La predicción fallida de nuestro propio bienestar
Todos creemos saber qué nos hará felices. Nos decimos a nosotros mismos: “Cuando consiga ese trabajo, esa pareja, ese coche, esa casa… finalmente seré feliz”. Sin embargo, la investigación de Daniel Gilbert en Tropezar con la felicidad nos muestra que nuestra mente es sorprendentemente mala para predecir qué nos hará sentir bien y, sobre todo, por cuánto tiempo.
Gilbert afirma: “We are remarkably poor at predicting what will make us happy”. No es un fallo menor: nuestra incapacidad para anticipar nuestra propia felicidad moldea decisiones importantes en la vida, desde la carrera profesional hasta las relaciones afectivas. Creemos que alcanzar ciertas metas nos garantizará satisfacción permanente, y con frecuencia no es así.
El cerebro y sus errores de cálculo
¿Por qué nos equivocamos tanto? La mente humana tiene sesgos que distorsionan nuestras predicciones. Uno de ellos es la ilusión de impacto: tendemos a sobreestimar la intensidad y duración de nuestras emociones futuras. Ganar la lotería, recibir un ascenso, mudarse a un lugar soñado… todo parece que nos producirá una euforia duradera, pero la realidad es otra. Después de un tiempo, la emoción se diluye y volvemos a nuestro nivel habitual de bienestar.
Este fenómeno se relaciona con lo que la psicología llama adaptación hedónica, que veremos en otros ensayos. Pero lo interesante aquí es que la predicción fallida no se limita a los logros positivos. También subestimamos nuestra resiliencia: pensamos que ciertos fracasos o pérdidas nos destrozarán emocionalmente de forma permanente, y sin embargo muchas veces los superamos mejor de lo esperado.
Historias que confirman la teoría
Gilbert recopila numerosos ejemplos de personas que alcanzaron objetivos largamente deseados y, aun así, no experimentaron la felicidad que anticipaban. Un ejecutivo que logró el puesto soñado descubre que la presión, el estrés y las expectativas externas disminuyen su satisfacción; un joven que se muda a la ciudad ideal se da cuenta de que la felicidad no depende tanto del lugar sino de la experiencia que vive y las relaciones que cultiva.
Estas historias reflejan algo profundo: la felicidad no es un destino que podemos calcular con fórmulas exactas ni una meta que aseguramos con un logro específico. Es un proceso complejo, moldeado por la percepción, la interpretación y, muchas veces, el azar.
Lecciones para la vida cotidiana
Si entendemos que nuestras predicciones sobre la felicidad suelen fallar, podemos replantear nuestras decisiones y expectativas. Algunos consejos prácticos:
- Ser humildes ante nuestras predicciones emocionales: aceptar que no sabemos cómo nos sentiremos con exactitud frente a ciertos logros.
- Valorar las experiencias sobre los resultados: enfocarse en vivir el proceso y no solo en alcanzar metas concretas.
- Cultivar la gratitud y la reflexión: apreciar lo que ya tenemos, en lugar de depender de logros futuros para ser felices.
Como decía Epicuro, a veces la felicidad se encuentra en lo sencillo y en lo presente, más que en la gran meta que creemos indispensable. Gilbert nos invita a tropezar con la felicidad, a permitirnos sorprendernos y a reconocer que el control sobre nuestro bienestar no es tan absoluto como imaginamos. Y tal vez, justo en ese reconocimiento, empieza la verdadera satisfacción.
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