudios recientes


1. Falta de propósito y sentido vital
La pérdida de dirección y metas claras en la vida puede llevar a una sensación de vacío y desesperanza. Este fenómeno es especialmente notable entre los jóvenes, quienes enfrentan incertidumbre laboral y crisis existenciales. 

2. Soledad y falta de comunidad
A pesar de la hiperconectividad digital, la calidad de las relaciones personales ha disminuido. La ausencia de vínculos profundos y el aislamiento social son factores clave en la infelicidad moderna. 

3. Comparación social y redes sociales
Las redes sociales fomentan comparaciones constantes con ideales poco realistas, lo que puede afectar la autoestima y aumentar la insatisfacción personal. 

4. Estrés y ansiedad crónica
Las presiones laborales, académicas y sociales generan altos niveles de estrés y ansiedad, afectando el bienestar emocional y físico de las personas. 

5. Relaciones interpersonales conflictivas
Las relaciones tóxicas o conflictivas, ya sea en el entorno familiar, laboral o de pareja, son una fuente significativa de infelicidad. 

 Pero  era  mi  primer  libro  y  estaba  enamorado  de  él.  Si  hubiera  tenido  el  dinero,  como  Gide, lo habría publicado a mis expensas. Si hubiese tenido tanto valor como Whitman, habría ido vendiéndolo de puerta en puerta. Todas las personas a las que se lo enseñé dijeron que era espantoso. Me recomendaron que renunciara a la idea de escribir. Tenía que  aprender,  como  Balzac,  que  hay  que  escribir  volúmenes  y  volúmenes  antes  de  firmar  con  el  propio  nombre.  Tenía  que  aprender,  y  no  tardé  en  hacerlo,  que  hay  que  abandonar  todo  y  no  hacer  otra  cosa  que  escribir,  que  tienes  que  escribir  y  escribir  y  escribir,  aun  cuando  nadie  crea  en  ti.  Quizá  lo  hagas  precisamente  porque  nadie  cree  en  ti,  quizás  el  auténtico  secreto  radique  en  hacer  creer  a  la  gente.  Que  el  libro  fuera  inadecuado,  defectuoso,  malo,  espantoso,  como  decían,  era  más  que  natural.  Estaba  intentando  al  principio  lo  que  un  genio  no  habría  emprendido  hasta  el  final.  Quería  decir la última palabra al principio. Era absurdo y patético. Fue una derrota aplastante, pero me reforzó la espina dorsal con hierro y la sangre con azufre. Por lo menos supe lo  que  era  fracasar.  Supe  lo  que  era  intentar  algo  grande.  Hoy,  cuando  pienso  en  las  circunstancias en las que escribí el libro, cuando pienso en la abrumadora cantidad de material  a  que  intenté  dar  forma,  cuando  pienso  en  lo  que  intenté  realizar,  me  doy  palmaditas  en  la  espalda,  me  pongo  un  diez.  Estoy  orgulloso  de  que  resultara  un  fracaso  lamentable;  si  lo  hubiese  logrado,  habría  sido  un  monstruo.

viernes, 26 de septiembre de 2025

 La delgada capa de la civilización


"Las personas se vuelven animales ante nuestros propios ojos."
—Diario ruso, Segunda Guerra Mundial.

Esa frase, escrita con tinta temblorosa en medio del horror, nos enfrenta a una verdad incómoda: la civilización, esa que damos por segura, no es un rasgo natural del ser humano. Es una construcción frágil, sostenida por normas, leyes, costumbres y por la vigilancia constante de nuestra propia conciencia. Cuando esas condiciones desaparecen, el velo se rasga y emerge algo más primitivo, más salvaje, que convive con nosotros desde siempre.

Filosofía y naturaleza humana

Thomas Hobbes lo expresó con crudeza: “El hombre es un lobo para el hombre”. Según él, sin un Estado que imponga reglas, viviríamos en una guerra perpetua, donde cada quien lucha por su supervivencia. La Segunda Guerra Mundial, con sus genocidios y destrucción masiva, parece darle la razón: cuando las instituciones y normas colapsan, la violencia se convierte en moneda corriente.

Jean-Jacques Rousseau, en cambio, veía lo humano desde un ángulo distinto. Para él, el hombre nace bueno y pacífico, y es la civilización la que lo corrompe. La guerra, la injusticia, el hambre forzada: todo esto, según Rousseau, revela no nuestra “animalidad” innata, sino la deformación que genera un sistema que falla en cuidar a sus miembros.

Sigmund Freud añadió otra capa: la civilización exige reprimir deseos agresivos y sexuales, creando tensiones internas que pueden estallar. La violencia en tiempos de guerra no surge de la nada; es un estallido de pulsiones reprimidas cuando la represión social se derrumba.

Testimonios del límite

Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, nos recuerda que no hay héroes absolutos ni monstruos permanentes. Bajo condiciones extremas, la dignidad y la brutalidad aparecen entremezcladas: algunos mantienen su humanidad, otros ceden al instinto de supervivencia. La guerra no inventa la maldad; simplemente revela lo que llevamos dentro.

Reflexión final

La civilización es real, pero es frágil. No somos naturalmente civilizados ni naturalmente crueles; somos ambos, y la vida social —sus normas, su orden— nos ayuda a sostener el equilibrio. Cuando ese equilibrio se rompe, lo primitivo se manifiesta, a veces en formas que nos horrorizan y otras en formas que nos conmueven.

Hoy, al mirar noticias sobre violencia, pobreza extrema o conflictos olvidados por los grandes medios, podemos ver ecos de esos diarios de guerra: recordatorios de que la civilización no se mantiene por sí sola. Requiere conciencia, esfuerzo y vigilancia constante. Nuestra “animalidad” no es una condena; es una advertencia.

 "Parpadeaste y estás en noviembre. Y entre parpadeos y parpadeos crecieron tus hijos, se fueron tus padres, dejaste de ver a amigos. Parpadeaste y se te pasa la vida entre la puteada y el laburo y la plata que no alcanza y los sueños que dejaste encajonados para 'cuando se pueda'. Y mientras parpadeamos sin registrar al otro, nos perdimos un rato de risas, un abrazo, un amor, una caricia y un último te quiero a ese alguien que ya no veremos. ¿Y si dejamos de parpadear un rato?, digo ¿si nos corremos de la velocidad, del automatismo que nos imprime la vida y empezamos a mirar? Mirá a tu hijo mientras hace la tarea, a tu vieja mientras dobla la ropa, a tu pareja mientras comen juntos, a tus amigos cuando se juntan. Ganale alegría al tiempo, que si va a pasar, si va a arrasarnos, al menos que nos lleve llenos de miradas y sonrisas. Y sobre todo, que el tiempo nos encuentre celebrando, porque a esos momentos de felicidad yo creo que no se los lleva ni la muerte. Quedan grabados en el espacio infinito, con energía. Digo yo, que no sé nada, pero que tengo ganas de empezar a mirar..." 


Rubén Próspero

 ¿Vivir? ¡Ah, vivir! Lo menos frecuente en este mundo, sin duda. La mayoría de los mortales se contenta con existir… ¡qué banalidad! Y yo, ¿quién soy para criticar, si a veces caigo en la misma trampa? Respiro, hablo, camino… y sin embargo, no vivo. Solo actúo la rutina con elegancia.

Y sin embargo… la vida es demasiado importante como para tomarla en serio. ¡Cuánta seriedad absurda desperdiciada! Gente que se preocupa por su futuro, su reputación, sus miserias… ¡ridículos! Yo me río. Sí, me río, porque la verdadera tragedia sería tomarse en serio la vida, y la verdadera comedia, no vivirla.
A veces, uno puede pasar años sin vivir en absoluto. ¡Años! Y luego, de repente, un instante… un solo instante, y toda mi existencia se concentra en él. ¡Qué maravilla! Cómo me gusta que la vida me sorprenda así, como un mago travieso que roba el tiempo y lo hace brillar.
La vida es un teatro, pero no se ensaya. Cada función es única. Y yo, actor y espectador, debo improvisar con gracia. No hay segundas tomas ni garantías; los aplausos, si llegan, serán fugaces… y los errores, eternos en mi memoria. Qué placer y qué tormento a la vez.
Nada envejece tanto como la felicidad. Cómo envejece, cómo se marchita en cuanto dejo de mirarla, distraído por absurdos mundanos. Por eso debo abrazarla, incluso en su brevedad, con todo el dramatismo que merece. Porque al final… vivir es eso: sentir, reír, amar, temer, burlarse de uno mismo y del mundo… y nunca, jamás, permitir que la existencia se limite a existir.
Oscar Wilde

 "Dicen que el amor entre dos personas acaba muriendo. Eso no es cierto. El amor no muere. Simplemente te deja, se marcha si no eres lo suficientemente bueno, lo suficientemente digno. El amor no muere: el que muere eres tú".


William Faulkner

jueves, 25 de septiembre de 2025

 Oda a una urna griega 

– John Keats (1819)


Imagina que estás frente a una urna antigua, blanca, perfecta, cargada de historias que nunca se detienen. Keats lo hizo: tomó ese objeto silencioso y le escuchó hablar, no con palabras humanas, sino con imágenes congeladas en el tiempo. La urna, con sus figuras inmóviles, se convierte en testigo de lo que siempre huye: la juventud, la belleza, el amor y hasta la muerte.

Fragmento del poema (traducido):

> "Tú, aún doncella inmaculada de la quietud,
Hija adoptiva del Silencio y del lento Tiempo..."

Keats se dirige directamente a la urna, como si fuera una novia intacta, pura, ajena a la corrupción del mundo. Es un objeto que guarda secretos, que respira calma y eternidad, mientras la vida humana se desgasta a su lado.

El contexto: Keats escribió este poema en el apogeo del Romanticismo inglés, cuando la emoción y la sensibilidad eran armas contra la fría industrialización de la sociedad. Su vida era breve y llena de enfermedad, y quizá por eso miraba hacia el arte como un refugio eterno, una promesa de que algo bello podría sobrevivir al desgaste de los años.

Fragmento del poema (traducido):

> "Las melodías que se oyen son dulces, pero las que no se oyen
Son más dulces; por eso, suaves flautas, seguid tocando..."

Keats celebra la eternidad de lo imaginado, de lo inmóvil: la música que nunca termina, los amantes que nunca se separan. Hay un contraste constante entre el tiempo humano, que erosiona, y el tiempo del arte, que detiene.

Hoy: ¿Qué nos dice esta urna? Que la vida real siempre se escapa, que todo es pasajero, y que tal vez lo único que podemos sostener sin que se rompa es la contemplación, la poesía, la memoria de lo bello. En un mundo donde todo se consume rápido, detenerse frente a la eternidad de una imagen nos da un respiro, un instante de plenitud que ni la prisa ni el tiempo pueden tocar.

Fragmento del poema (traducido):

> "La belleza es verdad, la verdad belleza, eso es todo
Lo que sabéis en la tierra, y todo lo que necesitáis saber."

Keats termina con un enigma y una certeza al mismo tiempo: la belleza y la verdad se confunden, y quizá contemplarlas sea suficiente. En un mundo saturado de ruido y urgencias, aprender a ver la belleza nos devuelve algo de eternidad.

Reflexión final: Keats nos deja un consejo silencioso: mira, escucha, siente. La belleza puede ser efímera en la vida, pero cuando la capturas en arte, se vuelve inmortal. Y tal vez, si aprendemos a contemplar con esa atención, nosotros también dejamos una huella que el tiempo no borrará.



 

 


La elección de estudiar literatura había sido la elección de permanecer en la literatura, convertida en lo más valioso frente a todos los demás, una forma de vida con la cual podía lanzarme al interior de una novela de Flaubert o de Virginia Woolf y vivirlas literalmente. Una especie de continente que oponía inconscientemente a mi entorno social. Y yo sólo veía en la escritura la posibilidad de transfigurar la realidad. 


No fue el rechazo de una primera novela por dos o tres editoriales –una novela cuyo único mérito era la búsqueda de una nueva forma– lo que amedrentó mi deseo y mi orgullo. Estas fueron situaciones de la vida en las que ser mujer pesó más que ser hombre en una sociedad en la que los roles de género estaban definidos, la anticoncepción estaba prohibida y el aborto era un delito. Como pareja con dos hijos, un trabajo de profesora y la carga del cuidado de la familia, me alejé cada vez más de la escritura y de mi promesa de vengar mi raza. No podía leer "La parábola de la ley" en El proceso de Kafka sin verla como una figuración de mi destino: morir sin haber atravesado la puerta que estaba hecha sólo para mí, el libro que sólo yo podía escribir.


Pero esto sin contar con el azar privado e histórico. La muerte de un padre que falleció tres días después de mi llegada a su casa de vacaciones, un puesto de profesor en clases donde los alumnos proceden de medios obreros similares a los míos, movimientos de protesta a escala mundial: todos estos elementos me devolvieron por canales imprevistos y sensibles al mundo de mis orígenes, a mi "raza", y dieron a mi deseo de escribir un carácter de urgencia secreta y absoluta. Esta vez, no se trataba de entregarme a la ilusoria "escritura sobre la nada" de mis veinte años, sino de sumergirme en lo indecible de una memoria reprimida y sacar a la luz la forma en que existieron los míos. Escribir para comprender las razones dentro y fuera de mí que me habían alejado de mis orígenes. Ninguna elección de escritura es evidente. Pero los que, como inmigrantes, ya no hablan la lengua de sus padres, y los que, como tránsfugas de su clase social, ya no tienen el mismo idioma, piensan en sí mismos y se expresan con otras palabras, se enfrentan a obstáculos adicionales. Un dilema. Sienten la dificultad, incluso la imposibilidad, de escribir en la lengua adquirida, dominante, que han aprendido a dominar y que admiran en sus obras literarias, todo lo que se refiere a su mundo de origen, ese primer mundo hecho de sensaciones, de palabras que hablan de la vida cotidiana, del trabajo, del lugar ocupado en la sociedad. Por un lado, está el lenguaje en el que han aprendido a nombrar las cosas, con su brutalidad, con sus silencios, como el del encuentro cara a cara entre una madre y un hijo, por ejemplo, en el bellísimo texto de Albert Camus "Entre el sí y el no". Por otra parte, los modelos de las obras admiradas, interiorizadas, las que les abrieron el universo primero y a las que se sienten deudores por su elevación, que a menudo consideran incluso como su verdadera patria. En la mía estaban Flaubert, Proust, Virginia Woolf: cuando volví a escribir, no me fueron de ninguna ayuda. Tuve que romper con la "buena escritura", la frase bonita, la que enseñaba a mis alumnos, para extraer, exponer y comprender el desgarro que me recorría. Espontáneamente, fue el choque de un lenguaje portador de cólera y de burla, incluso de grosería, lo que me vino, un lenguaje de exceso, insurgente, a menudo utilizado por los humillados y los ofendidos, como única manera de responder al recuerdo del desprecio, de la vergüenza y de la vergüenza de la vergüenza

Annie Ernaux

Caminaba por el metro, entre la prisa y el desdén de los que se creen dueños del tiempo, y pensaba: El instánte del triunfador dura más que el día del fracasado. Me reí para mis adentros mientras un joven levantaba la vista de su celular, como si hubiera descubierto el secreto de la vida.

No se trata solo de esforzarse, recordé: Ser productivo no es nomás meter las manos, el hombro y el lomo, sino pensar positivamente y tener una filosofía empresarial. Filosofía para algunos, vitrina para otros: El patrimonio de los pobres es el patrimonio visual. Le gusta convertir su apariencia en vitrina.

Miré alrededor y, entre empujones y codazos, me pregunté con ironía: ¿Cuántos caben en un chingo? La fila avanzaba despacio y pensé: El metro no tiene que ver con la vida más allá de la muerte, sino con la vida más acá del cupo.

Una chica, con cara de cansancio y orgullo, murmuró: Soy un cromo, y asentí: pero no por eso me van a ceder el asiento, así son los feos de resentidos. Me hizo sonreír la vanidad sin gloria, mientras recordaba mis propios progresos: No sabes lo que me he superado, desde que comencé el curso, levanté a tal punto mi autoestima que ya no me importa lo que piensen de mí los no enterados de mi existencia.

Levanté la mano, aunque nadie lo veía: Que levante la mano el que todavía quiera parecerse a sí mismo. La cola avanzaba, lenta, cruel, interminable. Y entendí, con la claridad que solo da la espera: Una cola es la distancia más corta entre la paciencia y la disolución del yo.

Caminé un poco más, pensando en el absurdo y la belleza de todo esto, y recordé que, al final, la ciudad siempre habla, y a veces, solo a veces, uno se toma el tiempo de escucharla.

—Carlos Monsiváis

 Poco a poco, olvidando al Hombre, hemos limitado nuestra moral a los problemas del individuo. Hemos exigido de cada uno que no perjudicara al otro individuo. De cada piedra, que no perjudicara a la otra piedra. Y seguramente no se molestan la una a la otra cuando están revueltas en un campo. Pero perjudican a la catedral que hubieran fundado, y que hubiera fundado, en cambio, su propia significación.

    Hemos continuado predicando la igualdad de los hombres. Pero habiendo olvidado al Hombre, no hemos sabido ya de qué hablábamos. No sabiendo en qué basar nuestra Igualdad, hemos hecho una vaga afirmación de la que no hemos sabido ya servirnos. ¿Cómo definir la Igualdad, en el plano de los individuos, entre el sabio y el bruto, el imbécil y el genio? La Igualdad, en el plano de los materiales, exige, si pretendemos definir y realizar, que todos ocupen un lugar idéntico y tengan el mismo papel. Lo que es absurdo. El principio de Igualdad degenera entonces en principio de Identidad.
    Hemos seguido predicando la Libertad del hombre. Pero habiendo olvidado al Hombre, hemos definido nuestra Libertad como una licencia vaga, exclusivamente limitada por el perjuicio causado a los otros. Lo que carece de significación, pues no hay acto que no comprometa a otro. Si yo me mutilo, siendo soldado, me fusilan. No existe individuo solo. El que se retrae perjudica a una comunidad. El que está triste entristece a los otros.
    De nuestro derecho a una libertad así comprendida, no hemos sabido ya servirnos sin caer en contradicciones insuperables. No sabiendo definir en qué caso nuestro derecho era válido y en qué caso ya no lo era, hemos cerrado hipócritamente los ojos, a fin de salvar un principio oscuro de las trabas innumerables que toda sociedad, necesariamente, aportaba a nuestras libertades.
    En cuanto a la Caridad, no nos hemos siquiera atrevido a predicarla. Efectivamente, antes, el sacrificio que funda a los Seres, tomaba el nombre de Caridad cuando honraba a Dios a través de su imagen humana. A través del individuo dábamos a Dios o al Hombre. Pero olvidando a Dios o al Hombre, no dábamos más que al individuo. Desde entonces la Caridad tomaba a menudo el aspecto de una diligencia inaceptable. Es la Sociedad, y no el capricho individual, quien debe asegurar la equidad en el reparto de las provisiones. La dignidad del individuo exige que no sea reducido a vasallaje por las generosidades de otro. Sería paradójico ver a los poseedores reivindicar, además de la posesión de sus bienes, la gratitud de los desposeídos.
    Pero, por encima de todo, nuestra caridad mal entendida, se revolvía contra su objetivo. Exclusivamente fundada en movimientos de piedad hacia los individuos, nos hubiera imposibilitado de emplear cualquier castigo educativo. Mientras que la verdadera Caridad, como ejercicio de un culto rendido al Hombre, más allá del individuo, imponía combatir al individuo para engrandecer al Hombre.
    Así hemos perdido al Hombre. Y perdiendo al Hombre, hemos enfriado esta misma fraternidad que nuestra civilización nos predicaba —puesto que se es hermano en algo y no solamente hermano. La repartición no asegura la fraternidad. Se anuda sólo en el sacrificio. Se anuda en el don común a algo más vasto que uno mismo. 

Exupéry 

miércoles, 24 de septiembre de 2025

 "El tiempo me ha enseñado algunas astucias: eludir los sinónimos, que tienen la desventaja de sugerir diferencias imaginarias; eludir hispanismos, argentinismos, arcaísmos y neologismos; preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas; intercalar en un relato rasgos circunstanciales, exigidos ahora por el lector; simular pequeñas incertidumbres, ya que si la realidad es precisa la memoria no lo es; narrar los hechos (esto lo aprendí de Kipling y en las sagas de Islandia) como si no los entendiera del todo [...].

 Es curiosa la suerte del escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad".


 Jorge Luis Borges.

 El arte como espejo del alma — cuando crear es descubrirse

El arte ha sido siempre, en todas las culturas y épocas, un medio para explorar lo invisible. No solo para representar el mundo exterior, sino para revelar lo que habita dentro: las emociones, las dudas, los sueños, las heridas. En ese sentido, el arte funciona como un espejo del alma, un reflejo imperfecto pero sincero de nuestra vida interna.

I. La creación como acto de autoconocimiento

Cuando una persona crea, no solo reproduce formas o sonidos, sino que pone en juego sus emociones, sus conflictos y sus deseos. En Yo, él y Raquel, Greg y Earl hacen películas parodiando clásicos, pero es cuando intentan hacer una película “de verdad” para Raquel que Greg comienza a tocar la profundidad de sí mismo. No es un talento inmediato ni perfecto, sino una exploración torpe y valiente de lo que siente.

Este acto de creación obliga a quien lo hace a enfrentarse a sí mismo. A veces aparece el miedo al juicio, a la imperfección, al rechazo. Pero también surge la posibilidad de comunicar lo que no se puede decir con palabras. El arte se vuelve un lenguaje del alma, un puente hacia el autoconocimiento.

II. El arte como lenguaje del sufrimiento y la esperanza

En It’s Kind of a Funny Story, el dibujo es para Craig una forma de calma y resistencia. En medio de la tormenta mental que vive, crear mapas imaginarios es un acto que le permite respirar, poner orden en el caos. El arte, entonces, no es solo belleza, sino una herramienta para la supervivencia emocional.

Esta función del arte como canal para procesar el sufrimiento no es exclusiva de personas en crisis. Todos, en diferentes momentos, usamos la creación para darle sentido al dolor, para transformar la angustia en formas comprensibles, en símbolos que nos ayudan a sanar.

III. El espejo imperfecto y liberador

Un espejo, por definición, refleja. Pero un espejo artístico no es un cristal frío y exacto: distorsiona, embellece, multiplica, fragmenta. Al crear, no solo vemos lo que somos, sino lo que tememos, lo que anhelamos o lo que aún no entendemos.

Ese reflejo imperfecto es liberador porque permite la ambigüedad y la complejidad. El arte no obliga a respuestas claras. Invita a la pregunta. Nos muestra que el alma no es un ente estático, sino un flujo de imágenes, emociones y pensamientos que cambian con el tiempo.

IV. Compartir el alma: vulnerabilidad y conexión

El acto artístico también es un acto de vulnerabilidad. Cuando alguien muestra su obra, está exponiendo partes íntimas, fragmentos de su interior. Y en ese gesto, crea la posibilidad de conexión con otros que se ven reflejados en esa expresión.

Por eso el arte es también un puente hacia el otro. A través de la obra, alguien puede sentir que no está solo en sus emociones. Puede reconocer que otros han sentido miedo, alegría, tristeza o esperanza de manera parecida. Así, el arte crea comunidad y empatía.


Conclusión

El arte como espejo del alma es una verdad universal. Crear es mirarse, explorarse y mostrarse. Es una búsqueda que mezcla el miedo y la libertad, el dolor y la esperanza. Es la manera que tenemos de decir lo que a veces no podemos expresar con palabras.

En ese reflejo, imperfecto y cambiante, reconocemos nuestra humanidad compartida. Y eso, tal vez, es lo más cercano a la verdad que el arte nos ofrece.

 «Toda criatura se cansa un día de cruzar ríos; entonces pide reposo. Pero no sé de ninguna criatura que se canse de amar, y pida odio».


Liliana Bodoc


🧠 HAMLET: El abismo del pensamiento

> ❝To be, or not to be — that is the question❞
— Hamlet, Acto III, Escena I

📖 Autor: William Shakespeare
🕰️ Año: ca. 1601
📍 Ubicación narrativa: Dinamarca
🎭 Género: Tragedia

👤 Perfil psicológico

Hamlet es el príncipe filósofo, desgarrado entre la acción y la reflexión. Es uno de los primeros personajes en mostrar una conciencia introspectiva, con una mente que explora la muerte, el sentido de la vida y la corrupción del poder.

Padece melancolía profunda, rasgos depresivos y episodios de ansiedad.

Su inteligencia analítica lo convierte en un agudo observador, pero lo paraliza.

Tiene impulsos de locura simulada… y otras veces, real.

El dolor lo vuelve agudo, sarcástico, brillante… y peligrosamente aislado.


> 🌀 Hamlet representa al hombre moderno, consciente de sí mismo y del sinsentido del mundo.

🧭 Valores y creencias

Lealtad a su padre como eje moral.

Escepticismo profundo hacia el poder y la religión.

Fe en la inteligencia más que en la fuerza.

Necesidad de sentido: no actúa hasta que lo encuentra.

🔍 Simbolismo

💀 El cráneo de Yorick = conciencia de la muerte inevitable.

👻 El fantasma del padre = la voz de la conciencia ética que clama por justicia.

🎭 La obra dentro de la obra = el arte como espejo de la verdad.

🗡️ La espada = símbolo de la acción retrasada y del destino trágico.

🕯️ Interpretación moderna

Hamlet es el reflejo de quienes saben demasiado y sufren por ello. En la era de la hiperconciencia, el análisis constante y la exposición al absurdo cotidiano, Hamlet somos todos los que preguntamos “¿vale la pena seguir en este mundo roto?”.

> 📱 Hamlet en el siglo XXI sería alguien atrapado entre terapia, redes sociales, filosofía existencial y la presión de hacer algo “significativo”.

🗣️ Frases célebres comentadas

> ❝There is nothing either good or bad, but thinking makes it so.❞
La moral es una construcción mental. Todo depende del lente con que se mire.

> ❝What a piece of work is man…❞
Elogio del ser humano, seguido de un desencanto total. Como si Hamlet dijera: “somos maravilla, pero vivimos en la miseria”.

> ❝The rest is silence.❞
La muerte, finalmente, es callar. La última certeza.

🎧 Música sugerida

🎻 Samuel Barber – Adagio for Strings

🎹 Philip Glass – Metamorphosis One

🎼 Max Richter – On the Nature of Daylight

🧩 Detalles que enriquecen el análisis

📚 Hamlet estudia en Wittenberg, la misma ciudad donde Lutero clavó sus tesis. ¿Casualidad? No: Shakespeare lo sitúa en un mundo donde la religión se tambalea.

👁️ El hecho de que solo algunas personas vean al fantasma no es detalle menor: lo que para uno es moral, para otro es locura.

🧪 La “locura fingida” de Hamlet actúa como catalizador para revelar la podredumbre de la corte.

💡 Lo que Hamlet nos enseña hoy

🔹 No basta con tener razones para actuar, necesitamos convicciones.
🔹 La lucidez puede ser una carga si no aprendemos a integrarla con el corazón.
🔹 El dolor que no se expresa se convierte en parálisis.
🔹 El arte y la palabra son instrumentos poderosos para revelar verdades ocultas.
🔹 Reflexionar es necesario, pero actuar también lo es.

> 🧘 Hoy más que nunca, necesitamos el equilibrio entre el pensamiento y la acción. Hamlet nos recuerda que pensar sin movernos nos mata por dentro.

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