martes, 11 de noviembre de 2025

 


El Bien en Sí: La Buena Voluntad de Kant

Si Platón elevaba el Bien a un reino trascendente, más allá de nuestra experiencia, Immanuel Kant lo aterriza en la conciencia humana, en la voluntad pura. Para Kant, el bien en sí no se mide por los resultados de nuestras acciones ni por los placeres o sufrimientos que puedan generar; el bien es intrínseco a la intención moral, a la voluntad que actúa por deber y no por conveniencia.

En su obra Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres, Kant afirma que “una buena voluntad es buena, no por lo que realiza o alcanza, sino por la intención que la motiva”. Esto significa que un acto es moralmente valioso cuando nace del respeto a la ley moral, cuando surge de la conciencia del deber, independientemente de sus consecuencias. No importa si al ayudar a alguien el resultado es desastroso; lo que importa es que la acción surgió de un compromiso sincero con lo correcto.

Esta idea transforma radicalmente nuestra comprensión del bien. Ya no es una luz lejana que guía el mundo, como en Platón, sino un principio interior y activo, que cada individuo puede cultivar. El bien en sí se convierte en la brújula de la vida ética: nos invita a preguntarnos antes de cada decisión, “¿Estoy haciendo esto porque es mi deber o porque me beneficia?”; “¿Actúo por convicción moral o por interés personal?”.

No obstante, la visión kantiana enfrenta críticas: algunos la consideran demasiado rígida, pues ignora los efectos de nuestras acciones en el mundo real. ¿De qué sirve una buena intención si provoca daño? Kant respondería que la moral no puede depender de la casualidad ni de los resultados; solo la rectitud de la voluntad asegura la dignidad y la autonomía de la acción humana.

En síntesis, para Kant, el bien en sí es la buena voluntad, un principio absoluto y autónomo que habita en cada ser humano y que exige actuar conforme al deber, no a la conveniencia. Es una invitación a mirar dentro de nosotros mismos, a reconocer la moral como fuerza creadora, y a entender que la verdadera ética no se mide por el éxito externo, sino por la pureza y consistencia de nuestras intenciones.

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