Hay frases que no solo iluminan una idea; abren un mundo entero. Una de ellas es la que escribió María Zambrano: «La filosofía no nace de la certeza, sino de la herida que abre el desconcierto». En un solo trazo, la pensadora española volteó de cabeza la imagen clásica de la filosofía como búsqueda del conocimiento seguro, nítido y sistemático. En lugar de eso, la filosofía aparece aquí como una respuesta humana y temblorosa a la fractura interior que produce no entender el mundo.
1. La filosofía empieza donde se rompe el suelo
La tradición occidental suele contar su origen en una escena luminosa: griegos contemplando el cielo, maravillados por el orden de los astros, buscando un logos para explicarlo todo. Pero Zambrano nos dice: no es verdad que el pensamiento nazca del asombro puro; nace del asombro doloroso. Nace del momento en el que el mundo deja de ser un lugar habitable y se vuelve enigma, amenaza o silencio.
No pensamos porque tengamos certezas. Pensamos porque las certezas se quiebran.
El pensamiento auténtico aparece cuando ya no es posible seguir viviendo con las mismas respuestas.
2. El desconcierto como apertura
El desconcierto no es solo confusión; es un desajuste profundo entre lo que esperábamos y lo que la realidad nos entrega. Ese desencuentro abre una fisura: la herida. Y esa herida, para Zambrano, es fértil. La filosofía no es entonces un lujo del intelecto, sino un movimiento espiritual hacia la luz cuando todo se oscurece.
Cuando algo nos desconcierta —la injusticia, la muerte, el amor, la violencia, la propia vida— se abre en nosotros una pregunta involuntaria. Una pregunta que no quisimos formular, pero que nos asalta. La filosofía es la forma de honrar esa pregunta.
3. Pensar es curarse, no triunfar
Esta idea nos aleja del modelo filosófico de la Academia o del racionalismo frío. Para Zambrano, pensar es un acto de sanación. No se piensa para demostrar genialidad, sino para no desintegrarse. Para encontrar un orden respirable.
Por eso ella propone una razón poética: una razón que no
cierra las heridas con definiciones, sino que les da un lenguaje. Una
razón que no quiere dominar al mundo, sino reconciliarse con él.
Pensar no es levantar un sistema; es buscar un lugar donde la herida pueda respirar.
4. La filosofía como respuesta humana
Si la filosofía nace de la herida, entonces es inseparable de la vida concreta. No es solo teoría: es una forma de sostenerse ante el derrumbe. Los grandes filósofos —desde Heráclito hasta Kierkegaard— pensaron porque algo en sus vidas estaba roto o en tensión. Incluso Parménides, el padre de la certeza, escribe un poema que comienza con un viaje al límite de lo decible.
Zambrano recupera esa dimensión humana del pensamiento:
el filósofo no es un arquitecto de conceptos, sino un herido que aprende a caminar en la oscuridad.
5. Lo que esta frase nos revela hoy
En tiempos donde muchos buscan gritar certezas —políticas, morales, identitarias—, esta frase es un recordatorio incómodo pero necesario. La certeza no piensa; solo repite. En cambio, el desconcierto abre la posibilidad de comprender al otro, de revisar nuestras ideas, de encontrar nuevas formas de vivir.
La filosofía, entendida así, es una escuela de humildad.
Para pensar, primero hay que aceptar que no sabemos, que algo nos duele, que algo no encaja.
Y solo desde ahí puede abrirse el camino de la lucidez.
Conclusión
La frase de Zambrano nos obliga a mirar al pensamiento como un acto vital y no como un ejercicio académico. La filosofía nace cuando la vida nos hiere, cuando el mundo se vuelve extraño, cuando sentimos que no pertenecemos del todo. Y en lugar de huir, en lugar de anestesiarnos, hacemos algo radical: nos quedamos con la pregunta.
Ahí empieza el pensamiento.
Ahí empieza la posibilidad de transformar la herida en claridad.
Ahí empieza —como quería Zambrano— la unión entre razón y vida.

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