¿Se acabarán algún día las guerras? Una mirada filosófica y psicológica al conflicto humano
La
guerra ha acompañado a la humanidad desde sus albores. Desde las
primeras tribus que luchaban por territorios de caza hasta los actuales
conflictos tecnológicos y mediáticos, el fenómeno bélico parece tan
persistente como la propia especie. La pregunta de si algún día se
acabarán las guerras no es solo política o moral, sino profundamente
antropológica y psicológica: ¿es la guerra una enfermedad de la
humanidad o parte de su naturaleza?
I. La guerra como reflejo del alma humana
Sigmund
Freud, en su correspondencia con Albert Einstein titulada ¿Por qué la
guerra? (1932), fue categórico: la violencia no proviene de los Estados
ni de las instituciones, sino de la estructura pulsional del ser humano.
Dentro de cada individuo coexisten dos fuerzas opuestas: Eros, el
impulso de vida, unión y creación; y Tánatos, la pulsión de muerte,
destrucción y desintegración. La guerra, en este sentido, no es más que
la proyección colectiva de esa lucha interna.
Freud escribe:
>
“El hombre no es un ser gentil que desea ser amado, sino un ser en el
que se puede identificar una poderosa cuota de agresividad.”
(El malestar en la cultura, 1930)
Esa
agresividad reprimida se canaliza hacia enemigos externos. Las
naciones, al igual que las personas, necesitan objetos sobre los cuales
proyectar su odio o su miedo. Por eso, aunque el pretexto cambie
—territorio, religión, economía, ideología—, la raíz psíquica es la
misma: el deseo de dominar, de eliminar al otro, de afirmar el propio
poder mediante la destrucción ajena.
II. Las guerras como construcción social
Sin
embargo, reducir la guerra a la psicología individual sería
insuficiente. El filósofo Michel Foucault, en Defender la sociedad
(1976), planteó que la guerra es una prolongación del poder político. No
sólo se libra en los campos de batalla, sino en las instituciones, los
discursos y las jerarquías sociales. En ese sentido, la guerra nunca
cesa realmente: simplemente se transforma.
El
capitalismo globalizado, por ejemplo, ha sustituido muchas guerras
militares por guerras económicas y mediáticas. Se libra en los mercados,
en los algoritmos, en la manipulación informativa. El dominio ya no se
conquista con lanzas ni tanques, sino con deuda, propaganda o
desinformación. Así, el conflicto continúa, sólo que con un rostro más
sofisticado.
III. ¿Es posible un mundo sin guerras?
Albert Einstein, en su carta a Freud, expresó un tenue optimismo:
>
“Todo lo que fortalezca el desarrollo del pensamiento independiente y
la unión de los hombres en una comunidad de sentimiento y saber puede
hacer más difícil el camino hacia la guerra.”
Esto
implica que el fin de las guerras no depende únicamente de tratados o
diplomacias, sino de una evolución moral y cognitiva. La educación, la
empatía y la conciencia colectiva pueden actuar como antídotos contra la
pulsión destructiva.
El
filósofo noruego Johan Galtung, fundador de los estudios de paz, hablaba
de dos tipos de paz: la paz negativa (ausencia de guerra) y la paz
positiva (presencia de justicia, equidad y cooperación). La historia
demuestra que los periodos de paz duradera no han surgido del miedo al
enemigo, sino del fortalecimiento de las estructuras sociales que
impiden que la guerra sea vista como una solución legítima.
IV. La transformación interior como esperanza
Si
aceptamos, como decía Erich Fromm en El corazón del hombre (1964), que
la violencia no es un destino biológico sino una posibilidad cultural,
entonces la guerra no es inevitable.
Fromm
distinguía entre el “carácter necrófilo” (apegado a la muerte, la
destrucción y la dominación) y el “carácter biofílico” (amante de la
vida, la creación y el respeto).
Mientras la
civilización siga exaltando la competencia, el nacionalismo y el poder,
el carácter necrófilo prevalecerá. Pero si logra cultivar la compasión,
la cooperación y el pensamiento crítico, la humanidad podrá transformar
su pulsión de muerte en una pulsión de trascendencia.
Las
guerras no terminarán por decreto, ni por progreso tecnológico, ni
siquiera por cansancio. Terminarán —si es que alguna vez lo hacen—
cuando el ser humano aprenda a reconciliar sus propias sombras.
Mientras no haya paz dentro del individuo, no la habrá entre las naciones.
Porque la guerra, en última instancia, no es un hecho externo, sino el eco ampliado del caos interior.
Como escribió el poeta Rumi hace siglos:
> “La herida es el lugar por donde entra la luz.”
Quizá, la historia de las guerras no sea más que el largo camino de
la humanidad intentando, torpemente, aprender a amar.
Bibliografía consultada
Freud, Sigmund. El malestar en la cultura. (1930).
Freud, Sigmund & Einstein, Albert. ¿Por qué la guerra? (1932).
Foucault, Michel. Defender la sociedad. (1976).
Fromm, Erich. El corazón del hombre. (1964).
Galtung, Johan. Peace by Peaceful Means: Peace and Conflict, Development and Civilization. (1996).
Rumi, Jalal ad-Din. El libro del interior profundo. (siglo XIII).
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