miércoles, 12 de noviembre de 2025

 La enseñanza de Mansur: disolverse en la Verdad


¿Qué enseñó Mansur al-Hallaj? No dejó tratados sistemáticos ni dogmas. Sus lecciones no caben en manuales, porque las escribió con fuego en el corazón y con sangre en el cadalso. Su enseñanza no está en lo que dijo, sino en lo que fue: un hombre que se vació de sí mismo hasta que ya no quedaba Mansur, sino sólo Dios.

1. La aniquilación del yo (fanā')

El núcleo de su enseñanza es simple y estremecedor: desaparece para que Dios aparezca. En el sufismo, esto se llama fanā', la extinción del ego. No se trata de autodesprecio, sino de disolver la ilusión de que somos algo separado del todo. Al-Hallaj no aspiraba a entender a Dios con la razón, sino a ser absorbido por Él.

> “Quien se ve a sí mismo aún vivo, no ha conocido a su Señor”, decían los sufíes.
Y Mansur vivió esto hasta las últimas consecuencias.

2. El amor como vía hacia la divinidad

Para Mansur, el amor no era un sentimiento: era un fuego que consume. Amaba a Dios como un amante desesperado. La distancia le dolía, y la unión lo destruía. En sus poemas y oraciones, se refiere a Dios como el Amado, y a sí mismo como alguien que arde, tiembla y se entrega sin reservas.

> “¡Oh Tú, en cuya causa fui matado, y sin embargo no me arrepiento!”
Así hablaba un alma que ya no se pertenece.

3. Dios está en todo... incluso en ti
La afirmación "Ana al-Haqq" —yo soy la Verdad— no era arrogancia, sino realización. Cuando el ego desaparece, solo queda la fuente de todo. Para al-Hallaj, el ser humano puede convertirse en espejo de Dios, si se pule lo suficiente.

Pero esta enseñanza es peligrosa. Porque implica que lo divino no está solo en los templos, sino también en los cuerpos, en el polvo, en el loco y el marginado. Eso aterroriza a los poderosos. Por eso lo mataron.

4. La espiritualidad como subversión

Al-Hallaj no se conformó con experiencias privadas. Salió a predicar, a hablar en plazas, a denunciar la hipocresía de los religiosos que hablaban de Dios sin haberlo sentido jamás. Quería que el amor místico traspasara los muros de las mezquitas. Y eso no se lo perdonaron.

Su muerte fue una ejecución política disfrazada de ortodoxia.

5. El martirio como consumación

Cuando lo mataron, Mansur no pidió piedad. Estaba listo. Lo había estado toda su vida. La cruz no fue para él un castigo, sino la consumación de su unión con Dios. Murió sonriendo, según algunas crónicas, susurrando oraciones incluso mientras lo mutilaban.

Su muerte enseña que la libertad espiritual es más temida que mil espadas.

Epílogo

Las enseñanzas de Mansur al-Hallaj no son cómodas. No invitan al equilibrio ni a la moderación. Son un llamado a entregarse por completo, a perder el yo para hallar lo eterno, a amar hasta desaparecer.

Por eso, quien lo lee desde la mente no lo entiende. Pero quien lo escucha con el corazón, sabe que Mansur sigue vivo. Ardiendo. En las sombras del templo, en el pecho del amante, en la voz que se atreve a decir:

> "Yo soy la Verdad."

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