El Bien en Sí: La Buena Voluntad de Kant
Si
Platón elevaba el Bien a un reino trascendente, más allá de nuestra
experiencia, Immanuel Kant lo aterriza en la conciencia humana, en la
voluntad pura. Para Kant, el bien en sí no se mide por los resultados de
nuestras acciones ni por los placeres o sufrimientos que puedan
generar; el bien es intrínseco a la intención moral, a la voluntad que
actúa por deber y no por conveniencia.
En
su obra Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Kant afirma
que “una buena voluntad es buena, no por lo que realiza o alcanza, sino
por la intención que la motiva”. Esto significa que un acto es
moralmente valioso cuando nace del respeto a la ley moral, cuando surge
de la conciencia del deber, independientemente de sus consecuencias. No
importa si al ayudar a alguien el resultado es desastroso; lo que
importa es que la acción surgió de un compromiso sincero con lo
correcto.
Esta idea
transforma radicalmente nuestra comprensión del bien. Ya no es una luz
lejana que guía el mundo, como en Platón, sino un principio interior y
activo, que cada individuo puede cultivar. El bien en sí se convierte en
la brújula de la vida ética: nos invita a preguntarnos antes de cada
decisión, “¿Estoy haciendo esto porque es mi deber o porque me
beneficia?”; “¿Actúo por convicción moral o por interés personal?”.
No
obstante, la visión kantiana enfrenta críticas: algunos la consideran
demasiado rígida, pues ignora los efectos de nuestras acciones en el
mundo real. ¿De qué sirve una buena intención si provoca daño? Kant
respondería que la moral no puede depender de la casualidad ni de los
resultados; solo la rectitud de la voluntad asegura la dignidad y la
autonomía de la acción humana.
En
síntesis, para Kant, el bien en sí es la buena voluntad, un principio
absoluto y autónomo que habita en cada ser humano y que exige actuar
conforme al deber, no a la conveniencia. Es una invitación a mirar
dentro de nosotros mismos, a reconocer la moral como fuerza creadora, y a
entender que la verdadera ética no se mide por el éxito externo, sino
por la pureza y consistencia de nuestras intenciones.

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