La enseñanza de Mansur: disolverse en la Verdad
¿Qué
enseñó Mansur al-Hallaj? No dejó tratados sistemáticos ni dogmas. Sus
lecciones no caben en manuales, porque las escribió con fuego en el
corazón y con sangre en el cadalso. Su enseñanza no está en lo que dijo,
sino en lo que fue: un hombre que se vació de sí mismo hasta que ya no
quedaba Mansur, sino sólo Dios.
1. La aniquilación del yo (fanā')
El
núcleo de su enseñanza es simple y estremecedor: desaparece para que
Dios aparezca. En el sufismo, esto se llama fanā', la extinción del ego.
No se trata de autodesprecio, sino de disolver la ilusión de que somos
algo separado del todo. Al-Hallaj no aspiraba a entender a Dios con la
razón, sino a ser absorbido por Él.
> “Quien se ve a sí mismo aún vivo, no ha conocido a su Señor”, decían los sufíes.
Y Mansur vivió esto hasta las últimas consecuencias.
2. El amor como vía hacia la divinidad
Para
Mansur, el amor no era un sentimiento: era un fuego que consume. Amaba a
Dios como un amante desesperado. La distancia le dolía, y la unión lo
destruía. En sus poemas y oraciones, se refiere a Dios como el Amado, y a
sí mismo como alguien que arde, tiembla y se entrega sin reservas.
> “¡Oh Tú, en cuya causa fui matado, y sin embargo no me arrepiento!”
Así hablaba un alma que ya no se pertenece.
3. Dios está en todo... incluso en ti
La
afirmación "Ana al-Haqq" —yo soy la Verdad— no era arrogancia, sino
realización. Cuando el ego desaparece, solo queda la fuente de todo.
Para al-Hallaj, el ser humano puede convertirse en espejo de Dios, si se
pule lo suficiente.
Pero
esta enseñanza es peligrosa. Porque implica que lo divino no está solo
en los templos, sino también en los cuerpos, en el polvo, en el loco y
el marginado. Eso aterroriza a los poderosos. Por eso lo mataron.
4. La espiritualidad como subversión
Al-Hallaj
no se conformó con experiencias privadas. Salió a predicar, a hablar en
plazas, a denunciar la hipocresía de los religiosos que hablaban de
Dios sin haberlo sentido jamás. Quería que el amor místico traspasara
los muros de las mezquitas. Y eso no se lo perdonaron.
Su muerte fue una ejecución política disfrazada de ortodoxia.
5. El martirio como consumación
Cuando
lo mataron, Mansur no pidió piedad. Estaba listo. Lo había estado toda
su vida. La cruz no fue para él un castigo, sino la consumación de su
unión con Dios. Murió sonriendo, según algunas crónicas, susurrando
oraciones incluso mientras lo mutilaban.
Su muerte enseña que la libertad espiritual es más temida que mil espadas.
Epílogo
Las
enseñanzas de Mansur al-Hallaj no son cómodas. No invitan al equilibrio
ni a la moderación. Son un llamado a entregarse por completo, a perder
el yo para hallar lo eterno, a amar hasta desaparecer.
Por
eso, quien lo lee desde la mente no lo entiende. Pero quien lo escucha
con el corazón, sabe que Mansur sigue vivo. Ardiendo. En las sombras del
templo, en el pecho del amante, en la voz que se atreve a decir:
> "Yo soy la Verdad."
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